Los Falsos Profetas
Continuación del Santo Evangelio
según San Mateo. (VII, 15-21).
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: Guardaos de los falsos profetas que vienen a vosotros disfrazados
con pieles de ovejas, mas por dentro son lobos voraces; por sus frutos los
conoceréis. ¿Acaso se cogen uvas de los espinos, o higos de las zarzas? Así es
que todo árbol bueno produce buenos frutos y todo árbol malo da frutos malos.
Un árbol bueno no puede dar frutos malos; ni un árbol malo darlos buenos. Todo
árbol que no da buen fruto, será cortado y echado al fuego. Por sus frutos,
pues, los podréis conocer. No todo aquél qué me dice: ¡Oh, Señor, Señor!
entrará por eso en el reino de los cielos; "sino el que hace la voluntad
de mi Padre Celestial, ese es el que entrará en el reino de los cielos.
COMENTARIO:
De suma
importancia es la advertencia que nos hace el Señor en este párrafo evangélico:
"Guardaos
de los falsos profetas".
Nunca tuvo tan fiel aplicación
esta recomendación como ahora en que corren tantas doctrinas, unas abiertamente
y otras en secreto, pero todas disfrazadas de verdad, y afirmando todas ser
cada una la verdad.
Así lo grita a voz en cuello el
racionalista que, prescindiendo de la fe, dice aceptar solamente lo que capta
su razón; el materialista que, semejante a los brutos animales, sólo acepta el
raquítico testimonio de sus sentidos.
Así lo dice bajo mil máscaras la
masonería, que pretende conciliar el humanitarismo filantropico con lo
sobrenatural y, revistiéndose de ridículos misterios, sirve solapadamente a los
fines del demonio.
Esto pretende también el funesto
Protestantismo en cuyo seno ha reventado la suma de todas las herejías y ha
engendrado a los tres errores anteriores.
Estos últimos, los protestantes,
son, con toda verdad, lobos con piel de oveja.
Bajo la capa de una vida austera
en las costumbres, pretenden la extensión del Reino Mesiánico mediante la libre
interpretación de una Biblia falseada y mutilada, claro atentado en contra de
la Verdad.
Caminan de casa en casa, hablan
de Dios, predican el bien. ¿Dónde está su mal? En torcer el sentido de las
Sagradas Escrituras y falsear la verdad encerrada en la verdadera doctrina predicada
por Jesucristo.
Pretenden enseñar un cristianismo
genuino, pero muestran su falsedad al suprimir el Altar, el Sacrificio, los
Sacramentos y el Sacerdocio, medios instituidos por el mismo Cristo pero que
ellos aborrecen así como el demonio aborrece el culto al verdadero Dios.
Dicen que basta creer; pero ellos
no creen lo que Cristo enseñó, ni predican las obras efectivas que, elevadas
por la gracia, nos granjean la vida eterna.
"Por sus
frutos los conoceréis".
Lógico resultado de esta anarquía
espiritual fueron los errores ya citados del Racionalismo, el Materialismo y la
Masonería.
Y como si esto fuera poco,
alcanzan sus efectos hasta engendrar el último alarde de impiedad: el
Comunismo. Sí; aunque nieguen y protesten los protestantes, siguiendo el árbol
genealógico del Comunismo, hallamos que su progenitor es el Protestantismo.
El Comunismo no es sólo una
doctrina social económica; es toda una filosofía que pretende resolver todos
los problemas sin Dios: es la filosofía de la impiedad.
Su característica esencial es el
ateísmo y su fuerza expansiva radica en la revolución.
Como es falso en sus principios e
ilógico en sus consecuencias, no puede convencer al entendimiento humano, y
tiene que ser impuesto por la fuerza. Los dirigentes mismos no son Comunistas
convencidos, sino individuos que obran por propia conveniencia y, en abierta
oposición contra la verdad conocida, persiguen un plan diabólico: borrar de
toda conciencia humana el sentimiento de Dios y entronizar a una clase privilegiada:
la del Partido, que dominará al mundo conforme a los planes mismos del demonio.
Tan tremendos enemigos de la
verdad pretenden ser la verdad misma. Y en tanto que nos cuidamos de unos,
otros avanzan terreno. Hoy, por ejemplo, nos cuidamos del Comunismo y, mientras
debatimos en polémicas, nos roba terreno el cobarde protestantismo.
La Santa Iglesia Católica, fiel a
sus principios de paz y salvación, está celebrando un Concilio Ecuménico en el
cual ha dado oportunidad a todos los que no son católicos de reconciliarse con
Dios e ingresar a su seno.
Unos han oído la voz de la
Iglesia, otros la han despreciado y otros la aprovechan para seguir esparciendo
errores, lo cual es indicio inequívoco de mala fe. Así por ejemplo, al
recomendarnos el Santo Padre Juan XXIII llamarles con caridad "nuestros
hermanos separados", muchos no se han rendido por esta muestra de caridad,
sino que han alegado este título como señal de identidad con la doctrina, sin
convertirse a la Fe. No los llama el Papa "hermanos" para
protestantizar a la Iglesia, sino para demostrarles que la Iglesia está
dispuesta a recibirlos con los brazos abiertos cuando, abjurando sus errores,
abracen la verdad católica.
Otros han tomado ya las
traducciones católicas de la Biblia para argumentar a favor suyo. Advirtamos
que el mal en este caso no está en el texto que leen, sino en el modo torcido
de interpretarlo por propia autoridad. Así tomó el demonio los textos
verdaderos pero les dio una falsa interpretación cuando tentó a Jesús en el
desierto.
A estos herejes de mala fe se les
llama sectarios. No son aptos para la verdad porque la odian, y sólo pretenden
servir de instrumento a Satanás para perder las almas o por lo menos para
desorientarlas.
Guardémonos,
pues, de los falsos Profetas, pues aunque traigan el nombre del Señor en los labios
no son de Dios. "No todo aquel que dice: Señor, Señor, entrará en el Reino
de los Cielos, sino aquel que hace la voluntad de mi Padre".
¿Y dónde está la voluntad del Padre?
En las prácticas y enseñanzas de la única
Iglesia que puede con toda verdad llamarse
UNA,
SANTA,
CATOLICA,
APOSTOLICA
Y ROMANA.
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