lunes, 30 de diciembre de 2013

La Natividad de nuestro Señor Jesucristo (cont).

Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por su Profeta: Hé aquí que una Virgen concebirá y parirá un hijo y le llamarán con el nombre de Emmanuel, lo cual se interpreta "Dios-con-nosotros".

Levantándose José del sueño, hizo como le mandó el Ángel del Señor y recibió a su esposa.

Y sin haberla conocido jamás, parió Ella a su hijo primogénito, y le puso por nombre Jesús.


-A-

San Mateo, además de haber probado la divina generación del Redentor, confirma su prueba haciendo notar el cumplimiento de una profecía mesiánica anunciada por ministerio del Profeta Isaías (VII-14):

"Hé aquí que una virgen concebirá y parirá un hijo, y llamarán su nombre Emmanuel".

La profecía redunda en la exaltación de María, a quien Dios predestinó para ser la Madre del Salvador, y a quien se declara perpetuamente virgen, esto es, virgen antes de concebir, lo cual no es extraño; virgen al concebir, lo cual es tan imposible, que para que esto se realice es necesario un milagro; y virgen al dar a luz, cosa imposible que también exige un milagro extraordinario. Milagro que Isaías daba al rey Ajaz como demostración de la omnipotencia divina, y al mismo tiempo cimentaba la economía de la Redención con respecto al místico matrimonio que encubría a los ojos profanos la presencia de Dios entre nosotros.

El nombre 'IMMANU-EL que anuncia el famoso vaticinio, nos indica Quién es el que se encarna, y el Evangelista lo traduce intencionalmente para que sepamos que "El Verbo se hizo carne y puso su tienda entre nosotros" (Jn. I-14),es decir, habitó entre nosotros, pues la traducción que da San Mateo es esta: "Dios-con-nosotros".


-B-

Al ejecutar San José las órdenes del Ángel, entra en los designios divinos y forma parte por su cooperación física e indirecta, de la economía de la Redención. Es constituido Esposo de la corredentora y Padre -con paternidad indefinible pero real y sobrenatural- del Verbo Encarnado.

Sus relaciones con María fueron siempre las que habían sido pactadas por inspiración divina antes de los Esponsales: vivir bajo el mismo techo como dos Ángeles unidos en holocausto de virginidad para gloria de Dios y salvación del mundo.

Lo dice el Evangelista: "Et non cognoscebat eam"; esto es: "y no la conoció jamás". Porque el imperfecto "cognoscebat" significa una acción continuamente repetida o habitualmente sostenida; su negación la niega de continuo, es decir, niega que se hubiera realizado ni antes ni nunca.

La traducción al griego emplea la palabra 'EOS OU: "hasta que", y la Vulgata traduce con el vocablo "donec". La frase entera "et non cognoscebat eam donec peperit ... ", plasma un giro hebráico de negación absoluta, que el griego y el latín no pueden expresar. La traducción castellana del griego o del latín no puede hacerse a la letra porque daría un significado contrario al ya indicado. Para comprender este giro, comparemos con otros pasajes: Un pasaje en que se emplea este giro hebráico con la misma traduccíón, es el del II libro de los Reyes (VI-23): "Igitur, Michol filiae Saul non est natus filius usque in diem mortis suae" ("Por esto, Michol, hija de Saúl, no tuvo hijos hasta el día de su muerte"); quiere decir: todo el tiempo que vivió, no tuvo hijos jamás. "Usque" (= "donec") no Significa que los haya tenido después de muerta.

En Is. XXII-14 se repite el mismo hebraísmo y una traducción semejante: "Si dimittetur iniquitas haec vobis donec moriamini ... " ("No se os perdonará esta maldad"). Así también el perpetuo reinado del Mesías profetizado en el Salmo LXXI-7: "Florebit in diebus ejus justitia et abundantia pacis, donec deficiat luna"; "Florecerá en sus días la justicia, y la abundancia de paz basta que falte la luna"; = la justicia y la paz serán 'perpetuas, pues aunque la luna será destruida en el fin del mundo, Cristo no dejará de ser Díos de justicia y Príncipe de paz.

El uso de este giro semítico enfatiza la concepción virginal de Jesucristo no debida al uso matrimonial, al mismo tiempo que abarca con negación absoluta la condición subsiguiente de ése Matrimonio; quiero decir, que extiende su negativa a toda relación marital posterior a la natividad de Jesús.

Por tanto: la traducción inteligible a nuestra mentalidad, debe ser una de las siguientes:

"... y habiendo dado a luz a su hijo, no fué jamás conocida por José".

"... y sin haber sido jamás conocida por él, dió a luz a su hijo".

"... y sin que fuera jamás conocida por él, dió a luz a su hijo".

Las razones para interpretar esta palabra 'EOS OU en el sentido de negación absoluta y de preferir alguna de las traducciones indicadas, abundan:

a) el carácter esencialmente semítico del primer Evangelio y de su Autor, que usaba el modo corriente del pueblo y daba a su Obra el carácter escriturístico con este y otros giros propios de la literatura sagrada de los judios.

b) La imposibilidad moral de que, quien había sido templo de la divinidad y conservada intacta por el mismo Dios, que tanto aprecia la virginidad; fuera después a entregarse a un hombre. No lo hace la esposa fiel; no lo haría la Esposa del Esptritu Santo aunque legalmente estuviera casada con una criatura, pues más sublimes misterios la exceptuaban de la ley común a las esposas. No lo hace la novia que conserva el amor del novio difunto antes de las nupcias; no lo haría la consagrada a Dios, la Llena de Gracia, de quien serían pálido reflejo aquellas almas a quienes animaba San Pablo a conservarse fieles a un solo Esposo, Cristo: "Os tengo desposados con un solo Esposo, para presentaros cual casta virgen a Cristo" (II Cor. XI-2).

c) No se hubiera atrevido San José, a quien el Espíritu Santo otorga el titulo de "justo", ya que por razones de humildad deseaba desaparecer de la presencia de Aquella a quien consideraba objeto de las divinas complacencias y en quien descubrió después tan formidable misterio.

d) Los hijos, por una ley natural incohercible, se extrañan de su madre si cohabita con otro hombre que no sea el padre de ellos mismos, aunque dicha cohabitación fuera legítima. Es, pues, de Ley natural que la que da a luz a un hijo le conserve siempre el mismo padre y conserve ante él, intacta la aureola de su maternidad. Así María respecto a los castísimos misterios habidos con el Espíritu Santo con respecto a Jesús: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra; por tanto, lo que nazca de tí, será llamado el Santo, el Hijo de Dios" (Luc, I-35).

e) La Sagrada Escritura predice la perpetua virginidad de María: "Esta puerta estará cerrada: no se abrirá y hombre no pasará por ella, porque el Señor Dios ha entrado por ella, y quedará cerrada" (Ez. XLIV-2). El Verbo entró en María no menoscabando sino aumentando la gloria de su virginidad. Jamás criatura humana se atrevería a pensar siquiera, que podría mancillar el Arca del Señor.

f) Vemos también una figura del Seno virginal de María, en el Santo Sepulcro, "nuevo, en el cual nadie todavía había sido puesto. Allí... pusieron a Jesús" (Jn. XIX-41-42). Así fué concebido Jesús en un seno virginal. Sabemos que Cristo resucitó y salió del sepulcro sin remover la losa (Cf Mth. XXVIII-2); así también nació: sin lesionar el sello virginal de su Madre. Nos consta, además, que nadie más fué sepultado en el Sepulcro de Cristo; también nos consta, por la Tradición de los cristianos, que el Santo Sepulcro se respetó y se ha venerado hasta el momento presente. Así en el seno de María: no volvió a concebir jamás porque ella jamás lo intentó ni siquiera con el pensamiento, conociéndose a sí misma como morada del Altísimo.

g) La Tradición de la Iglesia ha expresado ininterrumpidamente la perpetua virginidad, como consta en todos los apócrifos y en los comentarios unánimes de los Santos Padres.

h) La Liturgia celebra a María acomodándole alegóricamente la manifestación de la Zarza Ardiente (Cf. Ex. III-2): "En la zarza que viera Moisés sin quemarse, reconocemos conservada tu laudable 'virginidad" (Off. parv. B.M.V.).

i) El común sentir de los fieles la afirma desde los tiempos apostólicos, y comparan el paso del Verbo Encarnado por las entrañas de María, con el paso de los rayos solares a través del más puro cristal, que no sólo se conserva Intacto, sino que se hace más diáfano, y resplandecíente.

Sólo algunos herejes, como Nestorio y Helvidio, se atrevieron en el S.V. a mancillarla. Actualmente el nefando Protestantismo, que en sus múltiples sectas resucita las herejías ya anatematizadas, repite la misma blasfemia, que a los católicos, guiados por una intuición sobrenatural, nos horroriza.



viernes, 27 de diciembre de 2013

La Natividad de nuestro Señor Jesucristo (cont).

Mas la generación de Cristo tué así:

Estando desposada su madre María con José, antes de que conviviesen, fué hallada llevando en  su seno por obra del Espíritu Santo.

Pero José, su esposo, que era justo y no quería ponerla en evidencia, quiso abandonarla ocultamente. Estando él pensando estas cosas, hé aquí que el ángel del Señor se le apareció en sueños diciéndole: José, hijo de David, no temas recibir a María tu esposa, pues lo que en ella ha nacido, es obra del Espíritu Santo; dará a luz un hijo y le llamarás con el nombre de Jesús, pues El hará salvo a su pueblo de sus pecados.


-A-

El Evangelista explica la razón de haber sacado de balance el ritmo periódico de las generaciones ya narradas, negando al Santo Patriarca José toda generación y no asignándole descendiente alguno, y, por otra parte, mirando sólo y únicamente a María Santísima como aislada de la secuencia normal en que se incluyen no sólo las mujeres nombradas sino implícitamente todas las que, con los antecesores ennumerados, engendraron justamente a los ya nombrados sucesores. La generación de Cristo no fue como las generaciones de todos los hombres: por la carne y la sangre; sino de modo milagroso y divino, cubriendo el misterio un raro y sobrenatural desposorio.

