De modo simultáneo lleva una vida terrena completa y no se aparta de su
Vida Divina que es, en sí, perfecta, pues dice de Sí mismo: “Nadie ha subido al
cielo si no es el que ha bajado del cielo, el Hijo del Hombre, que está en el
cielo” (Jn. III-13). El puede obrar y hablar de Sí mismo como Hombre y como
Dios; como interior al Padre y como igual a El, como existente desde la
eternidad y como venido al tiempo. (Cf. Mc. VIII-2; M VII – 29. Mc. XIV -36;
Jn. VIII -58; Jn. III – 17). Jesucristo, empero, no es un hombre divinizado,
sino Dios – Hombre, un Hombre – Dios. Todo El es una sola entidad: una unidad
humano – divina; de donde sus operaciones son llamadas “teándricas”: que así
como en este vocablo solo se unen y distinguen dos raíces (Théos = Dios; ántropos
= hombre), así en su Divina Persona se unen sin confundirse las naturalezas
Humana y Divina, en una sola Persona.
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