lunes, 25 de noviembre de 2013

Preparemos la navidad.

Preparemos la navidad.


COMENTARIOS BIBLICO - LITURGICOS A LAS ANTIFONAS MAYORES DE ADVIENTO

Por el P. Manuel Robledo, E.D.

  ___________________________________________________


NIHIL OBSTAT

Petrus Ma. Galván, M.J.
Censor.


IMPRIMATUR

+ Fr. Philipus a Jesu Cueto, O. F. M.
Episcopus Tlalnepantlensis.


Que tu pueblo, Señor, desechando al espíritu del 
mundo, se consagre piadosamente a preparar la
venida de tu Hijo en sus almas y en la sociedad.-
Te lo pedimos con profundo dolor y firme confianza.
El Autor.



__________________________________________________

INTRODUCCION

l.-Sobre el Tiempo Litúrgico de Adviento.

En la excelencia de los misterios, la Pascua es el primero y principal; mas en el orden cronológico, lo es la Navidad porque abre el ciclo del año litúrgico.

Es también la Navidad un Misterio sublime y profundo, y como connatural a la Pascua, pues así como en la Redención el Sacrificio de Cristo no pudo haberse verificado sin que El hubiera antes nacido, por la misma razón en la Liturgia no puede haber Pascua sin Navidad.

A la Pascua preceden cuarenta días de preparación que se llaman "Cuaresma". De modo semejante fué estructurada la Navidad antes del S. IV: a la celebración jubilosa de la Navidad preceden cuatro semanas de preparación que se llaman "Adviento".

Su nombre significa "advenimiento", venida, llegada próxima.

Se caracteriza por una ansiosa expectación. En este caso, se espera la llegada de Nuestro Señor Jesucristo a la tierra, por su Nacimiento.

La expectación es de la Iglesia, que recapitula en Sí los suspiros y deseos de los Patriarcas y se alimenta con los vaticinios de los Profetas, cada vez más claros, cada vez más perfilados, cada vez más tiernos y amorosos.

Adviento, con sus suspiros y deseos, es un tiempo de oración y penitencia como preparación remota y próxima para celebrar el Misterio del Nacimiento del Redentor. Lo dicen los esquemas litúrgicos cuyas lecciones y oraciones se encuentran saturadas de esa divina nostalgia, y lo publican los ornamentos sacerdotales de color morado, la supresión del Gloria en la Misa, la del Te Deum en el Oficio Divino y el rezar de rodillas las Preces en Laudes y Vísperas del mismo.

La oración debe enardecernos en deseos de Jesús recién-nacido, y la penitencia; unida al espíritu de la Iglesia, debe remover de nuestra alma las imperfecciones que impiden nuestra aproximación al pesebre de Belén.

El misterio del Adviento tiene para el cristiano una trascendencia de pretérito, de actualidad y escatológica: encierra tres realidades empalmadas y como prefiguradas en esta expectación: la venida histórica de Cristo (Navidad) realizada en nosotros por el adviento de Cristo con su Gracia (Inhabitación) y consumada en el triunfo definitivo de la escatología (Parousía).

De este triple misterio vive en espera el Cristiano: se identifica con los Israelitas del Antiguo Testamento que le deseaban; se dispone, en la Ley de Gracia, vaciando y ensanchando su alma para recibirle, y se orienta, con los ojos fijos en la eternidad, hacia el final, exhalando en prolongado suspiro el "Maranathá": "Ven, Señor Jesús".

La Iglesia misma dicta públicamente esta enseñanza al cantar en el primer prefacio de Adviento: "(Cristo), al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne, realizó el plan de redención trazado desde antiguo y nos abrió el camino de la salvación, para que, cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria: revelando así la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar".