A fin de explicarnos la generación de Cristo, San Mateo nos narra la perplejidad en que se vió sumergido San José, el Esposo de María, misma pena que nos sirva a todos como testimonio irrefutable de la concepción milagrosa del Salvador.

Para que podamos juzgar, la situación en que se hallaron la Santísima Virgen y Señor San José, debemos considerar el matrimonio de Ellos no a tenor de los cánones del Sacramento Cristiano sino con las leyes del Antiguo Testamento y las costumbres judías de aquél entonces, en que el Matrimonio, aunque sagrado y respetable como institución divina, no había sido elevado a la categoría de Sacramento, sino que conservaba su carácter fundamental
 de contrato natural.

Primeramente se celebraban los Esponsales, que era la promesa solemne de celebrar las Nupcias, pero esto ya era el Matrimonio por la solemnidad que revestía la bendición de los padres. Los esponsales daban derechos y deberes a ambos prometidos, no de futuro como entre nosotros, sino de presente, por lo cual, aunque no era aconsejable ni bien visto, tampoco era reprobable ni infamante el hecho del uso matrimonial entre los jóvenes esposos, ni se tenía por infamada o ilegítima la prole.

Después de los esponsales, la Esposa permanecía aún en casa de sus padres por un tiempo mientras el esposo preparaba la solemne traslación de la esposa a la casa que debería habitar. Esta estancia podía ser, repetimos, o conviviendo en sentido marital, o, de preferencia, no conviviendo.

Poco tiempo después, se hacía la solemne traslación, y en esto consistían las Nupcias. La Sagrada Escritura nos da pormenores de las fiestas que esto ocasionaba, como en la parábola de las diez vírgenes; de los Esponsales y de la bendición de los padres, en el Libro de Tobías; el Cantar de los Cantares es un deliquio entre la Desposada y el Esposo y el séquito de vírgenes de la primera y el acompañamiento de donceles para el segundo.

La situación del matrimonio de José y María, así como las circunstancias de la encarnación del Verbo Divino fueron, más o menos conforme la siguiente acomodación: 

1o - Por vocación divina, María por su parte y José por la suya, hicieron voto de perpetua virginidad.

2o - Por vocación divina y para ocultar a los hombres y al demonio mismo el misterio de la Encarnación, ambos contrajeron matrimonio con pacto previo y secreto de conservar su respectiva virginidad y de velar por la virginidad de su cónyuge.

3o - a) María sabía desde su Concepción inmaculada su vocación a ser Madre del Verbo.

       b) José sabía que él entraba en los designios divinos de la Redención, pero ignoraba el cómo de esa realización y el papel que a El le tocaría desempeñar.

4o - Realizados los Esponsales, María permaneció en casa de sus padres y José en la de los suyos, preparando el solemne traslado de su Prometida.

5o - En este tiempo ocurrió la Anunciación del Ángel y la Encarnación del Verbo, tal como nos la narra San Lucas (Cf. I-26-38) y la visita a Santa Isabel, que duró tres meses (Luc. I-39-56).

6o - a) Al regresar María de las montañas de Judea, ya eran notables en Ella las señales de la maternidad; pero ni antes ni después advirtió a San José lo obrado divinamente en sus purísimas entrañas.

       b) San José, al verla, en vísperas de trasladarla a su casa y celebrar las Nupcias, quedó sorprendido y perplejo y sin pensar nada en contra de su Prometida, pues le constaba que era una Virgen santísima y él, por su parte era justo que por anticipado ponía en práctica la doctrina del Salvador: "No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados (Luc. VI-37).

          c) Ignorando el misterio pero sabiendo por intuición espiritual propia de un santo que algo divino se operaba en su Esposa, según que el Evangelista dice: "inventa est in utero habens", pero no puede separar la causa: "de Spiritu Sancto"; es decir, que las señales de la maternidad en María eran acompañadas de un halo de divinidad que a leguas denunciaba Quién estaba en el seno de esa Virgen; sintióse indigno e incapaz de preguntarle a Ella, así como de proceder de modo que pudiera infamarla, como fuera rescindir los esponsales; porque su fuerza dentro del proceso matrimonial le hubiera obligado a tramitar un libelo de repudio, con la consiguiente infamacíón de María y las consecuencias trágicas a que obligaba la Ley (Cf. Deut. XXIV-1; Jn. VIII-5).

         d) En esta perplejidad, el Santo Patriarca se inclinó hacia una solución prudente en la cual quedara a salvo el honor de María y su Prole: desaparecer de la escena, aunque el rigor de la Ley cayera sobre él al ser tenido como joven descortés y desobligado.

Aunque esta es una cuestión harto disputada, la secuencia que hemos expuesto nos la sugieren cuatro expresiones de la Vulgata Latina: 1a - "Cum esset desponsata ... " Es decir, prometida en Esponsales.

2a - "Vir ejus"; esto es, "su marido", por los derechos de presente que los Esponsales otorgaban en orden a una vida conyugal propiamente dicha; como que el Evangelista escoge ese término para recalcar que, siendo José el único en derecho, su perplejidad certifica que no ha tenido parte en la Encarnacíón, y que otro hombre distinto a el tampoco pudo haberla tenido.

3a - "nollet eam traducere". En el original griego (o traducción griega del original arameo) se emplea la palabra "diegmatísai" que se traduce "infamarla". Mas la Vulgata latina vierte: "traducere", que significa "trasladar de un lugar a otro".

4a - "dimittere eam" que significa primitivamente "despachar, abandonar", aunque en el uso normal de la Biblia se toma como "repudiar".

Mas José no hubiera podido "repudiarla" conforme a la Ley, porque ésto requería un proceso legal que no permitía el secreto; el Texto dice: "voluit occulte dimittere eam". Luego este proceder oculto sólo podía realizarse sin aparato jurídico; es decir, desapareciendo él mismo de la escena: abandonándola; debe, pues, preferirse el significado de abandono.

La traducción que sugerimos suaviza la tensa situación y permite la acomodación ya consignada más arriba. Son matices de las palabras que procuran legítimamente el honor de María y el decoro con que procedía el castísimo Patriarca en las cosas divinas.

-B-

La solución al problema y el premio inefable a la prudencia y sacrificio de San José, fué la revelación que el Ángel del Señor le hace "en sueños". No se trata de un estado de sopor o de un descanso nocturno, sino de un verdadero éxtasis o rapto espiritual, pues esas son las palabras que usaban los Profetas: Daniel escribe de sí mismo que "tuvo un sueño y pasaron por su cerebro unas visiones mientras se hallaba en el lecho... " y al consignar estas visiones, llámales "visión nocturna", que consistió en una revelación apocalíptica, donde se encierran grandes y terribles profecías. (cf. Dan VII). De los tiempos neotestamentarios profetiza Joel: " ... y vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán ensueños" (II-29), argumento que esgrimió San Pedro ante los judíos para demostrarles el rapto espiritual de que gozaban los Apóstoles henchidos del Espíritu Santo. (Cf. Act. II-l7).

El Ángel llama a San José con su título nobiliario de "Hijo de David", porque la intervención del Santo Patriarca en este misterio daría al Mesías el derecho "al trono de David su Padre" (Luc. I-32), que, aun siendo real y legítimo por parte de María, sería oficialmente reconocido por parte del heredero varón, cual era San José.

El mensaje se endereza a disipar toda duda y a definirle la misión que la Divinidad le encomienda: le anima a concluir las solemnidades de las nupcias: "accipere" y le constituye de parte de Dios en verdadero y legítimo esposo de la Madre de Dios, " ... Maríam, conjugem tuam".

Las siguientes palabras revelan el misterio: "quod enim in ea natum est, de Spiritu Sancto est": "porque lo que en Ella ha nacido, obra es del Espíritu Santo". Y en estas otras se le otorga una misteriosa paternidad sobre el Verbo Encarnado: "dará a luz un hijo y le llamarás con el nombre de Jesús"; pues quien imponía el nombre al niño era únicamente el padre. (Cf Luc. I-62-63).

El nombre de Jesús, "como había sido llamado por el ángel antes de que fuese concebido en el seno materno" (Luc. II-21), en hebreo suena "Y'HOSUA'o YESUA'y significa "Yahvéh es salvación". El Ángel da su significación en la práctica: "porque El salvará a su pueblo ... " Mas para significar la misión espiritual y no política del Salvador, indica que lo salvará de sus pecados; no de la dominación romana, como esperaba el nacionalismo de los hebreos.


miércoles, 25 de diciembre de 2013

La Natividad de nuestro Señor Jesucristo.

La natividad de nuestro Señor Jesucristo.


Presentación:


Las presentes consideraciones sobre el Evangelio de San Mateo no pretenden ser una exégesis ni un comentario. Podríamos llamarlas "Catequesis", pues han nacido de la explicación que en la Academia "THOTOKOS" que establecen las Hermanas Eremitas de Dios, hemos dado al pueblo tomando como base una traducción personal sacada de la Vulgata Latina.

No obstante su sobriedad y la premura con que fueron redactadas, nos es grato darlas a la imprenta para que aprovechen a otros cristianos más.

La creciente necesidad que muestra el pueblo de conocer más íntimamente la Sagrada Escritura, se convierte, progresivamente, en un verdadero "signo de los tiempos", y nos sugiere el retorno a las catequesis homilécticas de la era patrística para partirle el Pan de las verdades divinas, sobre una firme base. Si hemos aprendido la Teología concluyéndola, mediante el Magisterio, de la Divina Revelación (Tradición Apostólica y Biblia), resultará muy provechoso para el pueblo vaciar la Teología en su fuente primordial y con ella presentar esta Divina Palabra en su diáfana originalidad sin peligros de desviaciones y sin dejar resquicios que siempre aprovechan los heterodoxos para confundir a los católicos torciendo el sentido de la Escritura; más aún, debemos salir al encuentro de sus habituales objeciones.

