3º.- Veamos ahora Jn. XX-17 que para ellos
significa un rompecabezas y que tanto citan en su afán de confundirnos. Sin
embargo, es más claro y proclama la existencia de las Dos Naturalezas en Cristo
y el efecto de sus méritos infinitos:
“Subo a mi Padre”.- Padre
mío conforme a mi propia Naturaleza Divina por haber sido eternamente
engendrado en la Inmanencia de la Esencia Divina.
“y vuestro Padre”.- Pues
por los méritos infinitos de mi pasión habéis sido reconciliados con El y
elevados al orden sobrenatural de la Gracia: “habéis recibido el Espíritu de la
filiación adoptiva, con el cual (clamáis): ¡Abba!, ¡Padre! (Rom. VIII- 15).
“a mi Dios”.- Por cuanto
Yo, Verbo Eterno, me hice carne, y al asumir naturaleza humana, me subordiné a
la Majestad Infinita. Existiendo en la forma de Dios, no por usurpación sino
por generación divina, me anonadé a Mí mismo, tomando forma de esclavo, para
obedecer hasta la muerte en remisión de la humanidad entera. (Cf. Filip.
II-5-8).
“y vuestro Dios”.- Pues
creaturas Suyas sois, y aunque algún tiempo os alejasteis de El por el pecado
de Adán, habéis sido redimidos y devueltos a la Casa del Padre. ¡Y esta es la
Buena Nueva: que os ha redimido el mismo Hijo de Dios! (Cf. Jn. III-16).
4º.- Entre los
malintencionados enredos que los testigos entretejen en su infame publicación,
tocan la queja de Jesús moribundo consignada por Mc. en XV-34 “Dios mío, ¿por qué
me has abandonado? (Cf. P. 18/ c.2/ párr.
B). Sus razonamientos se cimientan en una base material: “parte de sí mismo…. no
se consideraba Dios…. ¿se abandonó a sí mismo?
La Iglesia resuelve este problema mediante la consabida distinción:
a) Clama en
cuanto Hombre a su Padre Dios.
b ) Habla como Mesías solidarizado con la
humanidad pecadora recitando las primeras palabras de Salmo XXI, en que el Espíritu
Santo, por boca de David, profetiza detalladamente los tormentos que el Mesías
sufriría en la Cruz.
c ) Repite en voz alta las palabras del Salmo para
que conste a los circunstantes su cumplimiento.
d )
Sufre abandono para que su Humanidad
beba hasta las heces del cáliz del dolor. (Cf. Luc. XXII-42).
e)
Siente en su Alma – sin dejar de estar
hipostáticamente unida a la Divinidad – el apartamiento de Dios que deberían
sufrir los condenados, para expiar el pecado y salvarlos del eterno rechazo o
pena de daño. (Cf. Mth. XXV-41).
Nada de esto le quita ser Dios; antes por serlo, estos dolores y angustiosa
soledad reportan méritos infinitos para redención de la humanidad. Cristo, en
cuanto Dios, el Verbo en Sí, queda impasible pero con la intención divina de la
Redención. En cuanto hombre, sufre lo que nadie ha sufrido ni sufrirá jamás. En
cuanto Dios y Hombre, se convierte en la Víctima Divina para la salud del
mundo: “Me has dado un Cuerpo a propósito…” (Ps. XXXIX, 7-9: Hebr. X, 5-7).
Todo lo que hemos descrito larga y detalladamente, lo percibe y siente la
conciencia del católico en una sola concepción de la mente, gracias a la Fe,
que es un don de Dios. Pídanla los “Testigo” y vomiten esa saña contra la
divinidad de Jesucristo, que no es sino el odio acumulado desde hace dos mil
años, y que los de Broocklyn han heredado de aquellos que en el Calvario
ultrajaban Su agonía con burlas y blasfemias. (Cf. Mth. XXVII- 39-43: Mc. XV-29-32/
a: Luc. XXIII-35).
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