Así pues, el Adviento debe crear en nuestra alma un clima de amorosa nostalgia por el Mesías Prometido y un gran deseo de verle en el pesebre. Para esto debemos revestimos de los mismos sentimientos de los Patriarcas del Antiguo Testamento, como Abraham, de quien dice el mismo Cristo: "Abraham, vuestro padre, se regocijó con la esperanza de ver mi día: lo vió y se alegró" (Jn, VIII-56); debemos participar, con ayuda de la Revelación, de la profunda penetración sobrenatural de los Profetas, quienes, levantando los ojos hacia la bóveda celeste, clamaban: "Cielos, enviad rocío de lo alto; y las nubes lluevan al Justo"; y, humillando sus frentes en el polvo, rogaban: "ábrase la tierra y brote al Salvador" (Is.XLV-8,Vulg).

Esta disposición nos atraerá las miradas misericordiosas del Altísimo: Jesús nacerá por la Gracia en nuestra alma y en esta Navidad nos dará la oportunidad de adquirir una Gracia proporcional a la que derramó sobre los sencillos pastores de Belén cuando recibieron el anuncio del Ángel y oyeron por los aires el cántico del "Gloria" (Cf. Luc. II-8-20), y el día de los días gozaremos algo de lo que ellos gozaron al contemplarle en el pesebre (Cf. ib).

Finalmente, lancemos nuestra mirada hacia la eternidad y contemplémosle "viniendo sobre las nubes con gran poder y majestad" (Luc. XXI-27). El Pequeño tierno e impotente del pesebre es, como lo patentiza la tercera Misa de Navidad, el Verbo Eterno consubstancial al Padre, y es el mismo que nos juzgará: "Jesucristo es de ayer, es de hoy, es de todos los siglos" (Hebr. XIII-8).

Nuestra identificación con esta triple verdad de orden místico pero real será el mejor argumento y antídoto para rechazar de nosotros, de nuestro hogar y sociedad, cualquier tipo de celebración profana.


sábado, 16 de noviembre de 2013

El rosario de una esposa y madre (quinto misterio).

Quinto Misterio.


La Pérdida y Hallazgo del Niño Jesús en el Templo.

Consideraciones:

Si bien fue un gozo y contemplación sobrenatural permanente el tener a Jesús consigo, esta paz se vio sacudida y puesta a prueba con acontecimientos trágicos de cuya irrupción nos da cuenta el Evangelio:

A la paz celestial de la gruta de Belén, los cantos de los Ángeles, la adoración de los pastores, la mística hondura de la Presentación y la manifestación a los Reyes de Oriente, la vida de la Sagrada Familia fue cruelmente sacudida por la persecución sangrienta de Herodes.

Apenas salidos los Magnates Orientales a quienes Cristo se manifestó, el Ángel del Señor irrumpe el sueño del Jefe de la Sagrada Familia: "José, toma al Niño y a su Madre y huye a Egipto, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo" (Mth. 11- 13). Inmediatamente, los Padres y el Hijo de Dios huyen amparados por las tinieblas de la noche y fiados de la Providencia Divina.

El exilio en tierra de paganos fue duro y amargo; tenían los padres que ganar, con trabajos humildes y hasta humillantes, el pan que darían al niño y el que ellos llevarían a la boca. El ambiente pagano mantenía un clima de permanente ofensa al Creador, pues Satanás reinaba exigiendo con crueldad la adoración a solo Dios debida; y aunque la conducta de la Sagrada Familia y la gracia irradiada por el Niño Dios mitigó la actitud de los idólatras, fue grave y prolongada la prueba, tanto más cuanto que no podían manifestarse a los Israelitas agrupados dependientes de Alejandría, pues su comunicación con Jerusalén los hubiera delatado.

El Ángel del Señor anuncia a San José que retorne a Tierra Santa. (Mth. 11-20) Nueva movilización, nuevo peregrinar por las candentes arenas del desierto; pero al llegar a la frontera, nuevamente el Ángel le avisa de parte de dios que radiquen en Nazareth, ahí donde fue desposada la Virgen María con el Virginal Patriarca San José, escenario de sobrenatural intimidad que dio marco a los Misterios de la Encarnación. Allí habían de vivir, ganarse la vida trabajando, alabar a Dios orando y cuidar al Niño, que crecía y se fortalecía físicamente y mostraba a sus padres en secreto los resplandores de su divinidad: "pleno de gracia y de verdad" (Jn. I- 14).

