lunes, 24 de octubre de 2016

Continuación del Santo Evangelio. . .(cont.)



Confianza en la Providencia

Continuación del Santo Evangelio según San Mateo (VI- 24-33)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
Ninguno puede servir a dos señores; porque o tendrá aversión al uno y amor al otro, o si se sujeta al primero, mirará con desdén al segundo. No podéis servir a Dios y a las riquezas.

En razón de esto os digo: no os acongojéis por el cuidado de hallar qué comer para sustentar vuestra vida, o de dónde sacaréis vestidos para cubrir vuestro cuerpo. Qué, ¿no vale más la vida que el alimento y el cuerpo más que el vestido?

Mirad las aves del cielo cómo no siembran, ni siegan, ni tienen graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿Pues no valéis vosotros mucho más sin comparación que ellas?

Y ¿quién de vosotros, a fuerza de discursos, pude añadir un codo a su estatura?

Y acerca del vestido, ¿a qué propósito inquietaros? Contemplad los lirios del campo cómo crecen. Ellos no labran, ni tampoco hilan: sin embargo, Yo os digo que ni Salomón, en medio de toda su gloria, se vistió con tanto primor como uno de estos lirios.

Pues si una hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios así la viste, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?

Así que no vayáis diciendo acongojados: ¿qué comeremos o qué beberemos o con qué nos cubriremos?, como hacen los gentiles, los cuales andan ansiosos tras de todas estas cosas; qué bien sabe vuestro Padre la necesidad que de ellas tenéis.

Así que, buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas las demás se os darán por añadidura.

Comentario:

Maravillosa es la lección que ofrece Jesús a los hombres bajo la pintoresca imagen que hoy presenta y que meditaremos bajo el tema de la Confianza en la Providencia.
Dios nos creó de la nada, pero no nos abandonó a las leyes naturales de nacer, crecer, reproducirse y morir; sino que, además de conservarnos, cuida de nosotros con paternal solicitud.

Jesucristo procede con lógica admirable en su razonamiento que constituye un argumento incontestable. Las criaturas insensibles y las no racionales, cuya graduación en la escala de los seres es inferior en perfección, relativamente, a la nuestra, obtienen de su Providencia abundancia de medios para; ¿cuánto más proveerá el Señor al género humano, que por poseer alma espiritual e inmortal y haber sido creado a imagen y semejanza Suya, es su hijo predilecto y Rey de la Creación?

Sin embargo, la conducta de nuestro siglo materialista lanza un mentís blasfemo contra esta verdad y fiel promesa de Dios, para cohonestar su ansia de placer desordenado y los crímenes que comete para prolongarlo.

Según la maldad de muchos hombres y mujeres, el mundo padece hambre debido al exceso de población; los hogares están en la miseria por la abundancia de hijos. Ellos, en un rasgo de caridad por el mundo y por los hijos que tal vez, en un futuro incierto podrían  vivir menos decorosamente, se entregan a los placeres sexuales sin más finalidad que la del placer mismo, porque es, según dicen, una necesidad imprescindible, pero, valiéndose de recursos médicos ilícitos, siegan en su raíz la misma fuente de la vida, impidiendo criminalmente que nuevos seres les vengan a imponer obligaciones molestas. Y cuando el Creador hace prevalecer sus derechos decretando el nacimiento de un nuevo ser a pesar de esas perversas precauciones, maldicen al nuevo ser como un intruso y le matan antes de que vea la luz, constituyéndose con esta abominación en ¡homicidas de sus propios hijos!

No creo que a estos criminales haya de exhortárseles a confiar en la providencia, pues no es la desconfianza la raíz de sus aberraciones; su mal estriba en el apetito desordenado de placer sexual y, por consecuencia, en un burdo egoísmo que emplea cualquier medio, por ilícito que sea, para lograr el máximum de satisfacción a costa del mínimum de esfuerzo y responsabilidades.

Pero, si hubiésemos de creer a sus lamentaciones; es oportuno hacerles memorizar las dulcísimas palabras de Aquel que, siendo manso en sus enseñanzas, será juez inexorable al tomar cuenta de su práctica: Si el Señor alimenta a las avecillas  y viste a los lirios, “¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?”

Bien sabe vuestro Padre Celestial lo que necesitáis vosotros, y El, que es dueño de dar la vida y sostenerla a quien le plazca, dueño del espacio y dueño del tiempo, conoce por anticipado qué es lo que necesitarán los nuevos seres que nacerán mañana, y no les faltará el sustento cotidiano.

Pero si los hombres perseveran en ofender con práctica blasfemia Su Providencia amorosa, seguirá El castigando los hogares con maldición y con miseria, y al mundo entero con hambres, con pestes, con guerras y con el exterminio de la muerte.


