¿De dónde, pues, le nació a
Gonzalo Vega la locura de suprimir la Confesión? En esta y otras reformas
prueba el mismo heresiarca que la suya no es la Iglesia de Jesucristo, sino una
burda caricatura de factura humana. No le bastó con la amarga experiencia de
Martín Lutero: quiso imitarlo en todo aunque las consecuencias fueran funestas.
También le estorbó la Confesión como le estorbó el Sacerdocio, no fueran sus
adeptos a caer en el Confesionario y abrieran los ojos. El demonio retiene a
las almas en su pecado para que los corazones se endurezcan y les sea imposible
descubrir su deplorable situación.
Pero ya hemos notado que, al
surgir entre nosotros la nostalgia y la necesidad de la Confesión, Gonzalo Vega
se propuso a sí mismo por confidente, consejero y árbitro de nuestras angustias
espirituales: creía poder fungir como psicólogo o psiquiatra, pero nunca
lograría la pastoral sobrenatural de la Gracia que Dios derrama mediante la absolución
que imparte el más humilde Sacerdote.
Creo que a menos llegó Lutero:
simplemente suprimió la Confesión de un plumazo como solución a sus regateos en
la integridad de la declaración. Los sectarios posteriores, como Melanchthon,
mitigarían la situación, pero ya había desaparecido el Sacerdocio entre ellos: “Yo
me voy y me buscaréis y moriréis en vuestro pecado” (Jn. VIII – 21).
Confesar significa en la Biblia
reconocer, y esto no puede hacerse sin la manifestación al que tiene la misión
de juzgar y perdonar los pecados en el Nombre y con el poder de Dios. “Y muchos
de los que habían creído venían confesando y declarando sus prácticas de magia”
(Act. XIX – 18). Santiago Apóstol recomienda: “Confesad, pues, los pecados los
unos a los otros” (V-16); lo cual indica que, aunque humanamente sean iguales
el penitente y el Confesor, éste tiene potestad participada de los Apóstoles
para perdonar: no se puede creer que el Apóstol que recibió directamente de
Cristo la potestad de perdonar pecados, proclamara que todos los fieles la
tenían; se supone que manda a los fieles recurrir al Confesor, aunque igual de
humano que ellos. Y pone el ejemplo: “Elías, hombre era de igual condición que nosotros
y oró. . . y no llovió; otra vez oró y el cielo dio lluvia. . .” (Jac.V – 17-18).
Esto no lo hacen todos.
Recordamos aquí la frase en que
concluye el milagro del paralítico: -------- “que había dado tan grande potestad
a los hombres”.
Veamos, finalmente, cómo los
primeros cristianos sí se confesaban. Dice San Pablo urgiendo la pureza de
conciencia para recibir la Eucaristía: “Pruébese el hombre a sí mismo. . .” (I
Cor. X – 28). Y la Didajé: “Reunidos cada día del Señor, partid el pan y dad
gracias después de haber confesado vuestros pecados, a fin de que vuestro sacrificio
sea puro” (XIV – 1) “En la reunión de los fieles confesarás tus pecados y no te
acercarás a la oración con conciencia mala”. (IV-14).
De todo lo cual se concluye que
Gonzalo Vega no retornó a la espiritualidad de los primitivos cristianos; antes
los engaña con su “Consejería pastoral”, y en vano llama a sus sectarios con el
excelso nombre de “Cristianos”, únicamente reservado para quienes permanecen
fieles e inconmovibles en la Pasión, muerte y Resurrección del Redentor del
mundo.
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