Esta paz no habrá de turbarla nada: no solo los vaivenes de la vida social, sino también las pruebas deparadas por la Providencia fueron embates que combatieron sus muros. Empero, la humilde casita de Nazareth estaba asentada sobre firme roca. (Cf. Mth. VII - 25).

El acontecimiento que más conmovió esta vida de paz, oración y trabajo, fue la pérdida de Jesús durante la peregrinación que con El hicieron sus padres a Jerusalén, cuando el Niño cumplía doce años de edad.

Después de la solemne ceremonia del Templo, en que eran bendecidos los adolescentes, Jesús se quedó en Jerusalén y no lo advirtieron sus padres, pues una y otro suponían que se había agregado a la sección respectiva.

Convencidos de lo contrario y no hallándolo entre los parientes y conocidos, regresaron a Jerusalén, donde lo buscaron día y noche durante tres largos días. Rendidos, acudieron al Templo, donde lo hallaron enseñando a los Doctores: sabios encanecidos en el estudio de la Escritura, de la Tradición Patriarcal, de la Teología y la Casuística.

La sorpresa entreabre un desahogo al dolor en queja amorosa que escapa de los labios de María: "Hijo, ¿porqué lo hiciste así con nosotros? Mira que tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando". (Luc. II-48).

Asaz misteriosa es la respuesta de Jesús: "Pues ¿porqué me buscabais? ¿No sabíais que había yo de estar en la Casa de mi Padre?" (lb. 49).

La respuesta es reveladora y preventiva. Reveladora porque descubre ser El mismo el Verbo Eterno que se ofrece como víctima por la gloria del Padre y la salvación de las almas. Preventiva, porque avisa a José y María que lo dejará todo para cumplir su misión Mesiánica.


Y salió de allí a la casita de Nazareth en perfecta entrega al plan divino de la Redención. (Cf. Luc. II-51-52)

En esta casita, asistido de Jesús y de María pasó San José al Seno de Abraham siendo recibido con gran júbilo por Adán y los patriarcas, por ser su presencia un testimonio del comienzo histórico de la Redención.

Entre tanto, María, Virgen, Esposa, Madre y Viuda, sirvió perfectísimamente a Dios en su Hijo Divino, esperando el inicio de su vida pública de entrega a la humanidad.


Aplicaciones.

¡Cuánto cuesta formar a un hijo, a una hija!

No es tan solo el cuidado por el cuerpo, por la vida social, sino sobre todo, por la formación espiritual del ser cuya responsabilidad habéis asumido al traerle al mundo.

Paso a paso se recorre este camino: minuto a minuto la vigilancia del padre, los desvelos de la madre cultivan esa existencia, la lleva a la edad perfecta, le maduran en el criterio, amplían sus conocimientos del mundo circunstante y le enseñan prácticamente la piedad.

En cada etapa de su vida le van preparando a los Sacramentos, cuidan esmeradamente que los reciban y los frecuenten.

Mientras tienen en sus manos la vida del hijo o de la hija, pueden ver con sus propios ojos que en ellos se realizan las palabras que el Evangelio define de Nuestro Señor: "Y Jesús progresaba en sabiduría, en estatura Y gracia delante de Dios y de los hombres" (Luc. II- 52).

El Verbo Eterno, Sabiduría Infinita, manifestaba gradual y armónicamente, al ritmo de la edad, su sabiduría humano-divina, su gracia sobrenatural, como el sol nos brinda su luz y resplandor al avanzar en su carrera hacia el zenit.

El cultivo de esta progresión que el Verbo Encarnado quiso llevar como todo niño que aparece en este mundo, es la misión de ambos padres, radicalmente en los aspectos fundamentales. Mas en los detalles minuciosos es la madre quien educa, por convivir durante más tiempo con los hijos. En cada hijo, sin distinción, cuida y cultiva esos valores con delicado esmero. Su amor se prodiga a cada uno como si fuera el único. No percibe el tedio ni el cansancio cuando se trata de su servicio, progreso y provecho espiritual; porque la madre que ama es el amor convertido en madre.

