b) Ahora bien: si además de todos estos textos y razonamientos siguen exigiendo
la afirmación de la Divinidad de Jesucristo, salida directamente de sus labios,
HE AQUI TRES PRUEBAS; advirtiendo que todos los israelitas, doctos e indoctos,
que las escucharon, sabían muy bien relacionar estas afirmaciones con los
atributos exclusivamente divinos:
1a.- HIJO DE DIOS (con artículo: O´UIOS: el Hijo, el único Hijo o esencialmente
Hijo).- "... a quien el Padre santificó y envió al mundo, decís vosotros "blasfemas",
porque dije: "Soy Hijo de Dios" (Jn. X-36).
En estas palabras Jesús revela en qué sentido se da el título de Hijo de
Dios: por haber sido santificado por el Padre y enviado al mundo. Es así que
envió al mundo al Verbo, y el Verbo vino al mundo encarnándose. Luego al Verbo,
en cuanto Encarnado, santificó. Luego esta santificación es la unión substancial
que el Verbo hizo de la Humanidad creada y formada en el Seno de la Virgen.
Esta santificación y consiguiente envío identifican a Jesús con el Verbo en
cuanto Encarnado. Por eso ha afirmado El al principio de esta polémica:
"El Padre y Yo somos una misma cosa" (30): porque el Padre y el Verbo
tienen la misma Esencia Divina.
Al afirmar Jesús: "Soy Hijo de Dios", afirma su divinidad; pues
en su naturaleza humana es igualmente Hijo de Dios natural y no adoptivo,
puesto que la filiación no es de la naturaleza, sino de la Persona, que en
Cristo es la Divina del Verbo.
San Pablo a los Romanos (VIII-32) le llama "su propio Hijo".
Frecuente es el título de Unigénito o Unico Engendrado, como en Jn. I-18, que
en la lección griega (de los Códices B, S, C, L y las versiones Sahídica,
Bohairica, pesitta, preferida de los Santos Padres y la crítica moderna, según
afirma B. Ochard), es "UNIGENITO DIOS": (MONOGENES THEOS).
Por su parte, y revelando la filiación divina, dice David en Espíritu
profético:
"Oráculo del Señor a mi Señor: siéntate a mi diestra..." (Ps.
CIX-l) Y argumenta el mismo Señor Jesucristo: "Si pues David le llama su
Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo?" (Mth. XXIl-4s). La respuesta que no
acertaron a formular los Fariseos, Escribas y Doctores de la Ley, la revela el mismo
David en el Salmo II: "Promulgaré el decreto de Yahvéh: díjome: MI HIJO ERES
TU, YO MISMO HOY TE HE ENGENDRADO"
(Ps. II-7; Cf. Hebr. V-5).
En el mismo sentido aparecen las palabras del Padre Celestial: "Este
es mi Hijo muy amado en quien me complugue" (Mth. III- 17).
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