Ciencia Infusa.- Es la que el
mismo Dios infunde sin industria humana. Cristo gozó de esta infusión desde el
primer instante de su Ser. Con ella Cristo conoció clara y profundamente cuanto
el hombre puede conocer en el orden natural y en el sobrenatural. Así convenía
a su dignidad de Verbo Encarnado, Redentor, Cabeza de la Iglesia y Rey de la
Creación. (Cf. Luc. II – 46 – 47).
Ciencia natural o adquirida.- Aunque bastarían
las tres clases de ciencia ya explicadas para que el Verbo Encarnado cumpliera
su misión salvífica, hay un texto de San Lucas que complementa nuestra visión
sobre la perfecta humanidad de Cristo: “Jesús crecía en sabiduría y edad y en
gracia ante Dios y ante los hombres” (Luc. II, 52).
Este crecimiento
puede explicarse como una manifestación progresiva de la ciencia, contenida en
el entendimiento humano de Cristo con base en la ciencia divina del
entendimiento divino, en que ese contiene eminentemente todo conocimiento. Sin
embargo, nada se opone a la adquisición de conocimientos experimentales, aun
cuando ya existan los principios especulativos en cualquier entendimiento
humano. Este conocimiento experimental es de orden natural, distinto de los
demás conocimientos de Cristo, cuyo entendimiento humano ena naturalmente
activo hasta la perfección. Bastaría el conocimiento de las causas por sus efectos
y de los efectos por sus causas, y la recta aplicación de los primeros
principios de la razón en su entendimiento claro y poderoso, para que la
ciencia de Cristo llegara a la perfección dentro del plano natural.
Añádase que al
mismo tiempo vivía y gozaba las ciencias antes descritas. Es, pues, muy
comprensible, que sus coterráneos se dijeran: “¿De dónde a éste estas cosas? Y
¿qué sabiduría es esta que le ha sido dada?” (Mc. VI – 2).
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