Pero ha de estar prevenida para que un amor malentendido no tome el lugar de su vigilancia. Por mucho amor que les tenga, ha de entender que los hijos albergan la herencia de Adán convertida en concupiscencia, la cual, aunque mitigada por el Bautismo que ha borrado el pecado original, subsiste como ocasión de lucha y mérito en la conquista del Reino de los Cielos. La madre debe ser fuerte y templar el amor con la sabiduría; así como el padre, que ejerce su autoridad con amorosa firmeza.

María y José buscaron afanosamente al Niño Jesús cuando notaron que había desaparecido. Ellos tenían la fe y convicción de que el Verbo Encarnado es absolutamente impecable e incorruptible; pero la probabilidad de un ataque perpetrado por los descendientes de Herodes, permitido por el Padre Celestial como anticipo de la Pasión les sobresaltaba, y salieron por su responsabilidad de padres. Ambos lo buscaron hasta agotarse: "Tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando". No Ella sola ni El solo, pues la responsabilidad era de Ambos.

Así han de buscar ambos padres a los hijos que han engendrado. Estos sí pueden ser corrompidos, son capaces de pecar, cayendo en manos de malas amistades y, definitivamente, de Satanás. Han de ver y conocer con quién andan, qué lugares frecuentan, qué enseñanzas reciben...

Contemplar a los hijos de manera egoísta y pasiva, dejándolos crecer a merced de sus pasiones, es descuidar la encomienda de Dios y conducirlos a su eterna perdición: es condenarse a sí mismos junto con los hijos. El fruto de los desvelos por conservarlos en la pureza de la fe y las costumbres, llegará cuando los hijos manifiesten el camino por el que desean definir su vida. Los padres tienen obligación de dar a sus hijos el estado lícito que ellos elijan libremente.

¡Oh mujer abnegada, oh cristiano varón afortunado! Felices seréis si Dios eligiera a alguno de vuestros hijos para la Vida Consagrada. Saborearíais entonces algo del misterio que inundó la mente y el corazón de María y José cuando escucharon estas palabras: "Yo debo ocuparme de las cosas que corresponden al servicio de mi Padre".

Pero cualesquiera que sean los caminos rectos y santos de su vocación a un estado definido, siempre será verdad que en ellos aplicarán los hijos esos principios cristianos que con desvelo y sacrificio habréis cimentado en su mente, en su voluntad, en su conciencia.

Sed firmes sabiendo que no sembráis en vano.

Madre y Esposa, forja en tus hijos la piedad. Conforta a tu Esposo en el camino, mediante la piedad. Y sé piadosa, ya que la piedad es el don que Dios ha otorgado a la mujer para consolarla y hacerla fuerte en las dificultades de la vida.

"Dios te salve, María..."


COLOQUIO

Virgen Santísima, Madre de Dios, Quien te constituyó Madre Espiritual de la humanidad:

Dios quiso realizar misterios sublimes en la Obra de la Redención, pero aunque no depende de ti, no quiso realizarlos sin Ti. Tú, de tu parte, correspondiste y cooperaste cumpliendo con creces la Misión que generosamente aceptaste.

He meditado los misterios gozosos que el pueblo cristiano repasa al rezar tu Rosario, y te veo en la historia de nuestra salvación irradiando los resplandores de tus excelsas virtudes para iluminar y atraer a las almas hacia Dios, en seguimiento de tu ejemplo.

A mí, que por vocación de Esposa y Madre cumplo el camino voluntariamente aceptado con la Bendición de Dios, me corresponde imitarte en lo que proporcionalmente atañe a mis deberes. Alcánzame la gracia de cumplir, como tú, la Voluntad de Dios, que es mi santificación. (Cf. I Tes. IV-3).

Que sea fructuosa en mí la Gracia del Sacramento del Matrimonio guardando la castidad conyugal en sujeción y ayuda a mi Esposo. Que conserve el tesoro de los hijos que Dios me ha dado, y los eduque con amor sobrenatural hasta conducirlos a la perfección cristiana.

