Con impresionante realismo descorre el velo de la Encarnación y nos hace
oír al Verbo Encarnado que, "al entrar a este mundo", se ofrece por
Víctima Divina orando con las mismas palabras del Salmo Mesiánico: "Sacrificios
y ofrendas no quisiste, pero me diste un cuerpo a propósito: holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces
dije: Héme aquí presente. En el pomo del libro está escrito de Mí; quiero
hacer, ¡Oh Dios! Tu Voluntad" (Hebr. X - 5 - 7; Ps. XXXIX - 7 - 9).
Es, sobre todo, patético, este pasaje de la pasión: "... en los días
de su carne, habiendo ofrecido plegarias y súplicas con poderoso clamor y
lágrimas al que podía salvar de la muerte, y habiendo sido escuchado por razón
de su reverencia; aún con ser Hijo, aprendió de las cosas que padeció lo que
era obediencia; y consumado, vino a ser para todos los que le obedecen causa de
salud eterna." (Hebr. V-7-9).
A renglón seguido nos revela que Cristo, en cuanto Hombre, posee un Sacerdocio
eterno, distinto y superior al Levítico y sólo exclusivo para El, reservado por
Aquel que le proclamó: "Hijo mío eres tú, Yo hoy te he engendrado" (Hebr.
V - 5; Ps. II - 7); a fin de entrar en el Santuario no hecho por mano humana, ofreciendo
al Padre su Sacrificio Redentor por su propia Sangre. (Cf Hebr. V-10; VII-sgs.).
Este es el misterio del hombre - Dios que, sentado a la derecha del Padre,
es, en cuanto Hombre, "el Único Mediador entre Dios y los hombres, que se dio
a Sí mismo como precio de rescate por todos". (I Tim. II-5-6; Hebr. IX-15).
Nada de esto nos hará tropezar, en la misma piedra en que han tropezado los
herejes, escandalizados de la inferioridad de Cristo Dios en cuanto Hombre; antes
al contrario, nos llevará a mayor admiración, sabiendo que esta Humanidad que
se ve físicamente y padece realmente, no puede ser considerada en aislada subsistencia
como sólo hombre, sino que es el mismo Verbo Divino quien asume, y personifica,
y actúa, en y por esa Humanidad; quien en el tiempo y la fisiología, en el
alma, entendimiento, voluntad y sentimiento, padece por mí, siendo en Sí un Ser Único: el mismo Verbo
Encarnado.
Y así, en cuanto Hombre, es más admirable y amable porque está conmigo y junto
a mí sensiblemente, más digno de gratitud, pues sin dejar de ser Dios, quiere igualarse,
abajarse a mí y morir por redimirme. Verdaderamente, ¡me amó y por mi amor se entregó
a la muerte! (Cf Gál. II - 20).
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