14/c.-"... y contemplamos su gloria...".-Testigo
de Jesús hasta los confines del orbe (Cf. Act. I-8), San Juan no se contenta
con transmitir la revelación profunda que ha recibido por el Espíritu Santo al
contemplar al Verbo en su "principio" y en su identidad con Dios; también
avala con su autoridad de testigo ocular la gloria que repetidas veces se dejó
traslucir en Jesús, especialmente en el monte Tabor. (Cf. Mfh. XVII-I-13;
Mc. IX-2-13; Luc. IX-28-36). Y así podía escribir en su primera Epístola:
"Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con
nuestros ojos, lo que contemplamos y nuestras manos tocaron acerca del Verbo de
la vida, y la vida se manifestó y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna,
la que estaba cabe el Padre y se manifestó a nosotros; lo que hemos visto y
oído, os lo enunciamos también a vosotros" (I-I-3). Lo mismo dirán de
palabra los demás Apóstoles: Santo Tomás repetiría con experiencia inefable:
"nuestras manos tocaron" hasta caer rendido y confesando de hinojos:
"¡Señor mío y Dios mío!" (Jn. XX-28). Por su parte, el Príncipe de
los Apóstoles redacta, inspirado, un texto paralelo llamándose a sí mismo y a
los otros Apóstoles "testigos oculares de su majestad" (II-I-16).
14/d.-". . . gloria cual del Unigénito del
Padre. . . ".-
El testimonio del mismo Padre Celestial nos cerciora:
"Pues al recibir de Dios Padre honor y gloria cuando desde aquella magnífica
gloria se le hizo llegar esta voz: Este es mi Hijo muy amado en quien me complazco"
(II Petr. I-17).
14/e.-"... lleno de gracia y de
verdad".-Lleno, pleno, pues "en El habita corporalmente toda la
plenitud de la divinidad" (Col. II-9). La Gracia en su plenitud, o por mejor decir, el manantial de la
Gracia, lo es el Verbo. Para eso vino como don o gracia que el Padre concedía a
los hombres, y para transfundir la gracia en los hombres. "Tanto amó Dios
al mundo que le dio a su Hijo Unigénito, a fin de que todo el que crea en El no
perezca, sino alcance la vida eterna" (Jn. III-16). -La Verdad es el mismo Verbo, pues el entendimiento
del Padre, entendiendo y comprendiendo perfectísimamente su propia esencia,
sólo puede engendrar una Idea substancial identificada con la Verdad Absoluta
de Aquel-que-Es. Cristo mismo lo confirma: "El Padre y Yo somos una misma
cosa" (Jn. X-30).
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