Aviva en mí el fuego del fervor y la piedad para dar calor y vida a nuestro hogar, donde serán meritorias las penas y dificultades de la vida.

Así llegaremos todos: padres e hijos, a la Bienaventuranza, en la cual te contemplaremos en Dios para siempre.

¡Oh Clemente, oh Piadosa, oh Dulce Virgen María!

"Dios te salve, Reina y Madre..."



lunes, 11 de noviembre de 2013

El rosario de una esposa y madre (cuarto misterio).

Cuarto Misterio. La Presentación del Niño Dios en el Templo.


Consideraciones.

María y José, fieles a sus deberes para con Dios, han proporcionado a Jesús los auxilios espirituales que la Ley prescribía fueran aplicados a los israelitas recién nacidos.

No sólo ha nacido Jesús "de una mujer", sino también "sometido a la Ley" (Gál. IV-4), y quiso sujetarse voluntariamente, porque así como es Hijo de Dios, es dueño del Sábado, y no cae bajo la Ley. (Cf. Luc. VI-5).

A los ocho días de nacido, San José lo circuncida y le impone el nombre de Jesús, "mismo que le había sido impuesto por el Angel antes de que fuera concebido" (Mth. I-21; Luc. I-31).

Y al cumplirse los cuarenta días de la purificación de María Santísima, no obstante que Esta, con el parto virginal y sobrenatural, había aumentado el fulgor de su pureza y no estaba sujeta a las prescripciones mosáicas, quiso sujetarse a ellas para ser purificada, llevar al Niño, presentarlo y rescatarlo con la ofrenda a los pobres que José, como padre putativo y representante de Dios en la tierra, llevó al Templo. Así lo mandaba la Ley para toda madre que daba a luz y para todo primogénito venido al mundo. (Cf. Lev.)

Jesús, María y José, los tres personajes más santos que hayan pisado este valle de lágrimas, confundidos entre la multitud entraron a la Casa del Señor. Mas el Espíritu Santo ilumina con lumbre profética al Sacerdote Simeón, quien, distinguiendo al Niño, aparta a la Madre Purisima y al Padre Virginal, y tomando al Niño en brazos, lo eleva y hace la presentación ante el pueblo, bendiciendo a Dios y anunciando que Este es el Mesías Redentor.

Y para la Madre reserva una profecía: su alma, unida desde el "Fiat" de la Encarnación, a la Obra de la Redención, habrá de ser traspasada con una espada de dolor, toda su vida, pero esencialmente en la Crucifixión.

Aplicaciones:

Tú, madre, al nacer tu hijo - o tus hijos si eres favorecida con nuevas concepciones - recibes un encargo de Dios en cada nuevo ser. El mismo deber atañe al padre del o de los niños. Ambos tenéis por misión procurar el bien espiritual del alma cuya encomienda habéis recibido.

En el Antiguo Testamento, la Circuncisión era un rito por medio del cual era incorporado el niño al pueblo de Dios. Aunque que era rito externo, tenía efectos espirituales: quedar siervo y propiedad de Yahvéh y recibir la Gracia Santificante en virtud de la fe en el Redentor que habla de venir. Es obvio que el mismo Redentor no tenía que ser circuncidado.

Después de consumada la Redención, Cristo instituye el Bautismo, en que se aplica individualmente la Redención ya realizada, se borra del alma el pecado original, es infundida la Gracia Santificante, se adquiere la filiación divina y el derecho a la herencia del Reino de los Cielos, son infundidas las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, para relacionarse el alma directamente con Dios, y le son infundidas las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza Y templanza, para gobernarse el hombre en este mundo en relación a su propia salvación.

Además, y por su incorporación a Cristo participa de su dignidad sacerdotal, real y profética. Y por su incorporación a la Iglesia, goza del derecho de recibir los demás Sacramentos.

