De este modo me reafirma Dios en la realidad de su propia
existencia y se digna revelarme la intimidad de su propia Esencia. La
existencia de Dios y la intimidad de su Esencia las acepto en virtud de la fe sobrenatural,
aunque no lo he visto: "por fe caminamos, no por visión" (II Cor.
V-7). Fe que define San Pablo: "Es la fe... argumento de (las cosas) que
no se ven" (Hebr. XI. I).
Reconociéndola como "argumento", me enseña que la
fe sobrenatural engendra en mí una certeza que llega a la convicción más
profunda e inconmovible, así como en el orden de las ideas naturales el argumento genera certidumbre.
Y con esta profunda convicción, creo en Ti, ¡oh Adorable Trinidad!,
y te glorifico y bendigo porque te has dignado manifestarte a mí con la fe que
Tu misma me infundiste en el Bautismo. Creo que eres un misterio insondable: conozco,
tu existencia aunque no pueda yo explicar el porqué ni el cómo, siendo un solo
Dios, eres Padre, eres Hijo y eres Espíritu Santo. Conozco que existe este,
misterio, aunque por mi pequeñez no conozca como se realiza en, su última y
profunda constitución.
Ni me atrevería a escudriñar tu Majestad porque sería oprimido
por tu gloria (Cf. Prov. XXV-27); ni me aventuro a caer en la insensatez dé
intentar que en mi mente, limitada por su propia contingencia, cupiera tu inmensidad
eterna.
Pero el saber la existencia de este Misterio es ya una dicha
inmerecida, y el contemplar su objeto es gozo y paz indescriptible que supera a
todo sentido y me transporta al éxtasis.
¡Creo en Ti, oh Dios, Uno en Esencia Trino en Personas!
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