C.- Ambas
Naturalezas, Completas e inconfusas
Hemos afirmado, con la Escritura y con el Magisterio de la Iglesia, que en
Cristo hay dos Naturalezas, y que son completas (porque cada una actúa de modo
perfecto y oportuno) e inconfusas (pues sus hechos están perfectamente
definidos); la Naturaleza Divina opera en Cristo “en cuanto Dios, y la Humana
en cuanto Hombre”; formula celebérrima que nos enseñó el Catecismo para que
aprendiéramos a distinguir los distintos matices de las palabras y operaciones
del Señor.
Urge ahora considerar algunos conceptos sobre esta distinción, que, como
advertimos al principio, es la llave de la inteligencia de todo el Nuevo
Testamento, y cuya ignorancia ha precipitado en la herejía a las sectas
antitrinitarias.
Es obvio que, si las dos Naturalezas conservan su distinción en la única
Persona del Verbo, cada Naturaleza actúa de modo adecuado a su propia esencia,
pues “el obrar sigue al ser”. Por tanto, los conceptos las palabras y las obras
de Cristo fueron realizadas en distinción de Naturalezas.
Las pruebas de esa afirmación se
encuentran en la razón y en la Escritura.
En la razón, porque es verdad metafísica el que cada Naturaleza actúe
conforme a su propia exigencia y dentro de su orden natural; y así consta que
Cristo convivió con los hombres procediendo de modo perfectamente humano,
perfectamente divino.
En la escritura, porque consta por los varios pasajes ya citados que
fisiológica y psicológicamente se comportó – aunque en grado muy superior y
sublime – como se comporta la humanidad entera, excepción hecha por el pecado,
que es absolutamente ajeno a la Naturaleza Humana de Cristo; Cf. Hebr. IV – 15;
I-Petr. II – 22; I –Jn. III – 5,8; Jn. VIII – 46.
La misma argumentación nos asiste con respecto a la Naturaleza Divina.
Y ambas operaron sin mezcla ni confusión: si se hubieran confundido no se
podrían distinguir los hechos; y si se hubieran mezclado, de la fusión de las
dos Naturalezas hubiera resultado una tercera; en este último caso, Cristo no
hubiera podido redimirnos por no ser total y verdaderamente Hombre, hijo de
Adán, Hijo del hombre, solidario y plenipotenciario de la humanidad que por los
nombres había de ofrecer un Sacrificio: el mismo de su muerte real y verdadera.
A pari, no hubiera sido Dios y no hubiera tenido méritos infinitos para
satisfacer la infinita justicia de Dios.
Quien pensara en una fusión o en una mezcla de la Naturaleza Divina con la
humana, incurriría en un absurdo metafísico al exigir que la naturaleza Divina
se doblegara a la Humana dejando de ser divina; o que la Humana salvara el
abismo infinito que hay entre la Humana y la Divina.
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