Mira cuántas riquezas espirituales proporcionarás a tus hijos si los bautizas inmediatamente después de nacidos, lo cual es obligatorio a padre y madre; porque si ambos habéis sido el medio elegido por Dios para transmitirles el don fundamental de la vida natural, sois también elegidos para procurarles el beneficio inestimable de la vida sobrenatural.

Así habéis de procurar a vuestros hijos la instrucción religiosa y los demás Sacramentos.

Al cumplir este deber, recibiréis de Dios gracias espirituales para vuestra propia salvación. María las recibió en su purificación ritual, sujetándose humildemente a una ley que no le era obligatoria; fue ocasión de la profecía que magnificaba al Salvador Y recibió sobrenatural conocimiento de su propia misión.

No os arredre saber que con grandes sufrimientos habéis de cumplir vuestro respectivo oficio progenitor: gracias especiales os asistirán si sois fieles a vuestro deber, el cual no termina sino hasta exhalar el último suspiro; como María, que fue fiel a su Hijo en el triunfo y en la derrota, en el gozo y en el dolor, en la ignominia y en la agonía, en la muerte y en la sepultura ...

Grandes penas te esperan, mujer; mas ellas hacen gloriosa la maternidad: penas físicas y penas morales; penas temporales y penas espirituales; dolor de muerte al dar a luz el fruto de tus entrañas; dolor que parecerá dividir el alma del espíritu (cf. Hebr. IV-12) cuando hayas de forjar el alma de tu hijo o de tu 
hija para la Vida Eterna.

¡Ten ánimo! María, Madre de Jesucristo y Madre de la Iglesia, recibió en la Presentación la profecía expresa de su camino de dolor tan profundo y lacerante, que fue comparado a una espada que de modo permanente traspasaría su alma.

En esta cuarta decena de Avemarías pide a la Virgen que a tí y a tu Esposo os alcance de Dios la fortaleza cristiana para abrazar el martirio que implica la gloria de ser padres.

"Dios te salve, María ..."


miércoles, 6 de noviembre de 2013

El rosario de una esposa y madre (tercer misterio).

Tercer Misterio. 


El Nacimiento del Niño Dios en el portal de Belén.

Consideraciones.

Durante nueve meses, la Santísima Virgen María ha estado directa y físicamente en contacto con el Verbo Divino, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, en virtud del misterio de la Unión Hipostática. Es la Persona del verbo la que se encarna, por obra del Espíritu Santo, quedando Ella siempre virgen y verdadera Madre de Dios.

Mas entraba en los planes de la Redención que este Tabernáculo de la Divinidad entregara a la luz el Cielo que encerraba, y llegó el momento en que el Verbo Encarnado había de presentarse ante el mundo.

Y lo hizo, disponiendo que una serie de sufrimientos precediera a su nacimiento: sufrimientos en los cuales tuvo la Madre parte directa y consciente: el inmenso dolor de su Castísimo Esposo el Patriarca San José, cuando éste se creyó indigno de proteger a tan privilegiada Creatura, dolor que Dios cambió en gozo al revelarle el Misterio de la Encarnación.

El dolor de tener que abandonar la casita de Nazareth para ser, con su Esposo, empadronada en Belén, mediante la molesta peregrinación por valles y montañas, de Nazareth hasta Belén.

El dolor de suplicar hospedaje durante estas jornadas y ser rechazada por corazones duros, de quienes diría después el Evangelista: "Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron". (Jn.I-11).

El dolor de ser rechazada del Mesón de Belén y remitida a las afueras en la noche fría y nevada, no obstante su estado interesante y las inminencias del parto.

El único consuelo en estas penas era la presencia y poderosa protección y ayuda de San José, quien compartió los trabajos y humillaciones con que la humanidad demostraba su indiferencia y desprecio al Redentor que venía a salvarla.

Al fin, en despoblado, en una gruta improvisada como refugio de pastores y ganado, en el silencio de la noche y cuando los astros cursaban la mitad de su carrera, el Verbo Omnipotente, descendiendo de su trono real y abandonando el claustro materno, prefirió la humillación y la pobreza de este valle de lágrimas. (Cf Sap. XVIII-14-15).

