c).- Sobre la intercesión, ya sabemos, y es dogma de fe, que “tenemos
un solo Abogado ante el Padre” (Cf. I Jn. II – 1) el cual, sentado a su
diestra, “vive siempre para interceder por nosotros” (Cf. Hebr. VII – 25).
Mas la santidad participada de
Cristo a sus fieles servidores, es objeto de su amor benevolente, y por amor a
estos justos bien puede hacer misericordia hasta por Sodoma y Gomorra (Cf. Gén.
XVIII). ¿Cuánto más si se les pone de intercesores ante Cristo para alcanzarnos
los medios que necesitamos en la obra de nuestra salvación eterna?.
En la Escritura consta la
intercesión de los Santos: Moisés intercede por el pueblo en lucha (Ex. XVII –
11-13); Job es designado por el mismo Dios para interceder por sus amigos (Job
XLII – 8); Jeremías, después de muerto, vela desde el Cielo por Jerusalén y la
seguridad de Israel (II Mac. XV – 12-16),
los Ángeles presentan a Dios las oraciones de fieles (Apoc. VIII – 4); María
Santísima intercedió por los esposos de Caná y Cristo realizó por sus ruegos el
primer milagro público y creyeron en Él sus discípulos (Jn. II).
Nada quita a la gloria de Cristo
esta intercesión accidental y participada de la Suya; antes la manifiesta y engrandece.
En el día de Pentecostés, María
estaba reunida en el Cenáculo con los Apóstoles y otros fieles (Act. I – 14).
De aquí que los primeros cristianos acostumbraran recurrir a la Virgen mientras
vivía bajo el cuidado de San Juan (Cf. Jn. XIX – 27), y siguieron recurriendo a
Ella después que, dejado este mundo, fue elevada a los cielos. Así se comprueba
en un papiro procedente del siglo III de nuestra era, que contiene escrita esta
oración que se ha repetido en la Iglesia hasta nuestros días: “Bajo tu amparo
nos acogemos, Santa Madre de Dios; no deseches nuestros ruegos, pues te los
dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todos los peligros,
oh Virgen gloriosa y bendita”.
¿Qué dirá Gonzalo Vega ante esta oración que
él mismo repitió en su juventud? ¿Qué está contra el Evangelio? Oiga los que
pensaban los primeros cristianos, por la boca del gran sabio y mártir Orígenes:
“Nadie puede comprender el Evangelio (de San Juan) si no ha reclinado su cabeza
sobre el pecho de Jesús y no ha recibido de Él a María como madre” (In Jn.
1-6).
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