C.- REPUDIAN EL SACRIFICIO DE LA MISA Y
LA EUCARISTIA
a) La Misa
La Biblia, palabra de Dios infalible e inapelable, nos
enseña la celebración de la primera Misa: "Estando ellos comiendo, tomó
Jesús un pan y, habiendo pronunciado la bendición lo partió y dándolo a sus
discípulos, dijo: "Tomad y comed: esto es mi cuerpo. Y habiendo tomado un
cáliz y habiendo dado gracias, se lo dio diciendo: Bebed de él todos porque
esta es mi sangre de la alianza, que por muchos es derramada para remisión de los
pecados ... " (Mth. XXVI- 26-28).
La Misa esencialmente consiste en la consagración, antecediendo
su ofrecimiento y concluyendo con su consunción. Esto fue lo que Jesús hizo.
Y dio el mismo poder a los Apóstoles: "Haced esto en
memoria mía" (Luc.XXII-19).
En el establecimiento de la Iglesia, los Apóstoles celebraban
la Misa con los primeros cristianos: "Y perseveraban asiduamente en la
doctrina de los Apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en las
oraciones." (Hechos, II- 42).
Esto mismo lo enseñó San Pablo a los fieles: "Yo
recibí del Señor lo mismo que os trasmití a vosotros: que el Señor Jesús, la noche
que era entregado, tomó pan y, habiendo dado gracias, lo partió y dijo:
"Esto es mi Cuerpo, que se da por vosotros. Haced esto en memoria de
Mí" Asimismo el cáliz después de haber cenado, diciendo: "Este cáliz
es el Nuevo Testamento en mi Sangre; haced esto cuantas veces bebiereis, en
memoria de Mí". (I Cor. XI- 23-25).
La Consagración obra el milagro de la Transubstanciación:
la substancia del pan y la substancia del vino, se convierten en el Cuerpo y la
Sangre de Cristo, permaneciendo los accidentes de las especies sacramentales esto
es, la apariencia perceptible del pan y del vino.
Los Apóstoles enseñaron esta realidad sobrenatural de la
transubstanciación y exigían respeto a los primeros cristianos: "Porque cuantas
veces coméis este Pan y bebéis el Cáliz anunciáis la muerte del Señor hasta que
venga. De suerte que, quien comiere el Pan o bebiere el Cáliz del Señor
indignamente, reo será del Cuerpo y la Sangre del Señor". (I Cor.XI -
26-27).
Y lo repetía enfáticamente: "El Cáliz de la
bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? El Pan
que partimos, ¿no es acaso comunión con el Cuerpo de Cristo? (I CoroX-16).
Los primeros cristianos participaban de la Misa y
comulgaban con la profunda convicción de recibir sacramentalmente la realidad del
Cuerpo y la Sangre de Cristo. Así dice la Didajé: "Reunidos el día del
Señor, partid el Pan y dad gracias después de haber confesado vuestros pecados
a fin de que vuestro sacrificio sea puro" (XIV - 1). Además de este testimonio,
está llena la primitiva cristiandad de documentos alusivos a y probativos de la
realidad eucarística.
b) La Eucaristía
El culto que la Iglesia rinde a
la Santísima Eucaristía, es consecuencia lógica de la adoración que rinde a
Cristo cuando se hace realmente presente en la Santa Misa.
Esta presencia real de Cristo es
el dogma proclamado por el mismo Cristo cuando identificó el Pan y el Vino con
su Cuerpo y su Sangre mediante las palabras de la Consagración con el verbo
"es". De modo que, lo que Cristo tenía en sus manos, deja de ser pan
y vino y en ese instante se identifica con su Cuerpo y su Sangre, no por la fe
de los Apóstoles sino por la realidad con que el mismo Señor Omnipotente los
identifica.
Del Pan consagrado en la Misa,
una parte se distribuye a los fieles comulgantes y otra es reservada en el
Sagrario, principalmente para los cristianos enfermos o encarcelados. Lógico es
que, en esta parte no consumida, se conserve el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
Grandes conocimientos de
filosofía, de teología y una profunda exégesis bíblica, pero sobre todo una fe
sobrenatural hacen falta a Gonzalo Vega y a sus asesores protestantes para
aceptar este Misterio.
Los primeros cristianos, que sí
tenían fe, y por su fe, aunque muchos de ellos eran rudos, intuían lo que los
teólogos, los filósofos y los exégetas adquieren por su ciencia; sabían ciertamente
que, al comulgar, recibían a Cristo vivo y glorioso tal como está en el Cielo.
Y consignan en la Didajé está su convicción entreteniéndose en estos y
semejantes coloquios: "Te damos gracias, Padre Nuestro, por la santa viña
de David tu siervo, la que nos diste a conocer por medio de Jesús... Nos
hiciste gracia de comida y bebida espiritual y de vida eterna..." (IX - 3 - X).
En contraposición, qué triste es
el cuadro con que advierte San Ignacio Mártir a los primeros cristianos de
Esmirna, sobre la incredulidad de los herejes: "Apártense también (los
herejes) de la Eucaristía y de la oración, porque no confiesan que la
Eucaristía es la Carne de Nuestro Salvador Jesucristo, la misma que padeció por
nuestros pecados, la misma que, por su bondad, resucitóla Dios". (VII- 1).
Pondere ahora el heresiarca hasta
qué punto ha reducido a la miseria espiritual a sus adeptos, siendo así que
dice el Señor con juramento: "En verdad, en verdad os digo: si no comiereis
la carne del Hijo del hombre y bebiereis su sangre, no tenéis vida en vosotros"
(Jn. VI- 54).
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