3.- SOLUCION TEOLOGICA
Aunque la Escritura es clara y explícita en la afirmación de la divinidad y
humanidad de Nuestro Señor Jesucristo, la teología católica aborda el problema,
no porque dude, sino porque desea profundizar esta doctrina en cuanto le es
dable al entendimiento humano. Y esto, no solo para gozar de su contemplación
con fe y amor, sino también para mantener dentro de sus justos límites la fe de
los católicos y para dar satisfactoria respuesta a cuantos han pretendido
formular sistemas y soluciones al Misterio del Hombre – Dios. El Misterio de la
Encarnación es, en su presentación práctica, claro y seguro; pero en sí mismo,
en su esencia, es impenetrable. De él escribe San Pablo identificando el plan
salvífico con el Verbo Encarnado: “Sabiduría de Dios encerrada en el misterio,
escondida, que predestinó Dios antes de los siglos para gloria nuestra” (Cor.
II – 7).
No obstante, y puesto que el mismo Verbo Encarnado se dejó ver y tocar y
convivió con nosotros emparentando con la raza humana sin dejar su Divinidad (Cf.
I Jn. I – 1) nos es dado inquirir su
Personalidad hasta el límite de nuestra capacidad, bajo la guía y dirección de
la Iglesia, cuyo Magisterio Infalible ha sido el árbitro y oráculo en estas
espinosas cuestiones.
Tengamos, en primer lugar, la convicción de que la solución teológica
dimana de y armoniza con el misterio revelado, y que no repugna a la razón
humana; pues el mismo que infunde la fe es quien ha dado al hombre la luz del
entendimiento.
4.- EL ORIGEN DE CRISTO
A.- ORIGEN
DIVINO
El punto de la partida para esta disquisición es el anuncio del Arcángel
San Gabriel a la Santísima Virgen María, del cual extraemos las siguientes
palabras:
“EL Espíritu Santo descenderá sobre ti y
el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra;
por lo cual, también lo que nacerá será llamado
Santo, Hijo de Dios”.
(Luc. I – 35)
En el
paralelismo, llama el Ángel “Poder del Altísimo” al Espíritu Santo, porque El
es término de Amor Inmanente y Subsistente del Altísimo: el Padre. Y anuncia su
actuación consciente y personal, porque es persona: la Tercera Persona de la
Santísima Trinidad.
Descender
sobre María o cobijarla, o mejor aún: cubrirla o hacerle sombra, significa que
Ella será el objetivo de un privilegio jamás pensado; que realizará en Ella el
milagro de una fecundación virginal fundamentalmente divina.
Esta
fecundación no se realizó por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo.
Y lo revela el Ángel a San José, el mayor testigo de Esa Concepción sin
concurso humano: “José, hijo de David, no temas recibir (en tu casa) a María tu
esposa, pues lo que se engendró (a ha nacido) en Ella, es (obra) del Espíritu
Santo” (Mth. I- 20).
Este
milagro inaudito fue profetizado por Isaías (VII -14), y cita San Mateo el
texto para que sea comprobado su cumplimiento: “Todo esto ha acaecido a fin de
que se cumpliese lo que dijo el Señor por el profeta, que dice: He aquí que una
Virgen concebirá, parirá un hijo, y llamarán su nombre Emmanuel, que traducido,
quiere decir Dios con nosotros” (Mth. I-22-23).
¡”Dios
con nosotros”! Intencionadamente el Evangelista tradujo la palabra “Emmanuel”
para revelarnos con claridad Quién Es el que se encarna: aquel a quien – remontándonos
al Seno de la Sanísima Trinidad – le oímos decir: “Mi delicia es estar con los
hijos de los hombres” – (Prov. VIII – 31).
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