NOTAS:

La  anterior homilía fue pronunciada siguiendo la doctrina tradicional de la teología católica sobre el control de la natalidad, que nunca había  sido impugnada por parecer a todos los teólogos y católicos en general suficientemente cimentada en la Ley Natural. El problema comenzó  a agitarse con nuevos aspectos desde el descubrimiento Ogino-Knaus. Cuando predicábamos esta homilía era ya un tema candente aun dentro de las sesiones del Concilio Vaticano II. Después de la clausura del Concilio, el Papa Paulo VI emitió su famosa Encíclica “Humanae Vitae” confirmando la posición tradicional de la Iglesia en materia tan delicada cuya invariable moralidad fue determinada por el mismo Autor de la naturaleza humana.


Ley Natural.- Aquella que Dios ha fijado en la naturaleza íntima de las criaturas. Si se refiere a la criatura racional se llama ley moral natural, que es la ordenación de la razón y voluntad divinas en cuanto rige los actos humanos. Su moralidad está fundada en una intrínseca relación de conveniencia o repugnancia con la naturaleza humana, de suerte que proceden contra su ser natural quienes la violan y lo conservan quienes la guardan. Toda criatura racional está, por su razón y su conciencia, naturalmente inclinada a la observancia de la ley natural. (Consultar Rom. II-14,15).


miércoles, 12 de octubre de 2016

Continuación del Santo Evangelio. . .(cont.)



P R O L O G O

Los textos evangélicos que presentamos corresponden a los párrafos elegidos para los esquemas litúrgicos entonces insertados en el Misal Romano promulgado por el Sacrosanto Concilio de Trento. (Pío V – Pío X – Benedicto XV).

Hemos procurado reconstruir los mismos textos que entonces se leían en el púlpito y que corrían de mano en mano impresos en la Hoja Dominical. Eran entresacados de la traducción castellana tenida, en aquellos días, como hecha por el Ilmo. Sr. Dn. Félix Torres Amat, Obispo de Astorga. La fluidez y cadencia del lenguaje puntualizado por algunas interpolaciones explicativas daban tal fuerza didáctica a los párrafos evangélicos, que, leídos año tras año, iban grabándose en la mente y en el corazón de los oyentes insensible pero profundamente.

Más tarde esta misma traducción ha sido publicada por el Apostolado de la Prensa de Madrid, identificándola los sabios como original del R.P. José Miguel Petisco, de la Compañía de Jesús, doctísimo Escriturista y profundo conocedor del griego, el hebreo, el caldeo, siríaco y árabe; nacido en Ledesma, Salamanca, en 1724 y muerto en 1800. Torres Amat la había revisado e intercaló, como hemos dicho, algunas glosas brevísimas en letra cursiva dentro del texto y la anotó sabiamente. Fue él quien la dio a conocer y la divulgó entre los pueblos de habla hispana.

Guardaban también nuestros mayores con gran reverencia en la mesa principal de la sala o en el lugar de honor de su Biblioteca, la muy respetable edición bilingüe del Ilmo. Sr. Don Felipe Scio de San Miguel, Obispo de Segovia (1790-1794), riquísima en anotaciones y editada en cinco preciosos volúmenes de sobria presentación y acabado.

La traducción de Scío es precisa y más apegada al texto de la Vulgata; la de Torres Amat en tan valiosa como la anterior, pero sigue una cierta libertad más castiza que la hace más ágil y atractiva. Quizás por esto se divulgó más y fue empleada como base de la comunicación que el Sacerdote entablaba con el pueblo en la predicación de la Homilía: era un pueblo acostumbrado a desterrar las expresiones triviales de la literatura destinada para el culto divino; era un pueblo de fino oído musical que, cantando, había memorizado el incomparable Catecismo de Ripalda y rumiando los conceptos místicos en la penumbra de los templos y en el recogimiento de sus alcobas, había asimilado la sublime “Imitación de Cristo” que leía suavemente en la cadenciosa traducción del R.P. Juan Eusebio Niéremberg. . .

Cada párrafo evangélico está precedido de la consabida introducción: “Continuación del Santo Evangelio según. . .” con que anunciaba el Sacerdote a los fieles la traducción que hacía del texto latino al idioma patrio. Generalmente el primer versículo es tomado a la mitad, precediendo al texto aquella clásica introducción de: “. . . En aquel tiempo, - dijo Jesús a sus discípulos – esta parábola – acercáronse a Jesús los Escribas y Fariseos - dijo Jesús a las turbas de los judíos. . .” que proporcionaban el marco histórico del acontecimiento o la doctrina expuesta. Hemos procurado, además, que el texto sea íntegro como en el Misal aunque nuestro comentario fije su atención en un solo hecho o dicho de los varios que entran en la sección.


Cuanto a los textos citados en el curso de la homilía, unos son tomados de la traducción que de la Biblia hicieron Bover-Cantera; otros de         Nacar-Colunga o Colunga-Turrado; otros de los traducidos por Fr. Serafín de Assuejo y de otras versiones católicas que tuvimos a la vista cuando preparábamos estas homilías con la intención de predicarlas a los Fieles.  

    

viernes, 7 de octubre de 2016

Continuación del Santo Evangelio. . . (cont.)




Los Diez Leprosos

Continuación del Santo Evangelio según San Lucas, (XVII-11-19).

