Nada descuidó el
heresiarca asesorado por sus padrinos norteamericanos: emprendió un
proselitismo domiciliar repartiendo propaganda escrita conforme a sus novedades. A algunos que le
habíamos seguido, nos envió a las casas. Sé que estos escritos tuvieron
respuesta de parte del Sacerdote nuestro Antiguo Párroco, para señalar los
errores y puntualizar la Fe Católica.
Desde el momento
en que Gonzalo Vega se decidió a dedicarse a la fundación de la Secta, le fluyó
dinero de las arcas protestantes norteamericanas. Nuestros perpetuos enemigos
del Norte, siempre dispuestos a apoyar cualquier movimiento antipatriótico y
anticatólico, acogieron la fundación del ya considerado “Pastor” y lo
asesoraron doctrinalmente, lo respaldaron en lo económico, de suerte que, siguiendo
la costumbre protestante de sobornar conciencias, pronto pudo contar con un
buen número de espectadores y albergarlos en amplios locales alquilados ex
profeso. Estos serían después adquiridos por la Secta y anunciados bajo el
título de “Centro de fe, esperanza y amor”.
Emprendió
después Gonzalo la construcción de un enorme templo en la cima de un cerro de
Calacoaya, para cuya edificación esquilmó a sus sectarios con contribuciones
forzadas, superiores a sus fuerzas, y se vale de mujeres fanatizadas que
colectan recursos por la gran ciudad de México, sin que queden a salvo los
paisanos que laboran en los Estados Unidos. Esta construcción ha absorbido el
patrimonio de muchos, cuyas quejas y lamentos se filtran en el vecindario.
Y puso el demonio
la señal inequívoca a su obra: la esposa, que había sido causa de esta
apostasía, fue repudiada por su marido Gonzalo Vega. El jefe de la rebelión se
separó de ella no obstante que la amaba y veneraba como a su oráculo.
Los seguidores
quedaron escandalizados y muy tristes lamentando que “el matrimonio modelo” se
hubiera desunido. Los protestantes norteamericanos protegieron a la mujer y a
los hijos abandonados; pero como detectaron que era contraproducente al
crecimiento de la secta el estado que vivía el líder iniciador – cualesquiera que
fuesen los pretextos apoyados en su falsa interpretación de la Biblia – y como
se propagaban hablillas y suspicacias, le instaron por la reconciliación:
después de algún tiempo, Gonzalo optó por reconciliarse con su esposa y vivir
nuevamente en su compañía.
Ante las
anomalías de la secta y de sus fundadores, hubo un desconcierto interno que
trascendió a la opinión pública por publicaciones que ellos mismos hicieron en
la prensa local (ver “ECOS”, 21 Dic./95, a 11 de Julio/96). Hubo denuncias de
chantaje moral y económico, pues las confidencias que se hicieron a Gonzalo y a
sus cómplices para suplir la confesión
católica, pusieron al líder una arma poderosa para obligar astutamente a los
incautos a cumplir su voluntad, permanecer en la secta o entregar su
patrimonio.
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