La poética expresión de San Juan se repite en las fogosas frases de San
Pablo, quien abre su Carta a los hebreos con esta revelación: “Dios… nos habló
a nosotros en la Persona de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas la
cosas, por quien hizo también los mundos; el cual, siendo destello esplendoroso
de su gloria e impronta de su Substancia, sustentando todas las cosas con la
palabra de su poder, después de obrar por Sí mismo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la
Grandeza en las alturas… “ (Hebr. I-2-3).
En todo lo anterior descubrimos a Dios mismo como Dios y Redentor, Dios,
porque “el Verbo era Dios”, “impronta de su Substancia”; Redentor, porque “el
Verbo se hizo carne” y “obró por Sí mismo la purificación de los pecados” (Jn.
I-1, -14; Hebr. I-2).
Y para demostrar que rige en todo esto una operación exterior del Verbo en
obediencia a la Voluntad del Padre, he aquí un texto en que San Pablo nos
revela el modo como fue ejecutado el plan salvífico: “… el cual (Cristo), subsistiendo
en la forma de Dios, antes se anonadó a Sí mismo tomando la forma de esclavo,
hecho a semejanza de los hombres y en su condición exterior presentándose como
hombre; se abatió a Sí mismo hecho obediente hasta la muerte, y muerte de
cruz…” (Pilip. II,6-8).
Consta en este texto una doble naturaleza: la divina que el Verbo tiene
eternamente por Sí mismo (Cf. Jn. XVII-5), y la humana que asume en el tiempo.
Pues si el subsistir “en la forma de Dios” – y no por usurpación sino por su
propia generación eterna – se entiende tener Naturaleza Divina, el tomar la
“forma” de los hombres equivale a asumir la naturaleza humana.
De aquí que subsista inconfundible Dios y Hombre; pues tras haber asegurado
la resurrección y dominio universal de Él, dice San Pablo que “toda lengua
confiese que Jesucristo es Señor, llamado a compartir la gloria de Dios Padre”
(Filip. II, 9-11).
Síguese de todo esto que el Redentor tiene un doble origen: el divino en la
eternidad cabe el Padre, y el humano en el tiempo, en Seno de la Virgen.
Que tiene, por tanto, dos naturalezas distintas y completas: la Divina en
cuanto a Dios y la Humana en cuanto hombre.
Y que la confesión sin confusiones de estas dos naturalezas, es la llave
que abre la inteligencia de la Revelación divina de la Biblia: profética en el
Antiguo Testamento y cabalmente cumplida en el Nuevo.
Cristo es Dios y es Hombre. No por ser Dios es menos Hombre, ni por ser
hombre es menos Dios. Dios en la eternidad y en el tiempo; Hombre en el tiempo
con trascendencia divina en la eternidad.
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