El Buen Samaritano
Continuación del Santo Evangelio
según San Lucas, (X, 23-37)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis; pues os
aseguro que muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo
vieron, como también oir las cosas que vosotros oís, y no las oyeron. Levantóse
entonces un doctor de la ley, y díjole con el de fin tentarle: Maestro, ¿Qué
debo hacer para conseguir la vida eterna? Díjole Jesús: ¿Qué es lo que se halla
escrito en la ley?, ¿qué es lo que en ella lees? Respondió él: Amarás al Señor
Dios tuyo de todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, con
toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo. Replicóle Jesús: Bien has
respondido: haz eso y vivirás.
Mas él, queriendo dar a entender que era justo, preguntó a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?. Entonces
Jesús, tomando la palabra, dijo:
Bajaba un hombre de Jerusalén a
Jericó y cayó en manos de ladrones, que le despojaron de todo y le cubrieron de
heridas, y se fueron dejándole medio muerto. Bajaba por el mismo camino un
sacerdote y, aunque le vió, pasó de largo; igualmente un levita, a pesar de que
se halló vecino al sitio y le miró, siguió adelante. Pero un samaritano que iba
de camino, llegóse a donde estaba y, viéndole, movióse, a compasión, y
acercándose, vendó sus heridas ungiéndolas con aceite y vino, y subiéndole en
su cabalgadura, le condujo al mesón, y cuidó de él. Al día siguiente sacó dos
denarios y dióselos al mesonero, diciéndole: Cuida de este hombre; y todo lo
que gastares de más yo te lo abonaré a mi vuelta.
¿Quién de estos tres te parece
haber sido prójimo del que cayó en manos de los ladrones?
---Aquel, respondió el doctor,
que usó con él de misericordia.
---Pues anda, díjole Jesús, y haz
tú otro tanto.
COMENTARIO:
Explicaremos hoy de manera
exegética el significado de esta preciosa parábola. La exégesis verbal considera
las palabras, frases y circunstancias y las aplica por partes en los diversos
sentidos que el contexto presenta.
Un hombre, es decir, el hombre, la humanidad.
bajaba, como quien dice, descendía de categoría,
de Jerusalén. Interpretemos, del cielo, al cual llama el
Apocalipsis “la Jerusalén Celeste”;
a Jericó, a la ciudad fundada cerca del Mar Muerto; es decir, a
la tierra, al pecado, que colindan con la muerte.
Este preámbulo del hombre que
bajaba de Jerusalén a Jericó, significa, pues, la humanidad, creada en Gracia
de Dios, que, al pecar, la pierde, abandona el paraíso y es desterrada en este
valle de lágrimas.
Cayó en manos de ladrones que le despojaron de todo. El
demonio robó a la humanidad su gracia y felicidad.
Le cubrieron de heridas dejándole medio muerto. El pecado hirió
de muerte a la humanidad entera porque le arrebató la gracia y porque la dejó
tarada con el pecado original y el desorden consecuente de la concupiscencia
que es el hervor de las pasiones.
Bajaba por el mismo camino un sacerdote.
Entendamos por
este Sacerdote a la Antigua Ley con su Sacerdocio, Templo, Altar y Sacrificios.
Aunque lo vió, pasó de largo. He aquí la impotencia de los antiguos
Sacrificios para redimir a la humanidad.
Igualmente un Levita. Entendamos por el Levita las prácticas
del Antiguo Testamento, igualmente insuficientes para justificar por sí mismas
a las almas. Sólo el Mesías prometiendo podría salvarlas.
Pero un Samaritano. El Samaritano era un israelita
considerado como extraño en el pueblo de Dios. La Iglesia aplica este tipo a
Jesucristo, hombre verdadero, pero de personalidad extraña a la humanidad por
ser también Dios verdadero.
Llegóse hasta donde estaba. El Verbo de Dios se hizo carne y habitó
entre nosotros.
Y viéndole, movióse a compasión. El estado de la humanidad movió
a Jesucristo a sacrificarse por nosotros.
Y acercándose le vendó sus heridas ungiéndolas con aceite y vino. Es
decir, haciéndose uno de nosotros por la Encarnación, curó nuestras heridas
espirituales vendándolas con su ejemplo, suavizándolas con el bálsamo de su
palabra y lavándolas con el vino de su Sangre. He aquí la verdadera y
definitiva Redención.
Y subiéndolo a su cabalgadura. Unciéndolo a su Cruz..
Lo condujo al mesón. A lugar seguro; incorporólo a su
Iglesia.
y cuidó de él. El personalmente redimió a la humanidad haciendo de
su persona la fuente de la salud.
Al día siguiente, es decir, desde el día perpetuo de la
Resurrección de Jesús.
saco dos denarios. Jesús promulga el Nuevo Testamento,
que se reduce a dos mandamientos: amor de Dios y amor del prójimo, e impone a
los hombres la fe en sus misterios y la práctica de las buenas obras.
dióselos al mesonero. Este es el Sacerdocio de la Nueva Ley,
guardián de la Iglesia Católica, depositario de esos dos denarios: fe y
costumbres, Revelación y Sacramentos.
diciéndole: Cuida de este hombre. . . ¡Qué encomienda tan
preciosa hace Jesús al Sacerdote: Su gracia y poder en favor de las almas!
yo te lo pagaré a mi vuelta. ¡Qué premio tan divino dará el Señor a
los ministros Sagrados que se porten fieles cuando a su vuelta, es decir, el
día del juicio, pagará como hecho en su persona lo que se hizo en la persona de
los pequeñitos!
RESUMIENDO: La Antigua Ley fue insuficiente para salvar a la humanidad caída. Jesucristo la redime y aplica su
Redención a todas las generaciones por ministerio de su Iglesia.
NOTAS al comentario (Luc. X-23-37).
Apocalipsis.- Nombre del último libro de la Sagrada Escritura
escrito en Patmos por el Apóstol San Juan
a inspiración del Espíritu Santo. El carácter de este libro es profético
y se desarrolla por sucesivas revelaciones.
Jerusalén Celeste.- El reino espiritual de Jesucristo.
Jericó.- Ciudad miltimilenaria de Palestina, situada en la
llanura de Gor junto al Mar Muerto. Pensemos en Jericó pagana de que habla
Josué VI.
Concupiscencia.- En el sentido más frecuente de la
Escritura y en el obvio de la Teología es el desorden de las pasiones no
sujetas a la razón, como consecuencia del pecado original. (Consultar Gal.,
V-16-25. Rom. VIII-23. Gén. III-7)
Pecado Original.- Es un dogma de fe. Se define como
pecado cometido por Adán y transmitido por la generación como habitual en todos
sus descendientes. Se llama pecado original porque nos viene a consecuencia de
nuestro origen y consiste en la privación de la gracia y el derecho al cielo.
San Pablo en Rom. V-12, nos dice: “Por
esto, como por un solo hombre el pecado entró en el mundo y por el pecado la
muerte, y así a todos los hombres alcanzó la muerte por cuanto todos pecaron”.
Es un misterio débilmente
explicado por la solidaridad del
género humano con Adán su cabeza física, y en cierto modo revelado con
paralelismo admirable por la redención universal dada la solidaridad de la humanidad con Cristo su cabeza espiritual.
Consultar Rom. V-18-21 y las definiciones de los Concilios de Cartago (año
418), Orange (año 529), Trento (años 1545 a 1563).
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