Lo que pudiera decirse de cada frase del Capítulo que hoy hemos tomado, es inagotable. La nuestra es una somera vista panorámica, pero confiamos que bastará para afianzar en su fe católica a todos los lectores de quienes nos suscribimos afectísimos en Cristo.


P. Manuel Robledo Gutiérrez, E.D.


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EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO.


CAPITULO 1.


Libro de la generación de Jesu Cristo, hijo de David, hijo de Abraham.

Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos. Judá, de Tamar, engendró a Farés y a Zarán. Farés engendró a Esron. Esron engendró a Arán. Arán engendró a Aminadab. Aminadab engendró a Naasón. Naasón engendró a Salmón. Salmón, de Rahab, engendró a Booz. Booz engendró, de Ruth, a Obed. Obed engendró a Jessé, y Jessé engendró al Rey David.

Mas el Rey David engendró, de aquella que fué mujer de Urias, a Salomón. Salomón engendró a Roboam, Roboam engendró a Abías. Abías engendró a Asá. Asá engendró a Josafat; Josafat engendró a Jorán. Jorán engendró a Osías. Osías engendró a Joatán. Joatán engendró a Acáz. Acáz engendró a Ezequías. Ezequías engendró a Manasés. Manasés engendró a Amón. Amón engendró a Josías. Y Tosías engendró a Jeconias y a sus hermanos en la transmigración a Babilonia.

Y, después de la transmigración de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel. Salatiel engendró a Zorobabel. Zorobabel engendró a Abiud. Abiud engendró a Eliacin. Eliacin engendró a Azor. Azor engendró a Sadoc. Sadoc engendró a Aquim. Aquim engendró a Eliud. Eliud engendró a Eleazar. Eleazar engendró a Matán. Matán engendró a Jacob: y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que se llama Cristo.

Así que todas las generaciones, desde Abraham hasta David, son catorce; desde David hasta la transmigración de Babilonia, son catorce, y desde la transmigración de Babílonía hasta Cristo son catorce.

-A-

Bastaría el primer capítulo para que el propósito de San Mateo se hubiera cumplido amplia y satisfactoriamente, pues en el deja demostrado que Cristo es hombre y que es Dios.

Examinaremos la primera parte de esta tesis, cuyas pruebas se contienen en la primera perícopa de este primer Evangelio.

San Mateo, como judío y alcabalero conocedor de todos los estratos sociales del judaísmo de su época, sabía que no era reconocido como judío sino aquel que había nacido judío y que el pueblo de Israel, depositario de la promesa hecha por Dios a Abraham y a los subsiguientes Patriarcas, de que de ellos nacería el Redentor, no admitiría un Mesías que no fuera un auténtico exponente de su raza.

Por esta razón, desbarata anticipadamente todo prejuicio y abre paso a las demás narraciones y doctrinas de Jesús, demostrando por la vía incontrovertible de las genealogías, que Jesús es hijo de David, hijo de Abraham". 

Sistemáticamente e ingeniosamente presenta tres series de "catorce generaciones cada una: de Abraham a David de David hasta la transmigración de Babilonia y de ésta hasta el nacimiento del Redentor.

Algunos creen que el número catorce es empleado por ser el primer múltiplo del numero siete, que es simbólico en el Antiguo Testamento. Otros, no menos ingeniosamente, creen que se empleó el número catorce por ser la suma que arrojan las letras en significación numérica del nombre de David (DWD = 4 + 6 + 4 = 14). Lo cierto es que ese número de generaciones bastó para satisfacer a sus contemporáneos, conocedores de este sistema y testigos de la ascendencia de Jesús. Y también es cierto que, tanto el número de generaciones como el orden de las sucesiones no coinciden totalmente con las que entrega San Lucas, quien pone, no 14 X 3 = 42, descendientes, sino un numero superior (77 gr.-76 Vg.), y procede por orden ascendente.

La solución a esta divergencia ya se ha dado: San Mateo excogita ingeniosamente los principales ascendientes de Cristo desde Abraham hasta San José y utiliza la vía legal que le confiere la misteriosa paternidad de San José; en tanto que San Lucas procede con mayor rigor desde Cristo hasta Adán. En cuanto a las divergencias que se notan en los nombres de ciertos progenitores, pueden ser explicadas por la aplicación de la Ley del Levirato, que consideraba dos padres para el engendrado: el esposo muerto sin sucesión y el hermano o pariente cercano que da sucesión al muerto. (Cf. Deut XXV-5-l0). Así explican los Santos Padres que San Mateo llame al padre de San José "Jacob" en tanto que San Lucas le llama "Helí" (III-23).

También es notable en estas genealogías que se introduzcan los nombres de cuatro mujeres: Tamar, Rahab, Ruth y Betsabé, las cuales, o por su origen racial o por su conducta, tienen alguna tacha en las narraciones del Antiguo Testamento.

La razón es doble: dar a la mujer en el Nuevo Testamento el sitio y reconocimiento que se le negaba en el Antiguo, y demostrarnos que el Mesias vendría a salvar no sólo a los justos, sino también a los pecadores, al grado de emparentar con personas que, aunque infamadas, reconocieron la grandeza de Dios y se acogieron humildemente a su misericordia, como nos revelan estas conmovedoras palabras de la meretriz de Jericó a los exploradores israelitas: "... el Señor vuestro Dios, es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra. Y ahora, ya que os he tratado con misericordia, juradme por Dios que vosotros también trataréis con misericordia a la casa de mi padre ... ", (Jos. II-12). Su persona, su fe y sus buenas obras fueron celebradas en el Nuevo Testamento por San Pablo: 'Por la fe, Rahab, la prostituta, no pereció con los incrédulos, por haber recibido en paz a los exploradores"; y Santiago Apóstol dice: "Rabab, ¿no se justificó por las obras al recibir a los mensajeros y hacerlos salir por otro camino? (Hebr. XI-31; Jac.II-24-26).

En contraposición a esta buena voluntad, Nuestro Señor Jesucristo anatematizaría la soberbia de quienes se juzgaban a sí mismos como merecedores de la eterna salvación por su pureza legal y de linaje: "En verdad os digo que los publicanos y las rameras se os adelantan en el Reino de los Cielos" (Mth. XXI-31). Y no es por canonizar la condición de estos pecadores, sino por alabar el arrepentimiento que atrajo hacia ellos la sobreabundancia de la gracia. (Cf. Luc. XVIII-14; VII-47-48).

-B-

Notemos, finalmente, que el ritmo de exposición de las generaciones de la relación de padres a hijos y de hijos a padres que San Mateo invariablemente ha sellado con el verbo "engendró", se rompe al llegar a San José: "José, el esposo de María, de la cual nació Jesús... ". Clara excepción del orden natural con que un hombre entra a este mundo: se nombra a la Madre, pero no se nombra al Padre; se nombra al Esposo pero no se nombra la generación: Madre desposada, hijo sin padre, que sin embargo entronca legal y limpiamente en la genealogía davidica. ¡Gran misterio que a continuación nos explica el Evangelista!


martes, 24 de diciembre de 2013

Preparemos la navidad (final).

O EMMANUEL!


(Séptima Antífona Mayor del Oficio Divino en Adviento)

Día 23 de diciembre.

¡Oh Dios-con-nosotros,Rey y Legislador nuestro, espectación de las Naciones y Salvador de todas ellas! Ven a salvamos, Señor y Dios nuestro.


Comentario.

I.-¡Emmanuel!, cuya etimología -del hebreo cimmanu'el- significa "Dios-can-nosotros", es el último y definitivo título con que es invocado el Niño que esperamos en esta Navidad.

El título es una abierta revelación de su Mesianidad y de su Divinidad.

a) De su Mesianidad, por cuanto fué solemnemente prometido de parte de Dios al Rey Acaz como prenda de salvación y de triunfo: " ... el Señor mismo os dará una señal: Hé aquí que una Virgen concebirá y parirá un Hijo, a quien denominará con el nombre de Emmanuel" (Is. VII-14).

El contexto de esta profecía complementa la fisonomía mesiánica del Prometido: El mismo Isaías le contempla extasiado y exclama tiernamente estremecido: "¡Un Niño. nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado, sobre cuyo hombro está el principado y cuyo nombre se llamará: Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre del siglo. venidero; Príncipe de la Paz. Para acrecentamiento del principado y para una paz sin fin, se sentará sobre el trono de David y sobre su reino a fin de sostenerlo y apoyarlo por el derecho y la justicia, desde ahora hasta la eternidad" (IX-6-7).

Este Niño, en su crecimiento espiritual, nos concederá el discernimiento del bien y el mal, y traerá abundancia de bienes espirituales a la humanidad simbolizados con la nata y la miel: "leche cuajada y miel comerá hasta que sepa rechazar lo malo y elegir lo bueno" (VII-15).

El Mesías, nacido. "en la plenitud de los tíempos" (Gal, IV-4), tiene poder en lo pasado y en lo futuro. Su redención abarca a la humanidad entera. Cuando Isaías profetíza el avance de las tropas asirias como el desborde de caudaloso río y contempla en espíritu la devastación de la tierra, se sobrecoge horrorizado y acude a El exclamando de repente: "¡Oh Emmanuel!" ("VIII-6-8).¡Aún no nace y ya es invocado para salvación anticipada del universo!

La confirmación de esta profecía, la da el mismo Espíritu Santo por San Mateo, cuando al comentar el anuncio del Angel a San José sobre la concepción del Verbo Encarnado, escribe: "Todo esto ha acaecido a fin de que se cumpliese lo que dijo el Señor por el Profeta que dice: "Hé aquí que una Virgen concebirá y parirá un hijo y llamarán su nombre Emmanuel, que traducido quiere decir "Dios-con nosotros" (Mth. I-22-23).

b) El carácter divino del Mesías está contenido en el mismo nombre.

