b).- En cuanto el culto que la Iglesia Católica rinde a María,
los católicos siempre hemos distinguido la adoración de la Veneración. La
adoración corresponde sólo a Dios; la veneración a las personas ya glorificadas
que, habiendo servido a Dios y logrado la perfección de su amor, se han salvado
y viven en la Bienaventuranza del Cielo, más próximas a la presencia de Nuestro
Señor Jesucristo. Así lo proclama Cristo en reconocimiento a la remuneración de
la justicia divina (Cf. Mth. XX – 23).
De éstas, es María Santísima la
que goza de una gloria mayor, porque física y espiritualmente estuvo más vinculada
al Redentor y a la Redención.
La felicitamos con demostraciones
cultuales de veneración (no de adoración), por cuanto Dios la exaltó sobre
todas las criaturas haciendo en Ella maravillas. En actitud contraria, los
sectarios, participando del despecho y la envidia del demonio, se portan indiferentes
con Ella y hasta llegan a despreciarla, como lo hacen los protestantes.
La raíz de ese desprecio se
alimenta del fanatismo protestante, que considera contrario a la gloria de
Cristo toda glorificación o alabanza que no se rinda a Cristo. Pretenden
ignorar a la Madre que fue llamada bienaventurada por haber concebido y lactado
a tal Hijo, como lo proclamó emocionada una mujer de entre la turba. (Cf. Luc.
XI – 27).
No hay comentarios:
Publicar un comentario