Confianza en la Providencia
Continuación del Santo Evangelio
según San Mateo (VI- 24-33)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos:
Ninguno puede servir a dos
señores; porque o tendrá aversión al uno y amor al otro, o si se sujeta al
primero, mirará con desdén al segundo. No podéis servir a Dios y a las
riquezas.
En razón de esto os digo: no os
acongojéis por el cuidado de hallar qué comer para sustentar vuestra vida, o de
dónde sacaréis vestidos para cubrir vuestro cuerpo. Qué, ¿no vale más la vida
que el alimento y el cuerpo más que el vestido?
Mirad las aves del cielo cómo no
siembran, ni siegan, ni tienen graneros; y vuestro Padre celestial las
alimenta. ¿Pues no valéis vosotros mucho más sin comparación que ellas?
Y ¿quién de vosotros, a fuerza de
discursos, pude añadir un codo a su estatura?
Y acerca del vestido, ¿a qué
propósito inquietaros? Contemplad los lirios del campo cómo crecen. Ellos no
labran, ni tampoco hilan: sin embargo, Yo os digo que ni Salomón, en medio de
toda su gloria, se vistió con tanto primor como uno de estos lirios.
Pues si una hierba del campo que
hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios así la viste, ¿cuánto más a
vosotros, hombres de poca fe?
Así que no vayáis diciendo
acongojados: ¿qué comeremos o qué beberemos o con qué nos cubriremos?, como
hacen los gentiles, los cuales andan ansiosos tras de todas estas cosas; qué
bien sabe vuestro Padre la necesidad que de ellas tenéis.
Así que, buscad primero el reino
de Dios y su justicia, y todas las demás se os darán por añadidura.
Comentario:
Maravillosa es la lección que
ofrece Jesús a los hombres bajo la pintoresca imagen que hoy presenta y que
meditaremos bajo el tema de la Confianza en la Providencia.
Dios nos creó de la nada, pero no
nos abandonó a las leyes naturales de nacer, crecer, reproducirse y morir; sino
que, además de conservarnos, cuida de nosotros con paternal solicitud.
Jesucristo procede con lógica
admirable en su razonamiento que constituye un argumento incontestable. Las
criaturas insensibles y las no racionales, cuya graduación en la escala de los
seres es inferior en perfección, relativamente, a la nuestra, obtienen de su
Providencia abundancia de medios para; ¿cuánto más proveerá el Señor al género
humano, que por poseer alma espiritual e inmortal y haber sido creado a imagen
y semejanza Suya, es su hijo predilecto y Rey de la Creación?
Sin embargo, la conducta de
nuestro siglo materialista lanza un mentís blasfemo contra esta verdad y fiel
promesa de Dios, para cohonestar su ansia de placer desordenado y los crímenes
que comete para prolongarlo.
Según la maldad de muchos hombres
y mujeres, el mundo padece hambre debido al exceso de población; los hogares
están en la miseria por la abundancia de hijos. Ellos, en un rasgo de caridad
por el mundo y por los hijos que tal vez, en un futuro incierto podrían vivir menos decorosamente, se entregan a los
placeres sexuales sin más finalidad que la del placer mismo, porque es, según
dicen, una necesidad imprescindible, pero, valiéndose de recursos médicos
ilícitos, siegan en su raíz la misma fuente de la vida, impidiendo
criminalmente que nuevos seres les vengan a imponer obligaciones molestas. Y
cuando el Creador hace prevalecer sus derechos decretando el nacimiento de un
nuevo ser a pesar de esas perversas precauciones, maldicen al nuevo ser como un
intruso y le matan antes de que vea la luz, constituyéndose con esta
abominación en ¡homicidas de sus propios hijos!
No creo que a estos criminales
haya de exhortárseles a confiar en la providencia, pues no es la desconfianza
la raíz de sus aberraciones; su mal estriba en el apetito desordenado de placer
sexual y, por consecuencia, en un burdo egoísmo que emplea cualquier medio, por
ilícito que sea, para lograr el máximum de satisfacción a costa del mínimum de
esfuerzo y responsabilidades.
Pero, si hubiésemos de creer a
sus lamentaciones; es oportuno hacerles memorizar las dulcísimas palabras de
Aquel que, siendo manso en sus enseñanzas, será juez inexorable al tomar cuenta
de su práctica: Si el Señor alimenta a las avecillas y viste a los lirios, “¿cuánto más a vosotros,
hombres de poca fe?”
Bien sabe vuestro Padre Celestial
lo que necesitáis vosotros, y El, que es dueño de dar la vida y sostenerla a
quien le plazca, dueño del espacio y dueño del tiempo, conoce por anticipado
qué es lo que necesitarán los nuevos seres que nacerán mañana, y no les faltará
el sustento cotidiano.
Pero si los hombres perseveran en
ofender con práctica blasfemia Su Providencia amorosa, seguirá El castigando
los hogares con maldición y con miseria, y al mundo entero con hambres, con
pestes, con guerras y con el exterminio de la muerte.
NOTAS:
La anterior homilía fue pronunciada siguiendo la
doctrina tradicional de la teología católica sobre el control de la natalidad,
que nunca había sido impugnada por
parecer a todos los teólogos y católicos en general suficientemente cimentada
en la Ley Natural. El problema comenzó a
agitarse con nuevos aspectos desde el descubrimiento Ogino-Knaus. Cuando predicábamos
esta homilía era ya un tema candente aun dentro de las sesiones del Concilio
Vaticano II. Después de la clausura del Concilio, el Papa Paulo VI emitió su
famosa Encíclica “Humanae Vitae” confirmando la posición tradicional de la
Iglesia en materia tan delicada cuya invariable moralidad fue determinada por
el mismo Autor de la naturaleza humana.
Ley Natural.- Aquella que Dios ha fijado en la naturaleza
íntima de las criaturas. Si se refiere a la criatura racional se llama ley
moral natural, que es la ordenación de la razón y voluntad divinas en cuanto
rige los actos humanos. Su moralidad está fundada en una intrínseca relación de
conveniencia o repugnancia con la naturaleza humana, de suerte que proceden
contra su ser natural quienes la violan y lo conservan quienes la guardan. Toda
criatura racional está, por su razón y su conciencia, naturalmente inclinada a la
observancia de la ley natural. (Consultar Rom. II-14,15).
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