"Dios-con-nosotros" significa que Dios mismo ha venido a sus criaturas. No es un enviado, no es un profeta llamado con vocación extraordinaria, pero hombre al fin; no es un Pontífice revestido de poderes divinos, pero legado al fin. Es el mismo Díos que habita entre los hombres.

La Sabiduría lo anuncia: "mis delicias es estar con los hijos de los hombres" (Prov. VIII-31), y lo confirma San Juan: "En el principio era el Verbo... el Verbo era Dios ... y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn. I-1-4).

San Juan usa en griego la palabra ESKENOSEN, que significa "puso su morada", y hace a nuestro propósito, pues cuando alguien asienta su domicilio en nuestra tierra, ¿no es tenerle con nosotros? Y si el Verbo, Dios eterno, fija su tienda entre nosotros, ¿no es tener a Dios con nosotros? ¿No es esto el cumplimiento del Emmanuel o Dios-con-nosotros?

II.-Las profecías prometen, bosquejan la figura, delinean la fisonomía y aclaran poco a poco el enfoque del Prometido.

a) En el decurso. de los siglos, esta revelación progresiva arraiga en la humanidad; de modo tal que no sólo hace conciencia en el pueblo poseedor de las promesas, sino también en los pueblos gentíles, por trazas admirables de la Providencia.

Jesús, el Redentor a quien esperamos en el pesebre de nuestra alma en esta Navidad, aparece en la historia de la humanidad como una promesa del Padre, a la que emerge, en correlacíón perfecta, la esperanza y espectación de la humanidad (Cf. Gén. III-15).

Esta esperanza es anhelo, suspiro, deseo ardiente, embeleso, nostalgia ... de modo tal y tan profundo, que el Prometido viene a ser nombrado como la personificación de la espera y se le llama "Espectación".

Así aparece en los albores del pueblo escogido: "No será quitado de Judá el bastón de mando ni el báculo de entre sus piernas, hasta que venga el que ha de ser enviado; El será la espectación de las naciones" (Gén. XLIX-lO).

La espectacíón del Mesías, radicada y como connaturalizada en el pueblo escogido, hizo las veces de foco luminoso: trascendió a todos los pueblos del orbe, aun cuando no hubieran sido herederos directos de la Revelación.

De manera misteriosa aparecen en Oriente Job y sus amigos, que sostienen diálogos sublimes sobre el Dios verdadero, su justicia y sus arcanos, y el Espíritu Santo abre los labios carcomidos del pacientísimo Patriarca para expresar su fe en el Redentor y su esperanza en la resurrección. (Cf. Job. XIX-25-27).

Más tarde, ( ¿720 a.C.?), la incursión militar de Sargón II sobre Samaria secuestra y dispersa a diez de las doce tribus de Israel (II Reg. XVIII-11); las cuales se pierden en el anonimato entre los pueblos del Asia, pero llevando heroicamente el mensaje del Mesías, que es la razón de su esperanza.

En la deportación a Babilonia (587 a.C.; II Reg, XXV-11; Jer. LII-30), los judios plantaron la semilla de su fe entre los asirios.

Cuando Alejandro Magno transporta arbitrariamente (325 a.C.) a cientos de familias judías para poblar la parte oriente de Alejandría, la espectacíon del Mesías ilumina al Africa del Norte.

Al amparo del Imperio Griego y de su suplantador el Imperio Romano, se establecieron innumerables colonias de judios en todo el mundo entonces conocido, llevando íntegra la Revelación y la proclamación de su espectación del "Deseado".

c) Un providente contagio de esta idea en todos los mortales tenía en espectación a las naciones. Los hombres prominentes lo proclamaban, y era rumor del Medio-Evo que los antiguos oráculos sibilinos no podían callarlo.

En este sentido son comúnmente interpretados unos famosos versos de Virgilio, en que parece perfilar el cumplimiento de un oráculo de la Sibila de Cumas, que predice una nueva era al nacimiento de "un niño" (4a Egloga).

Ahora entenderemos la inquietud de la Samaritana, que sin saber que se hallaba ante el Esperado de las Naciones, transpiraba esta espectación universal cuando le decía: "Sé que va a venir el Mesías, el que se llama Cristo, cuando El viniere, nos manifestará todas las cosas" (Jn. IV-25).

III.- a) Para que la venida de Cristo sea fructuosa en la humanidad, en mi alma, debo estar dispuesto a acatar su voluntad.

En la segunda Antífona se hace mención a la Ley que Adonay, Nuestro Señor, dictó a Moisés en el Sinaí, y en Moisés a todas las generaciones hasta la, consumación de los siglos.

En esta última Antífona se evoca el mismo pensamiento pero con esta gran diferencia ventajosísima para nosotros: que "la Ley fué transmitida por ministerio de Moisés; mas la gracia y la verdad, por mano de Jesucristo fué hecha" (Jn. I-17). No puede esperar con ardor a Jesus quien no quiere tenerle como Rey, y no le acepta como Rey quien no le reconoce como su Legislador; y no podrá salvarse por El quien rechaza su Ley de Verdad y de Gracia.

Su Voluntad todo lo rige y alcanza hasta los últimos confines: "en su Ley esperarán las islas" (Is. XLII-4).

b) Mas lejos de imponerla con terrífico aparato como antiguamente en el Sinaí (Cf. Ex. XX-18) al nacer como tierno Niño para proclamar la Ley de Gracia, nos invitará cón su actitud tiernísima anticipando a nuestro corazón estas palabras: "Venid a Mi todos cuantos anádis fatigados y agobiados y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de Mi pues soy manso y humilde de Corazón, y hallaréis reposo para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga, ligera" (Mth, XI-28-30).

De esta manera se convierte en "Legislador nuestro", y transforma en gozo inefable la sujeción del alma; pues la conforta, la Instruye, la alegra, la ilumina, le proporciona estabilidad ante las vacilaciones de la miseria humana, y la enriquece con la Gracia. Con razones más profundas y mejor fundadas que las del Salmista, pues vivimos ya en la Nueva Ley de Gracia, podremos repetir éstas estrofas inmortales: 

"Es perfecta la Ley del Señor, conforta al alma;
 la ordenanza del Señor es firme, instruye al símple.
 Los Estatutos del Señor son rectos, el corazón alegran.
 El mandamiento del Señor es límpido, ilumina los ojos;
 el temor del Señor es sin mancilla, estable para siempre;
 los juicios del Señor son verdaderos, por igual todos justos.
 Mucho más deseables son que el oro, que mucho oro acendrado,
 y dulces, más que la miel, que la miel de los panales ... " (Ps. XVIII-8-11).

Porque justicia y derecho son su trono y su peana, para dar paz universal en la santidad y en la gracia: "Otorga, oh Dios, al Rey tus poderes (pidamos con el Salmista), y tu justicia al Vástago Real: gobierne a tu pueblo con justicia y a tus menesterosos en Derecho", (Ps, LXXI-1).

c) Los frutos de tal Legislación eran proféticamente anunciados para el Nuevo Testamento: "Traerán las montañas paz al pueblo, los collados justicia, y salvará a los hijos del mendigo y hollará al opresor" (Ps. LXXI-1-3). Cristo es la Paz y la Justicia que se hace presente en su NaCImiento venciendo las montañas de los Siglos y los collados de las edades; viene a salvar a los hombres hijos de Adán, mendigo de la Gracía, y a humillar al demonio, opresor de la humarudad.

Si tantos bienes nos trae la venida del Mesías, si con tantos y tan variados títulos nos presenta su derecho a poner su tienda entre nosotros, ¿por qué se opone el mundo a su espiritual nacimiento en el alma de los cristianos? ¿Por qué se estorba su conocimiento a los paganos? "¿Por qué .... se confabulan contra Yahvéh y contra su Ungido?" (Ps. II-2).

* * * *

Rendidos a sus requerimientos amorosos, unamos nuestra voz a la ferviente llamada de la Iglesia. Que nuestra instancia estremezca en Su espera a la creación entera, y podamos exclamar como el Salmista:

"Conmuévase de gozo el mar y cuanto en él se encierra;
la tiera toda con todos sus habitantes.
Los ríos aplaudirán con palmadas; los montes a una saltarán de contento,
a la vista del Señor, porque viene ... "

(Ps. XCVII-7-9).


* * * *

Ven, pues, Oh Jesús, y haz realidad tu título de Emmanuel; que las Naciones te esperan con ardorosos deseos. Ven a salvarnos vencido de los instantes suspiros de la Iglesia, que desde su prefiguración, en la Sinagoga, clamaba sin descanso: "¡Ven!", y desde la eternidad, antes que fueras concebido, eres llamado Jesús, pues Tú has de salvar a tu pueblo de sus pecados. (Cf. Luc. II-21; Mth.II-21).

Tú eres nuestro Señor y Dueño, "Tú nuestra roca salvadora" (Ps. XCIV-1). Tú eres nuestro Dios, ¡Oh Yahvéh, Oh Sapientia, Oh Odonai ... Oh Emmanuel!


P. Manuel Robledo.

Preparemos la navidad (cont).

O REX GENTIUM!


(Sexta Antífona Mayor del Oficio Divino en Adviento).

Día 22 de diciembre.

¡Oh Rey y deseado de las Naciones, y Piedra Angular que de dos haces uno! Ven y salva al hombre que formaste de barro.

Comentario.

1.-El carácter real del Mesías, expuesto en la Tercera Antífona como el arbitraje que decide la suerte de los Reyes y de las Naciones, su realeza eterna y temporal que le autoriza a decir: "Por Mí reinan los reyes y dictan justas leyes los Legisladores" (Prov. VIII-15), es nuevamente proclamado en esta sexta Antífona con el claro título de "Rey de las Naciones".