No fue ese un parto común. Fue un parto sinquler y sobrenatural. Singular, porque así como entraría después en el Cenáculo sin abrir las puertas, así había entrado en el seno de la Madre sin romper los sellos de su virginidad; y salió de el como saldría del sepulcro: sin quebrantar la losa y dejando intactos los sellos imperiales. 

Singular, porque la madre no sufrió dolor, sino el gozo inefable del éxtasis. Porque en la realización de estos misterios se cumple la profecía de Isaías, quien anuncia la divinidad de quien se encarna y la perpetua virginidad de su Madre: "He aquí que una Virgen concebirá y dará a luz un hijo, cuyo nombre es Emmanuel, esto es: Dios con nosotros". (Is. VII-14; cf. Mth. II-23).

Al llegar la plenitud de los tiempos (cf.Gál. IV-4), los Angeles del Cielo se gozaron y celebraron con jubilosos cánticos el nacimiento de Aquel a quien los siglos esperaron. (Cf Luc. II- 14).

Aplicaciones.

Es tan estrecha e íntima la unión del hijo con la madre y la unión de la madre con el hijo cuando lo lleva en sus entrañas, que la vida de ambos depende recíprocamente.

Están unidos física y psicológicamente con una unión natural, pero misteriosamente dispuesta y vigilada por el Creador.

Son dos seres distintos y con vida propia; mas esa vida depende la una de la otra y se va independizando gradualmente conforme el nuevo ser, fruto del vientre, cobra madurez.

La vida del hijo empieza en el primer instante de la concepción, mismo en que el alma inmortal es creada por Dios y unida substancialmente a ese principio somático. Este empieza su desarrollo y sus funciones fisiológicas bajo el clima propicio y protector de la madre. 

Tiene ella una vida qué proteger de los embates y crudezas que presentan las contingencias climatológicas, los peligros que amenazan su salud, los accidentes físicos... La agresividad de la sociedad...

Y sobre esto, las penas de la vida, los acontecimientos que afectan la sensibilidad, las carencias que afligen al hogar...

Todo esto sufre con buen ánimo debido a la fortaleza que el Espíritu Santo ha dado a las madres cristianas que han aceptado la misión de ser transmisoras de la vida.

La finalidad de esta misión, cuya primera etapa culminará el día del nacimiento, es revelada gradualmente a la madre, que cuenta con gozo y esperanza los meses, las semanas, los días y las horas que faltan para recibir en sus brazos al amado de su alma.

Y cuando llega el momento, aquel sublime momento en que ella, sufriendo dolores de muerte cambiará su vida por la vida del hijo, experimenta la gloria del éxtasis en una paradójica mezcla del sumo dolor con el sumo gozo, descrita por el mismo Cristo: "La mujer, cuando está de parto, se aflige y se angustia porque le ha llegado su hora; mas cuando ha dado a luz, ya no se acuerda del dolor por el gozo de haber dado un hombre al mundo". (Cf. Jn. XVI-21).

Este es el milagro en el que tú participas como protagonista principal, bajo la fuerza omnipotente del Dador de la vida, que perpetúa la conservación de la especie humana, no en serie fría y mecánica, ni con leyes físicas inmutables; sino con una historia íntima y personal de amor, que tú, persona, has vivido con tu libre voluntad, aceptando la misión y cooperando con tu ser y tu substancia.

Da gracias infinitas a Dios, que ha estado tan junto de ti y por su poder te ha hecho fecunda. Copia en esta etapa de tu vida, que es la primera etapa de la vida de tu hijo, todos los pasos y sentimientos de la Virgen Madre al vivir el Nacimiento del Redentor.

"Dios te salve, María..."


lunes, 4 de noviembre de 2013

El rosario de una esposa y madre (segundo misterio).

Segundo Misterio:


La visita de Nuestra Señora a su prima Santa Isabel.

Consideraciones:

Inspirada por el Espíritu Santo, apenas realizada la Encarnación del Verbo en su Seno purísimo y constituida así verdadera Madre de Dios, María se dirige a Hebrón en las montañas de Judea; pues el Arcángel le ha probado por la preñez de su prima ya anciana, que no hay imposible para Dios.