En aquél tiempo, caminando Jesús hacia Jerusalén, atravesaba las provincias de Samaria y Galilea. Y estando para entrar en una población, le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se pararon a lo lejos, y levantaron la voz, diciendo: Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros. Luego que Jesús los vio les dijo: Id y mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que cuando iban, quedaron curados. Mas uno de ellos, apenas vio que estaba limpio, volvió glorificando a Dios a grandes voces, y postróse a los pies de Jesús rostro por tierra dándole gracias; y este era un samaritano. Jesús dijo entonces: ¿No son diez los curados? ¿y los nueve dónde están? No ha habido quien volviese a dar a Dios gloria, sino este extranjero. Y le dijo: Levántate, vete, porque tu fe te ha salvado.

COMENTARIO:

A diez hombres, a quienes la nacionalidad y la posición social habían colocado en lugares muy distantes, los reúnen el dolor y la desgracia. Echados de su ciudad por causa de la lepra, vagan por las afueras mendigando un pan y lamentando su infortunio.

De pronto brilla un rayo de esperanza: Jesús, el Taumaturgo, pasa por esa población, y levantando a una sus debilitadas voces, le piden su curación con estas palabras: Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros.

Jesús significa salvador. Así lo dijo el Ángel a San José: "Le pondrás por nombre Jesús, pues El salvará a su pueblo de sus pecados". (Mt. I-21).

Una vez más la lepra significa en el Evangelio el mal moral que llamamos pecado; pues así como el leproso es muerto en vida, así también el pecador está muerto en el espíritu aunque tenga la apariencia de vigor y salud corporales.

Por esto le invocan con el glorioso nombre de Jesús, para lograr su salvación, su salud, su vida.

Llámanle también Maestro, pues la salvación no estriba solamente en la bondad de las costumbres sino también y sobre todo en la fe a la verdadera doctrina. Muchos hombres conocemos cuyas costumbres morales son irreprensibles, y sin embargo se obstinan en rechazar la verdad conocida; tal es el caso de muchos protestantes, que al parecer llevan una vida santa; pero escudriñando en el fondo hallamos que toda su bondad de corazón cae por tierra a causa de su ofuscación intelectual, es decir, por no aceptar la luz de la doctrina católica.

Hay dos clases de lepra: la del corazón, o sea la corrupción de costumbres, y la del entendimiento, o sea la corrupción de la fe.

La una no puede ser curada sin la otra, pues fe y costumbres son dos condiciones esenciales para salvarse; mas si el corazón estuviese dañado por la depravación de costumbres pero se conservase la salud del entendimiento por la perseverancia en la verdadera fe, hay grandes probabilidades de salvación. Así lo asegura Jesucristo: "En verdad os digo que todos los pecados se perdonarán a los hijos de los hombres, y aun las blasfemias que dijeren" (Mc. III-28). Y el Libro de la Sabiduría (rechazado por los Protestantes) no priva de su pertenencia divina al que, conservando la fe, tiene la desgracia de resbalar en las costumbres: "Sí pecáremos, tuyos somos aunque por esa causa habremos de experimentar la fuerza de tu poder y tu grandeza en castigarnos; y si no pecamos, sabemos que con mayor razón nos cuentas en el número de los tuyos". (Sap. XV-2).

Sin embargo, si la fe se halla desviada con culpa, es decir, rechazando la verdad conocida, esta lepra del entendimiento no podrá curarse, ni le valdrá para cohonestarla la pretendida bondad del corazón. Así lo afirma Jesucristo añadiendo a sus palabras anteriores las siguientes: ". . . Pero el que blasfemare contra el Espíritu Santo, no tendrá jamás perdón, sino que será reo de pecado eterno" (Mc. III-29).

Una sola condición pone Jesús a los leprosos para ser curados: "Id y mostraos a los Sacerdotes".

El protestante pretende con petulancia ser directamente iluminado por el Espíritu Santo en la interpretación libre e individual de las Sagradas Escrituras: y en cuanto al perdón de sus pecados, dice que lo alcanza directamente de Dios. Pero ¿interpreta rectamente la intención de Jesús al instituír la Jerarquía? Su mandato es terminante: para librarse de la lepra de fe y costumbres, es necesario mostrarse a los Sacerdotes, en quienes El ha depositado su Magisterio, y su Gracia para sanar a las almas.

Pero la soberbia protestante desprecia al Sacerdocio; dice que no ha de postrarse ante un hombre pecador para obtener perdón. Lógica consecuencia es que, si no cumplen con las condiciones que estableció Jesucristo, permanecerán con su lepra, sobre todo la lepra de la incredulidad, que es precisamente el pecado contra el Espíritu Santo, por rechazar la verdad conocida.


¡Oh hombres, todos, a quienes las miserias espirituales han inoculado el alma de lepra! Clamad humildemente a Jesús por vuestra salvación y El, por medio de sus Sacerdotes, limpiará de pecado vuestros corazones y disipará con su Fe Católica las tinieblas que invaden a vuestros entendimientos.