Mas inmediatamente se le proclama como "Deseado de todas ellas", pues su reinado es "de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz" (Pref. Xti. Reg.).

Nadie que conozca a este Rey podrá rechazarle; nadie clamará: "No queremos que éste reine sobre nosotros" (Luc. XIX-14). Antes al contrario: su sola noticia le hará deseado por todos los pueblos, por la humanidad entera, "como desea la tierra el rocío de la mañana", "como la cierva sedienta busca las fuentes de las aguas" (Ps. LXII-2; XLI-1).

Este es el "Deseado de los collados eternos" que vislumbraba Jacob cuando bendecía a su recuperado José (Gén. XLIX-26): es decir, Aquel a quien desean no sólo los Patriarcas que se remontan hasta Adán, no sólo los Profetas que escudriñan los arcanos de la Revelación, sino los mismos eternos decretos de la salvación del hombre. Su cumplimiento haría bienaventurados a cuantos le constataran, "porque muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron ... " (Luc. X-24).

En el tiempo, su Personalidad se confunde en los Libros Santos con el anhelo que de El tienen las naciones. Es como un vehemente deseo personificado. La Antífona le evoca como "El Deseado", tomando este título de aquel pasaje en que Ageo presenta al universo mundo conmovido por su venida: "Dentro de un poco Yo haré estremecerse los cielos y la tierra y el mar y el continente seco; y conmoverá a todos los pueblos, y vendrá el Deseado de todas las Naciones y henchiré de gloria esta Casa, lo dice Yahvéh de los ejércitos" (Ag. II-8).

Según esto, ¿será admirable que Isaías, también inspirado por el Espíritu Santo, haya trazado un cuadro panorámico del imperio universal del Mesías, presentando a todos los pueblos como tributarios amorosos de su realeza? "A gente que no conociste llamarás (dice el Profeta), y gentes que no te conocían correrán hacia ti por causa de Yahvéh tu Dios y por el Santo de Israel, pues te glorifica" (Is. LV-5).

Su Voluntad es esperada hasta por las islas más remotas: "y en su ley esperarán las islas" (Ib. XLII-4). Y todos los pueblos y sus magnates serán iluminados por su sabiduría y su gracia: " ... y las gentes caminarán a tu luz y los Reyes al fulgor de tu astro naciente" (LX-3).

Ya en el cumplimiento de la venida venturosa, el Anciano Simeón, levantándole en sus brazos, exclama: " ... ya vieron mis ojos tu Salud que preparaste a la faz de todos los pueblos; luz para iluminación de los gentiles y gloria de tu pueblo Israel" (Luc. II-30-32).

2.-a) Los últimos versículos nos cercioran de un plan divino que aglutína en un solo pueblo a los descendientes de Abrahám, depositarios de la Revelación, y los gentiles; los cuales aparecen como dos muros convergentes cuya unión sólo puede hacerla Jesucristo. Cristo es, en efecto, como una piedra que "de dos hace uno": une a las naciones, a las generaciones pasadas con las presentes, a las presentes con las futuras; a los judíos con los gentiles, al Antiguo con el Nuevo Testamento. San Pedro cita a Isaías y declara que Jesucristo es la piedra angular: "Mirad que pongo en Sión una piedra angular escogida, preciosa, y quien en ella cree, no será confundido" (I Petr. II-7; Is. XXVIII-16).

Habrá y hay, sin embargo, quienes no crean en Jesús, y esa es su extraordinaria incolumidad: que es salvación para los que a ella se acogen y muerte para quienes la desechan: "piedra angular, de tropiezo y roca de escándalo", la llama San Pedro evocando también a Isaías (I Petr. II-7; Is. VIII-14).

Mas, ¿acaso porque los hombres rechazaron a Cristo dejó de ser la piedra clave del edificio? Los judíos, que eran en el plan divino los constructores de la salvación universal, rechazaron oficial y definitivamente a Jesús, creyendo que se bastarían a sí mismos; mas escrito estaba: "La piedra que rechazaron los constructores se ha convertido en piedra angular. De Yavéh mismo ha venido esto: es una maravilla a nuestros ojos" (Ps. CXVII-22-23). Cristo aplica a su Persona estas palabras ante los Fariseos; (Mth. XXI-42), y San Pedro no duda en reprocharlas al Sanhedrín (Act. IV-1l).

Y mientras ellos, los dirigentes religiosos del pueblo escogido, a fuerza de contradecirle, se rompieron sus cabezas contra esta Piedra, los proscritos y despreciados gentiles a Ella se asieron y de Ella alcanzaron su eterna salvación. Así se cumplieron las palabras del Anciano Simeón cuando profetizó: "Hé aquí que Este está puesto para caída y resurgimíento de muchos en Israel, y como señal a quien se contradice" (Luc. II-34).

b) La Piedra Angular de que nos habla la Antífona no es sólo unión sino también fundamento único. San Pablo tiene dos pasajes importantísimos en que nos habla de esto. En primer lugar nos advierte que "nadie puede poner otro fundamento fuera del ya puesto, que es Jesucristo" (I Cor. II-1). Escribiendo a los Efesios nos explica la unión de los dos Testamentos en Cristo: el Antiguo y el Nuevo, sobre cuya base monolítica se levanta el templo de Dios, con los extranjeros y gentiles y los engreídos judíos, siempre y cuando hayan todos acogido a Cristo como su Señor y su Dios (Cf. Jn. XX-28). Este es el pasaje grandíoso: "Así pues, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois conciudadanos de los Santos y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los Apóstoles y de los Profetas, siendo la piedra angular el mismo Jesús, en el cual todo edificio, harmónicamente trabado, se alza hasta ser templo santo en el Señor; en el cual vosotros sois juntamente edificados para ser morada en el Espíritu (Eph. II-20; Cf. I Cor. III-1).

Parece que San Pedro hacía eco al Apóstol de los gentiles, cuando por su parte exponía una idea semejante: "Y vosotros, llegándoos a El, piedra viviente desechada por los hombres, mas a los ojos de Dios escogida, preciosa, ofrecéos de vuestra parte como piedras vivientes con que se edifique una casa espiritual para un Sacerdocio Santo ... " (I Petr. II-1-6).


3.- A vista de estas prerrogativas de Cristo, la de su Imperio Amoroso que cobija en uno a todos los pueblos que lo desean, y la de Piedra Angular que une a Judíos y Gentiles, al Antiguo con el Nuevo Testamento, la Iglesia vuelve sus ojos a la humanidad y la contempla como una sola hechura: hombres todos hechos de barro por el mismo Dios (Cf. Gén. II-7). ¿A qué fin las divisiones, si todos nos fundimos en el mismo origen? ¿Por qué tanta soberbia, si polvo somos y al polvo tornaremos? (Cf. Ib. III-19).

Así como se amasa el barro de alfarero, así como se cuecen y fraguan en uno todas sus partículas, así nos una el Señor por su venida, así nos solidifique inflamados en su amor.

¡Ven!, exclama la Iglesia mirando la desolación y la ruina de la humanidad, pues sabe que la ruina persistirá "hasta que venga Aquel a quien corresponde el derecho" (Ez: XXI-27); cuya solidez eterna de roca inconmovíble unirá para siempre a la desunida humanidad.

Ven, Jesús, pues no hemos de rechazarte ni resistiremos sabiendo, como hombres de barro, que tienes potestad para destruir a las naciones rebeldes "como vaso de alfarero" (Ps. II-9); antes reconociéndote como el Enviado, como el Deseado de las naciones, te aclamaremos con júbilo cantando: "¡Bendito el que viene en el Nombre del Señor!" (Mth. XXI-9).



sábado, 14 de diciembre de 2013

Preparemos la navidad (cont).

O ORIENS!


(Quinta Antífona Mayor del Olicio Divino en Adviento).

Día 21 de diciembre.

¡Oh Oriente, Resplandor de la Luz Eterna y Sol de justicia! Ven e ilumina a los que se 
sientan en tinieblas y en sombra de muerte".

Comentario.

Esta última Profecía, emitida por el Sacerdote Zacarías en el cántico sublime que desató su milagrosa mudez (Cf. Luc. I-78-79), da al Libertador de la humanidad esclavizada el título de "Sol Naciente".

El original griego de San Lucas usa el término ANATOLE, que la Vulgata traduce como ORIENS, el Oriente.

Su traducción castellana, conforme la mente del Autor Sagrado y el término gramatical, es "el que sale"; no el punto cardinal (Náhuatl: Tonatiuhiquizayan), sino "Aquel que sale".

Otro Zacarías, el Profeta, había usado el mismo título para vaticinar al Mesías tipificado en el Sumo Sacerdote Yehosúa y sus sucesores: son "varones de presagio" porque simbolizan lo por venir: "Hé aquí que Yo,voy a traer a mi Síervo, el Oriente" (Zac. III-8). Más abajo confirma este título mesiánico en la coronación del Sumo Sacerdote: "Hé aquí un hombre cuyo nombre es Oriente". (Ib. VI-12).

La voz hebrea empleada por el Profeta es SEMAH, cuyo primitivo significado es "BROTE de una planta" (Náhuatl: Itzmolinaliztli. Los LXX lo traducen como ANATOLE, salida del sol, aunque con aplicación a lo que brota.

Zacarías aclara el significado de su SEMAH añadiendo: " ... y debajo de él brotará y construirá el Templo de Yahvéh". La Vulgata combina ORIENS y ORIENTUR: El que sale... saldrá.

Cualesquiera de estas palabras o sus equivalentes, siempre darán la idea de brote, germen, vástago o renuevo. Así, escribe Jeremías (XXIII-5): "Suscitará a David un vástago justo"; y San Pablo nos declara en Hbr. VII-14,que "el Señor Nuestro es Retoño de Judá".

Pues bien, la Quinta Antífona Mayor del Oficio Divino de Adviento, evoca este título para llamar a Jesucristo y hacerle nacer espiritualmente en nuestros corazones durante esta Navidad.

