OBJECIÓN
35.- LAS GUERRAS, APOYADAS POR LA IGLESIA CATÓLICA
En
los tiempos modernos, podemos comprobar que el Papa y los Obispos han apoyado
las guerras que están del lado de su País; como los Obispos alemanes en tiempos
de la Segunda Guerra Mundial, daban ánimo a las tropas y las bendecían. Lo
mismo hacían los Obispos del lado de
los
Aliados, y les decían "Dios está con nosotros".
SOLUCIÓN
35.- EL SOLDADO ES UN AUTÓMATA CON ALMA. LA IGLESIA, EN SU NEUTRALIDAD, LO ASISTE
ESPIRITUALMENTE
Lo
que toca a las guerras es un tema doloroso para toda la humanidad que conoció
la muerte violenta en el fratricidio de Caín (Gen. IV -8) Y se vio a si misma hija
de ira (Ver. Ef. 11-3), consecuencia del pecado original. Toda muerte colectiva
y organizada debe ser repudiada. Pero ¿qué incomprensible situación se encierra
en esto, que el mismo Dios mandó a los israelitas conquistar por la guerra la
tierra prometida y exterminar a sus antiguos moradores? (Cons. Jos. VI- 21).
Para
no alargarme, sólo te digo que hay guerras justas e injustas y que, por
desgracia, el soldado se convierte en un robot: la fuerza bruta y ciega de los
gobernantes, controlada sólo por su conciencia, que decide sea para mal cuando
la guerra es injusta, sea para bien cuando es justa y defensiva.
La
responsabilidad de las guerras recae directamente sobre los gobernantes.
La
iglesia no está por las guerras injustas, y cuando hay justicia desea que se
evite la guerra mediante arreglos y concertaciones pacíficas antes de exponer
las vidas. Así lo aconseja Nuestro Señor Jesucristo. (Cons. Luc. XIV-32).
En
cuanto a la posición que corresponde a los Obispos en los territorios que se
hallan en conflicto, ellos deben procurar la paz, y si no la logran, auxiliar
en sus respectivos sitios a los soldados porque están en peligro de muerte. No
se pondrán por ellos como soldados, sino como almas que probablemente habrán de
comparecer ante Dios en esos momentos. No deben desmoralizarlos, aunque tampoco
arengarlos; las arengas, corresponden a los generales de los ejércitos. No se
sabe de nadie que haya bendecido armas o arengado a los soldados. El deber del
Capellán Castrense se limita al auxilio espiritual, sobre todo de los moribundos,
consuelo y auxilio espiritual a los prisioneros de guerra, etc.
Así
verás que la Iglesia trasciende fronteras y conflictos bélicos: le toca
auxiliar a las almas y pedir a Dios la paz, procurar remedio a las viudas y
huérfanos en el hambre, el frío, el desamparo...
En
fin, la Iglesia sufre con el pueblo las consecuencias de la guerra, pero sin
partidismo. Únicamente mantiene su presencia por el bien de la paz y de las
almas.
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