Isabel cuenta ya el sexto mes de espera y no hay tiempo qué perder: el viaje lo hace María apresuradamente.

Al llegar a la casa y al salir Isabel a su encuentro, María le dirige una salutación espiritual y sublime. Su voz, plena del Verbo que en sus entrañas habita, es el vehículo que transmite la Gracia Santificante, y queda santificado el Precursor, manifestando con movimientos imprevistos en esta etapa de gestación, la dicha de que ha sido colmado.

Isabel, inspirada por el Espíritu Santo, reconoce en María a la Madre de Dios llamándole "la Madre de mi Señor".

La respuesta de María se dirige al todo poderoso entonando un canto de glorificación, pues la ha colmado de una gracia singular y única, por donde todas las generaciones la llamarán Bienaventurada.

Realizado este misterio, María permaneció en casa de Isabel, como tres meses, después de los cuales regresó a su casita de Nazareth.

Aplicaciones:

Larga pero gozosa espera es la de la gestación, durante la cual se forma el cuerpo del hijo en las entrañas de su madre. El alma da vida a ese embrión y dirige con teleología admirable la conformación del organismo y sus incipientes funciones. Dios mismo es quien lo plasma, según las palabras del Salmo CXXXVIII: "Tú me tejiste en el seno de mi madre. Te alabo porque tan maravillosamente me formaste" (13,14).

Allí, en lo obscuro del seno materno son urdidos por Dios los músculos y tendones, la estructura ósea, los tejidos, las cavidades y canales por donde circula el torrente sanguíneo, y son admirablemente dispuestos los órganos que en su interdependencia tienden a la unidad funcional.

Si consideraras, mujer, la obra que en ti realiza personalmente el mismo Dios, respetarías tu cuerpo como Templo de la Divinidad y en reverente silencio contemplarías la actividad de la Omnipotencia.

Y al mismo tiempo, el amor al hijo, fruto del amor santificado, crece en el corazón de la madre y parece que transforma todo su ser y sus sentimientos; su delicadeza se convierte en fortaleza y su contingencia de presente mira con firme esperanza de futuro: su personalidad se ha reafirmado.

Este milagro progresivo debe reflejar en la actividad y espiritualídad de la madre. Al sentir en sí misma la mano de Dios, que con tal amor la visita, al constatar el progreso del nuevo ser que trae a este mundo, ha de estar anonadada y ha de conversar con Dios, agradecida.

La madre que gesta al nuevo ser ha de cuidar su propio organismo, porque así preserva y asegura la vida del hijo. Cuidar su actividad ocupándose sólo de asuntos que fomenten su seguridad corporal, sabiendo que existe una unidad substancial del afma con el cuerpo, de modo que lo que afecta favorable o desfavorablemente al alma repercute en el cuerpo, y viceversa, debe la madre evitar las impresiones desfavorables, pues conmueven al sistema nerviosos del niño, y a veces lo dañan irreversiblemente.

De aquí que, siguiendo el ejemplo de María Santísima, sólo han de ocuparse con tranquilidad en obras decorosas, en obras de misericordia, en asuntos espirituales, en la oración rogando a Dios por el hijo que viene, por su esposo y, si los hay, por los demás hijos y por la bendición de su hogar.

Tenga paciencia y modere su carácter no haga sufrir a nadie las molestias personales que en su estado ocurren.

Imite a la Santísima Virgen María: su actividad la conduce a ejercer una obra de caridad para con su prima Isabel, de apostolado con el Precursor, niño Juan Bautista, de edificación para los circunstantes, con su modestia, de unión con Dios congratulándose del don divino recibido en su maternidad única y singular, de servicio asistiendo a Isabel durante los noventa días que faltaban al alumbramiento, de discreción al desaparecer de la escena apenas nacido el niño.

¡Cuánto has de aprender, futura madre, mientras rezas la segunda decena de este Rosario!

"Dios te salve, María...