El es "El que sale" del entendimiento del Padre por vía de generación allá en la eternidad; "El que sale" al tiempo como el "astro naciente" (Is. LX-3), que "se levanta cual esposo de su tálamo, que se goza como un atleta corriendo su carrera" (Ps. XVIII-6).

El es "El que sale" al mundo, de Madre Virgen cuyo claustro inmaculado fue creado para El, para "El que sale", el "Oriente", el "Brote", el "Vástago divino", y su tipo lo contemplan los Padres en la puerta del Santuario que mira hacia "el Oriente": " ...Esta...permanecerá cerrada ... porque Yahvéh, Dios de Israel, por ella entró y cerrada ha de permanecer" (Ez. XLIV-I-2).

El es "El que sale" para luz del mundo (Cf.Jn. VIII-12), no como sale el astro luminoso para despertar con sus rayos la naturaleza dormida, sino como luz vivificante que' supera infinitamente la hermosura y vitalidad de todas las lumbreras síderales, "porque Ella -la Sabiduría Eterna es más hermosa que el sol y sobrepuja toda constelación; puesta a la par de la luz, lleva la palma, porque a la luz suplanta la noche; mas contra la Sabiduría no hay malicia que prevalezca" (Sap. VII-29).

Por esto, la Liturgia lo invoca en esta Antífona con nuevos atributos: "Resplandor de la Luz Eterna" y "Sol de Justicia".

Son estos últimos otros dos títulos aplicados también al Mesías que invocamos, y cuya base la suministran los Libros Santos al descubrírnos que la Sabiduría es "irradiación esplendorosa de la Eterna Lumbre y Espejo inmaculado de la energía de Dios, y una Imagen de su Bondad" (Sap.VII-26); es decir, de su santidad, de su justicia.

"Sol de justicia" le nombra Malaquías (IV-2), por cuanto "en sus rayos traerá la salvación", así como el sol trae la vida y la luz en los suyos. Los pueblos todos le verán con gozo, pues frente a su luz se convencerán de la vanidad de los terernos resplandores y harán suya la palabra del Señor: "No será ya el sol tu luz durante el día ni te alumbrará la luz de la luna; porque Yahvéh será para tí eterna lumbrera y tu esplendor el Dios tuyo. No se pondrá más tu sol ni faltará tu luna: porque tu luz eterna será Yahvéh, y los días de tu llanto se habrán acabado" (Is. LX-19-20).

De aquí que San Juan nos presente al Verbo como "la luz verdadera, la que ilumina a todo hombre viniendo a este mundo" (Jn. I-9).Y una vez nacido y habitando entre nosotros (Cf. Ib. 14), proclama de Sí mismo: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn. VIII-12).

Esta Luz de Verdad, al venir a este mundo, disipará las tinieblas del error; esta Luz de la Vida ahuyentará las tinieblas de la muerte. Este Sol de Justicia, al iluminar a la humanidad caída, justificará con su gracia a las almas: este eterno Resplandor de la Eterna Luz penetrará las almas con savia nueva y las elevará al plano de lo divino, pues "con ser una, lo puede todo, y sin salir de Sí, todas las cosas renueva; y en todas las edades, transfundiéndose en las almas santas, hace de ellas amigos de Dios y profetas" (Sap. VII-27).

Cuando esto se verifique en esta Navidad, el mundo entero exultará de gozo; podrá entonces aplicarse a sí misma la humanidad creyente aquellos jubilosos vaticinios de Isaías: ¡"Levántate,resplandece...pues ha llegado tu luz y la gloria del Señor ha amanecido sobre tí; pues he aquí que tinieblas cubren la tierra y obscuros nubarrones los pueblos; mas sobre ti brilla el Señor y sobre ti se dejará ver su gloria ... " (Is. LX-1-2).



sábado, 7 de diciembre de 2013

Preparemos la navidad (cont).

O CLAVIS DAVID!


(Cuarta Antífona Mayor del Oficio Divino en Adviento).

Día 20 de diciembre.

¡Oh Llave de David y Cetro de la Casa de Israel, que abres, y nadie cierra, cierras y nadie puede abrir! Ven y saca de la cárcel al que, aherrojado, se sienta en tinieblas y sombras de muerte.

Comentario.

El cuarto "Veni", -Ven-, presenta una antítesis que surge de la consideración del que clama y de Aquel cuya venida se implora.

El que es invocado, el Verbo de Dios, es el poder absoluto; el que clama es la miseria extrema.

La Iglesia nos le presenta ahora llamándolo con el título que en Sí mismo ostenta ante el Vidente de Patmos: "Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y nadie cerrará, y que cierra y nadie abrirá" (Apoc.III-7).

Al llamarle "Llave de David", indica la potestad absoluta tomando lo poseído por el poseedor, como quien personifica el poder o le identifica en su Ser como un poder intransferible.

De modo paralelo evoca la Iglesia la profecía de Jacob en que su hijo Judá concentra el poder de las doce tribus en vistas a la venida del Mesías que hoy invocamos, diciendo bajo la inspiración divina: "No le será quitado -a Judá- el cetro, ni la primacía de su sede hasta que venga el que ha de ser enviado; El será la expectación de las naciones" (Gén. XLIX-10).

Así también le llama "Cetro de la Casa de Israel", por cuanto Suyo es el poder y el reinado, de tal modo, que éste le es connatural y se le identifica, no sólo por la Casa Real de la cual desciende en su generación humana, sino sobre todo por ser El quien otorgó el cetro y el poder a David. (Cf. II Sam. XII-8).

El poder de ese Cetro, la capacidad de esta Llave, son absolutos: cuanto ha decretado, desde la eternidad lo ha determinado: no existe poder en toda la creación que pueda hacer lo contrario, y ésto por voluntad eterna de su Padre, como nos lo revela el Profeta Isaías: "Pondré la llave de la Casa de David sobre su hombro: cuando abra no existirá quien cierre, y cuando cierre no existirá quien abra" (XXII-22).

Poner o llevar sobre el hombro, en lenguaje de Isaías, equivale a investir, entregar de lleno, confiar, confirmar, dar en posesión lo que por naturaleza le compete. De este modo y con esta expresión le contempla y revela en otro lugar tal como deseamos ahora verle, recíén-nacído en el tiempo, y exclama tiernamente transportado: "Un pequeñito nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado, sobre cuyo hombro descansa su imperio ... !" (IX-16).

¿Qué otra cosa necesitaba la humanidad apartada de su Dios en proporciones infinitas, que el infinito poder de un Díos infinitamente misericordioso, para salvar esa distancia infinita y reconciliarse con su Creador?

Sentada en tinieblas de muerte, aherrojada por Satanás, presa en el averno por el pecado, ha menester la "Llave de David" que abra sus cerrojos y la saque a la luz.

Dice el Salmista: "Sentáronse en tinieblas y entre sombras atados por miserias y por hierros". (Ps. CVI-10).

Mas "la Luz brilla en las tinieblas" (Jn. 1-5), Y se escucha en los ámbitos del tiempo con resonancia en las bóvedas del espacio, la voz del Padre Celestial, que decreta: "Te he constituido y puesto como alianza del pueblo para levantar de nuevo el país, para repartir heredades asoladas, diciendo a los prisioneros: ¡Salid!; a los que están en tinieblas: ¡Mostráos!" (Is. XLIX-8-9).

En este pasaje sublime se halla como en síntesis el programa de la Redención. ¿Quién levanta a la humanidad caída, quién restablece las perdídas heredades de la Gloria, sino Jesús, Cetro de Israel? ¿Quién libera a los prisioneros de Satán, quién disipa sus tinieblas sino Jesús, Llave de David? 

Pero esta humanidad doliente y pecadora ha de obtener su redención si mantiene viva la esperanza de su Redentor; si, reconociendo su extrema indigencia, clama a El por su remedio. Así nos lo indica en versículos posteriores el Salmo antes citado: "Clamaron al Señor en su apuro. Quien los libró de sus tribulaciones; sacólos de tinieblas y de sombras, y sus cadenas hizo pedazos ... pues quebrantó las puertas de bronce y los férreos cerrojos hizo añicos" (Ps, CVI-13-14... 16).

Hé aquí por qué la Iglesia repite su amoroso "Ven", e insiste: porque sabe que el Mesías a quien espera, el Niño que está por nacer, ha sido constituído "para abrir los ojos a los ciegos, para sacar a los prisioneros de la mazmorra, de la prisión a los habitantes de las tinieblas" (Is. XLII-7).

Ese "Ven" de la Iglesia, de las almas; ese "Ven" insistente y doliente, confiado y esperanzado, callado y clamoroso, nostálgico y certero, acabará por conmover las entrañas del Padre, por así decirlo, y nos lo enviará; las entrañas del Hijo y descenderá, las entrañas del Espíritu Divino y nos le presentará en su generación terrena. Descorreráse el velo que ha cubierto la luz desde que el hombre se internó en las caliginosas regiones de la muerte.

Ya lo vislumbraba próximo el Sacerdote Zacarías, padre del Precursor; ya sentía el estremecimiento de esas entrañas divinas movidas a compasión, y cantaba arrebatado: "...por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, por las cuales nos visitará un Sol Naciente de lo Alto, para iluminar a los que están sentados en tinieblas y sombra de muerte..." (Luc. I-78-79).


Preparemos la navidad (cont).

O  RADIX JESSE!



(Tercera Antífona Mayor del Oficio Divino en Adviento)

Día 19 de diciembre.

"¡Oh Raíz de Jessé que te yergues como signo de los pueblos, ante quien los reyes imponen 
sílencio a su boca, y a quien invocarán las naciones! Ven a librarnos, ya no tardes".


Comentario.

Después de reconocer y proclamar la eterna generación del Verbo llamándole Sabiduría, y su absoluto dominio de lo creado invocándolo como Adonay, proclama ahora la Iglesia en esta tercera Antífona, la realeza terrena del Redentor al evocar su genealogía directa a partir del Rey David.

Al decir "Radix Jesse", Raíz de Jessé, evoca por el continente lo contenido, ya que el texto de Isaías dice a la letra: "Saldrá un brote de la raíz de Jessé", añadiendo en paralelismo sinonímico: "y un vástago de sus raíces brotará" (Is. XI-1).

Jessé, padre de David, es considerado como la raíz de la dinastía. Sería después destronada y el trono usurpado por un idumeo servil de los dominadores romanos; aparecería entonces como extinguida: su raíz muerta y seca a la consideración del mundo entero.

Mas la savia es conservada en San José, quien por una indefinible paternidad transmite legalmente a Jesús todos los derechos: la regia estirpe davídica revive en Jesucristo, fruto bendito del vientre de María, que es de la misma estirpe, "la esposa Virgen", la vara misteriosa que florece por milagro, la que en sus entrañas le formó con su sangre real.

De este modo, Jesucristo tiene nato derecho al cetro universal. Es "Rey de Reyes y Señor de los Señores" (Apoc. XIX-16).

Y así como un solo hombre sobre quien radica la judicatura de un pueblo, hace converger en su persona las voluntades de todos sus conciudadanos, así también Jesús es el cetro y como la bandera de los pueblos todos y de todas las generaciones. De aquí que el mismo Profeta le contemple como árbitro universal: "Y sucederá aquel día que la raíz de Jessé se erguirá como enseña para los pueblos; vendrán a consultarla las naciones y su morada será magnífica". (Is. XI-10).

Efectivamente, Cristo Rey se levanta como árbitro universal, como signo y bandera no sólo de Israel, depositario de las promesas mesiánicas, sino de toda la gentilidad, que también esperaba la redención del universo, cada vez con más instancia, porque cada día era mayor su miseria y necesidad.

El Apóstol aplica a Jesús estas palabras del Profeta a propósito de la universalidad de la Redención: "Te he puesto como luz de las 'naciones a fin de que seas para salud hasta el extremo de la tierra" (Act. XIII-47; Is. XLIX-1).

Y el mismo Cristo, hablando de Sí y de la consumación de la Redención, se nos muestra como un signo que hará converger todas las cosas a Su Persona: "Y Yo, cuando fuere levantado de la tierra, a todos atraeré hacia mí" (Jn. XII-32).

Si volvemos los ojos al Fundador de esta Dinastía, David, encontraremos su mente fija en los arcanos divinos, y su alma contemplando al Padre Celestial cuando otorga a su Hijo las naciones. Así transmite al mundo entero la revelación sobrenatural de este Decreto Divino: "Promulgaré el decreto del Señor: Díjome el Señor: Tú eres mi Hijo. Yo te he engendrado hoy. Pídeme y te daré las naciones por juro de mi heredad" (Ps.II-7-8).

En otro lugar nos expone un doble aspecto del reinado mesiánico: el judiciario sobre quienes le resisten y el pacífico sobre quienes de grado lo aceptan. Sobre los enemigos: "Ha dicho el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que Yo ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. Tu cetro poderoso extenderá el Señor desde Sión: ¡entre tus enemigos levanta el mando!" (Ps, CIX-1-2).Y sobre los que le aman: "Otorga, oh Dios, al Rey tus poderes y tu justicia al Vástago Real: gobierne a tu pueblo con justicia y a tus menesterosos con equidad" (Ps. LXXI-1-2).

La Antífona continúa notando la superioridad infinita de Jesucristo sobre las majestades de la tierra: "Ante El enmudecen los reyes", los que pretendieron desconocer su primacía: "Alzáronse los reyes de la tierra... en contra del Señor y de su Ungido. El que mora en los cielos sonríe ...les habla en su furor. " Mas yo tengo a mi Rey constituido sobre Sión mi monte sacrosanto" (Ps.II -2-4-5-6.).

Las naciones del Universo, deseosas de salvación, ven en Cristo el colmo de sus anhelos de paz y redención. Paz de la tierra, como cantarán los Ángeles en su nacimiento (Cf. Luc. II-14); redención espiritual que lleve a las almas la verdad y la gracia (Cf. Jn. 1-14).

Nosotros también buscamos el imperio de Cristo con amor, pues le deseamos; no queremos incurrir en la necedad de los que se opusieron a su reinado ni de los que pretendieron desechar la piedra angular del edificio; antes deseamos verle venir bajando como rocío de las nubes, entrar mansamente a nuestra sociedad "como Rey pacífico" (Zac. IX-9) (Cf. Luc. XIX-14; Mt. XXI-42; Is. XLV-8).

Y mientras llega la Navidad nos parecen siglos; aquellos siglos que prolongaban la esperanza de los Patriarcas y alargaban los suspiros de los Profetas; aquellos siglos en que densas tinieblas cubrían a la humanidad sobre la tierra y le hacían clamar con más ahínco: "¡No tardes!".

¡No tardes más!, le dice la Iglesia, pues el mundo camina hacia su ruina y se precipita en el abismo de la condenación. ¡No tardes más!, -le decimos las almas fieles- pues te deseamos con ansia para consuelo y aliento en nuestro peregrinar espiritual hacia la Patria ...



miércoles, 4 de diciembre de 2013

Preparemos la navidad (cont).

O ADONAI. .. !

(Segunda Antífona Mayor del Oficio Divino en Adviento)

Día 18 de diciembre.

¡Oh Adonai y Guía de la Casa de Israel, que apareciste a Moisés en el fuego de la zarza ardiente y le diste la Ley en el Sinaí! Ven a redimimos con brazo poderoso.


Comentario.

Cuando nos dirigimos a Dios para expresar su grandeza, llamámosle YAHWEH; (Dios en Sí mismo); mas cuando le invocamos como creaturas para patentizarle y reiterarle nuestra dependencia, le llamamos ADONAY (Dios soberano con relación a sus creaturas ).

El primer Nombre Divino significa "El-que-Es", el que existe por Sí mismo y tiene en Sí la plenitud del ser, fuente primordial, principio no causado, el Absoluto. Con este título devélanse a nuestra contemplación el esplendor de la gloria divina y el abismo inconmensurable de su infinita perfección.

El segundo nombre, "Adonai", es formado por la radical Adón, Señor y el posesivo "i" en su forma alargada "ai". Su significación completa es "Mi Señor" o, en vocativo, "Señor Mío".

Este segundo nombre lo acoge la Liturgua para implorar el nacimiento temporal del Verbo Encarnado, para poner ante su Divino Acatamiento la necesidad que tiene la miseria humana de misericordia y redención. Parece clamar como el Salmista: "Alzo a los montes (al cielo) mis ojos, ¿de dónde vendrá mi auxilio? Mi auxilio del Señor viene, hacedor de cielo y tierra" (Ps. CXX-1-2).

Al mismo tiempo le presenta su Señorío absoluto y nuestra incondicional dependencia: "mi Señor". Por tanto, le pide su favor y defensa "con mano poderosa y brazo extendido" (Deut. V-15); pide la salvación de "lo Suyo"; salvación que realizará Adonai al venir a nuestra tierra en su Nacimiento temporal. Es este el inicio de la Redención que nos rescató del poder del enemigo malo.

Aludiendo a esta situación y urgencia, la Iglesia hace recuento de las primeras manifestaciones de Dios hacia su pueblo cautivo: Al pactar Yahvéh con Abraham, le convierte en Padre de muchas gentes -naciones- y le promete al Redentor (Cf. Gén. XII-1-3).

Al pactar con Jacob en la visión de la escala, prometió guiarlo en sus caminos (Gén. XXVIII-15). Dios no lo abandonó jamás.

Esta promesa se prolonga en favor de sus descendientes. Guía Dios a su pueblo por el desierto con una columna que los cubría de los ardores del sol por el día y les alumbraba como el fuego en las tinieblas de la noche; lo proveyó de comida para saciar sus necesidades temporales. (Cf.Ex. XIII-27-22; XIV-XVI).

San Pablo hace un tránsito de lo temporal a lo espiritual para revelamos en sentido pleno de tipificación de esas figuras: "Todos fueron bautizados en Moisés, en la nube y en el mar, y todos comieron un mismo manjar espiritual y todos bebieron una misma bebida espiritual, puesto que bebían de una piedra espiritual que los seguía; y la piedra era Cristo" (I Cor. X-2-4).

"Los seguía": luego Cristo-Dios fué el conductor de Israel hacia un destino espiritual, el sostén de su pueblo con comida y bebida espirituales, quien asimiló a su pueblo en uno solo consigo, poníendo a Moisés al frente, haciéndoles caminar bajo la nube y pasar a pie enjuto por el lecho del mar. Figura de otra liberación que obraría, no como "piedra consecuente", sino como Dios encarnado.

No sin misterio se anuncia el Señor a Moisés como liberador de su pueblo y se presenta de modo que pudiera ser identificado, en la plenitud de la Revelación, como ardiendo en una zarza sin consumirla; y desde el fuego escucha su divina vocación.

¿Qué significa la zarza y qué nos quiere decir con el fuego? ¿Porqué, si "nuestro Dios es fuego devorador" (Hebr. XII-29), no se consume la zarza y el fuego no se extingue?

El fuego significa la Idea divina manifestada bajo la figura de ese elemento, que desea iluminar y abrasar la tierra con su amor. (Cf. Luc. XII-49). No se extingue porque es la Idea Substancial, Subsistente, Eterna y Absoluta.

La Zarza, planta cuya raíz se hiende en la tíerra significa la humanidad. De ella dirían los Profetas: "La lealtad brota ya de la tierra y la justicia desde el cielo ha mirado" (Ps. LXXXIV-12); y más claramente: "Saldrá un brote de la raíz de Jessé, y un vástago de sus raíces brotará" (Is. XI-1).

Esta vara de la raíz de Jessé, esta zarza, sustentáculo de fuego divino, es María, la Madre del Verbo Encarnado, que con ser una mujer que hiende sus raíces en la raza humana, alberga en sus entrañas al mismo Dios; y siendo Madre no pierde su virginidad, como la zarza no perdió una sola de sus hojas al ser envuelta del fuego sobrenatural.

Para demostrar a Moisés lo sobrenatural del fuego, le fué presentada la zarza intacta; para demostrar a los hombres la divinidad de Cristo, les fué comprobada la virginidad de la Madre. 

Todo esto lo declara la Liturgia cuando canta a María: "En la zarza que viera Moisés sin quemarse, reconocemos conservada tu laudable virginidad" (Off. Parv. B.M.V. ad. Laud. post Natív.).

Pues todas las maravillas de Yahvéh con el Israel según la carne, se cumplieron en la Iglesia, que es el "Israel de Dios", según feliz expresión del Apóstol. (Cf. Gál. VI-16).

Por eso la Iglesia llama al Redentor a un nacimiento espiritual en el corazón de los fieles en esta Navidad; y lo llama con el consolador nombre de Adonay para reconocerse como cosa y posesión Suya. Lo llama Adonay para que haga efectiva en nosotros la Redención y nos muestre su protección con brazo poderoso; para rehabilitarnos a la Ley que, dictada por su Sabiduría en el monte Sinaí, (Cf. Ex. XX-1-17),fué reivindicada en el pesebre de Belén cuando vino en carne "no para abolir la Ley sino para cumplirla" (Mth. V-20), y darle un relieve espiritual por la gracia, pues como enseña San Juan: "La Ley fué dada por ministerio de Moisés, mas la verdad y la gracia fué hecha por el poder de Jesucristo" (Jn. 1-17).



lunes, 2 de diciembre de 2013

Preparemos la navidad (cont).

2.-Las Antífonas Mayores "Ad Magnificat".

Desde el día 17 de diciembre hasta el 23, el Oficio Divino entona sendas Antífonas solemnes que con toda razón se llaman "Antífonas Mayores". Mayores por su antigüedad, pues datan del S. VI, y fayores por su solemnidad.

Ellas contienen lo más granado que la Escritura reserva para invocar al Mesías Prometido e implorar su Nacimiento.

Se llaman también "O", porque con esta interjección invocan al Verbo Eterno para que venga a la tierra. A esta exclamación siguen inmediatamente uno o varios títulos de divinidad o mesianismo, y siempre envuelven una llamada insistente: "Ven", expresando una finalidad que es siempre salvífica.

Generalmente se las distingue por el vocativo del primer título: "O Sapientia", "O Adonai",  "O Radix", "O Clavis", "O Oriens", "O Rex", "O Emmanuel".

Para enfervorizar nuestra devoción y ambientar nuestra alma en la preparación de la Navidad, conviene que ahondemos en esta veta riquísima de enseñanzas bíblicas y sentimientos espirituales.

Meditemos una a una estas preciosas joyas de la Liturgia Romana en los días indicados; no sólo para cantarlas devotamente en el Oficio Divino, sino también, y sobre todo, para mantener nuestra alma imbuída en el espíritu de Navidad.

Así nos lo pide el mismo nombre de "Antífona". Antífona signífica un sonar anticipado; es un eco de coro a coro, un reflejo de la idea matriz de esta sublime sinfonía de Navidad, un aliento anticipado que envuelve en su aroma a quienes se aproximan...

Aproximémonos a la Navidad deleitando los oídos de nuestra alma con el eco anticipado del Gloria de los Angeles; despertemos nuestros ojos con el reflejo diamantino del pesebre; impregnemos nuestras almas con el suavísimo aroma de esa noche divina ...

Pidamos el privilegio de ser atraídos hacia el Divino Infante, repitiendo las palabras de la  Esposa de los Cantares: "Atráeme hacia Tí; correremos en pos de la fragancia de tus perfumes" (Cant.I-3).

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O SAPIENTIA!


(Primera Antífona Mayor del Oficio DivinO en Adviento)

Día 17 de diciembre.


"¡Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo abarcando del uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad!, ven y muéstranos el camino de la salvación".

Comentario.

¿Cuál es el sentido de esta invocación que la Iglesia hace a proximidades de la Navidad?

La Sabiduría que invoca no es la sabiduría humana que el Apóstol llama "estulticia" (Cf. I Cor. I-18-25), la cual no procede de Dios sino de la prudencia de la carne, ni ordena la creación, antes es su ruina, ni enseña el camino de la salvación, pues que por, ella los hombres se perdieron. Antes al contrario:

Por Sabiduría se designa en los Libros Santos al mismo Verbo de Dios, y la primera Antífona Mayor está basada en el Cap. XXIV del Eclesiástico, donde el Espíritu Santo nos presenta a la Sabiduría eterna mostrando sus atributos y su propio origen con estas palabras: "Yo he salido de la boca del Altísimo".

De la boca procede la palabra, y ésta es expresíón de la idea. Luego la Sabiduría de que trata esta Antífona es el Verbo Eterno o Idea del entendimiento divino, que de modo perfectísimo identifica la esencia misma' de Dios.

Sólo la esencia divina puede ser el objeto adecuado del entendimiento divino, y por ser un conocimiento perfectísimo, es uno, en acto, puro, eterno y exhaustivo. Luego una sola es la Idea que el Padre tiene de su propia esencia: Dios.

La cual Idea, por ser perfectísima, es vital y substancial, no con una nueva substancia divina, pues no puede haber dos substancias divinas; sino en la misma del ser divino del Padre, que es una sola, y llamase por esto "consubstancial".

Y por ser Vida Consubstancial concebida eternamente en el entendimiento del Padre, es esta una generación eterna. Luego el Verbo es, con toda verdad y propiedad, Hijo Eterno del Eterno Padre., "El Verbo es Dios" (Jn. I-1).

En la inmanencia divina, "el Verbo es cabe Dios" (Jn. I-1), "irradiación esplendorosa de la eterna lumbre y espejo inmaculado de la energía de Dios y una imagen de su bondad" (Sap, VII-26), "resplandor de su gloria y sello o imprompta de su ser" (Hebr. 1-3), o como expresa el Credo, "Luz de Luz".

Pero así como el Padre, saliendo de su inmanencia, expresa su poder omnipotente en una operación "ad extra" que se llama creación así también el Verbo, prodigándose fuera del entendimiento divino, se manifiesta "ad extra" en relación a esa obra del Padre, y se realiza lo que San Juan sintetiza en esta frase: "y el Verbo se hizo carne" (Jn. 1-14).

Así es cómo la Idea se manifiesta en una misión temporal y el Verbo-Idea (LOGOS ENDIATHETOS), se convierte en Verbo-palabra (LOGOS PROPHORIKOS): idea sensibilizada o mensaje personificado del Padre, conforme a esta explicación de San Pablo: "Dios, que en los tiempos pasados muy fragmentariaria y variadamente había hablado a los Padres por medio de los Profetas, al fin de estos días nos habló a nosotros en la Persona de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas, por quien hizo también el universo" (Hbr. 1-1-3).

Su generación eterna es expresada por el Libro de los Proverbios: "Desde la eternidad fuí constituída... antes de los collados fuí dada a luz" (VIII-23-25).

La unicidad del Verbo en la generación eterna es expresada por el Eclesiástico cuando escribe: "En el círculo celeste he rodeado sola y en lo profundo del abismo me he paseado". Es lo mismo que expresa la Iglesia por la Antífona: "abarcando del uno al otro confín", dada la inmensidad de la esencia divina; pues "Dios -según la preciosa figura de San Anselmo-, es un círculo cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia, en ninguna".

Y su relación con la creación en acción conjunta con el Creador, la hallamos en los Proverbios con una poética secuencia: "Cuando preparaba los cielos, allí estaba Yo... junto a El estaba Yo como artífice" (Ib. 27-30), siendo su acción divina como abarcando con influjo bienhechor todo cuanto existe: "y como la niebla he cubierto la tierra" (Ecl. XXIV-5). De ahí que, tomando la Antífona otra aseveración de los Libros Santos, contemple a la Sabiduría como "abarcando de extremo a extremo vigorosamente y gobernándolo todo con suavidad" (Sap. VIII-1).

Pues bien, es el Padre quien ha enviado a su Hijo a la tierra: "Me ha dado orden el Creador de todo... y dijo: ¡Pon tu tienda en Jacob y sea tu heredad Israel" (Ecl. XIV-12-13); y al hacerse hombre y habitar entre nosotros (Cf. Jn. 1-14),ha colmado sus delicias (Cf. Prov. VIII-3l) y dice de Sí mismo: "En la Ciudad Amada me ha hecho descansar y en Jerusalén está el asiento de mi poder; he arraigado en pueblo ilustre, en la porción del Señor; heredad suya ... " (Ecl. XXIV-11-12).

En esta Navidad constataremos el cumplimiento de la Profecía cuando contemplemos a Dios encarnado, envuelto en pañales y reposando sobre mísero pesebre (Cf. Luc. II-7), precisamente en Belén, patria de David, de donde había de surgir el Caudillo que con poder divino regiría los destinos de Israel (Cf. Mth. II-5; Miq. V-2).

La Iglesia implora en esta Antífona al Verbo ya encarnado, padecido y subido a los cielos: "ven y muéstranos el camino de la salvación". Porque a la primera venida, cuando su nacimiento en Belén, sucederá la segunda en su advenimiento escatológico; pero en aquellos "bienaventurados que sin ver creyeron" (Jn. XX-29) ha de cumplirse místicamente el primer advenimiento naciendo por la gracia en sus almas como entonces en el pesebre, y enseñándoles el camino del cielo -que esta es la verdadera sabiduría: juzgar de Dios y de las cosas divinas- para salir a su encuentro con gozo el día de su retorno triunfal.

Amén. ¡Ven, Señor Jesús! (Ap. XXII-20).