viernes, 7 de octubre de 2016

Continuación del Santo Evangelio. . . (cont.)




Los Diez Leprosos

Continuación del Santo Evangelio según San Lucas, (XVII-11-19).

En aquél tiempo, caminando Jesús hacia Jerusalén, atravesaba las provincias de Samaria y Galilea. Y estando para entrar en una población, le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se pararon a lo lejos, y levantaron la voz, diciendo: Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros. Luego que Jesús los vio les dijo: Id y mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que cuando iban, quedaron curados. Mas uno de ellos, apenas vio que estaba limpio, volvió glorificando a Dios a grandes voces, y postróse a los pies de Jesús rostro por tierra dándole gracias; y este era un samaritano. Jesús dijo entonces: ¿No son diez los curados? ¿y los nueve dónde están? No ha habido quien volviese a dar a Dios gloria, sino este extranjero. Y le dijo: Levántate, vete, porque tu fe te ha salvado.

COMENTARIO:

A diez hombres, a quienes la nacionalidad y la posición social habían colocado en lugares muy distantes, los reúnen el dolor y la desgracia. Echados de su ciudad por causa de la lepra, vagan por las afueras mendigando un pan y lamentando su infortunio.

De pronto brilla un rayo de esperanza: Jesús, el Taumaturgo, pasa por esa población, y levantando a una sus debilitadas voces, le piden su curación con estas palabras: Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros.

Jesús significa salvador. Así lo dijo el Ángel a San José: "Le pondrás por nombre Jesús, pues El salvará a su pueblo de sus pecados". (Mt. I-21).

Una vez más la lepra significa en el Evangelio el mal moral que llamamos pecado; pues así como el leproso es muerto en vida, así también el pecador está muerto en el espíritu aunque tenga la apariencia de vigor y salud corporales.

Por esto le invocan con el glorioso nombre de Jesús, para lograr su salvación, su salud, su vida.

Llámanle también Maestro, pues la salvación no estriba solamente en la bondad de las costumbres sino también y sobre todo en la fe a la verdadera doctrina. Muchos hombres conocemos cuyas costumbres morales son irreprensibles, y sin embargo se obstinan en rechazar la verdad conocida; tal es el caso de muchos protestantes, que al parecer llevan una vida santa; pero escudriñando en el fondo hallamos que toda su bondad de corazón cae por tierra a causa de su ofuscación intelectual, es decir, por no aceptar la luz de la doctrina católica.

Hay dos clases de lepra: la del corazón, o sea la corrupción de costumbres, y la del entendimiento, o sea la corrupción de la fe.

La una no puede ser curada sin la otra, pues fe y costumbres son dos condiciones esenciales para salvarse; mas si el corazón estuviese dañado por la depravación de costumbres pero se conservase la salud del entendimiento por la perseverancia en la verdadera fe, hay grandes probabilidades de salvación. Así lo asegura Jesucristo: "En verdad os digo que todos los pecados se perdonarán a los hijos de los hombres, y aun las blasfemias que dijeren" (Mc. III-28). Y el Libro de la Sabiduría (rechazado por los Protestantes) no priva de su pertenencia divina al que, conservando la fe, tiene la desgracia de resbalar en las costumbres: "Sí pecáremos, tuyos somos aunque por esa causa habremos de experimentar la fuerza de tu poder y tu grandeza en castigarnos; y si no pecamos, sabemos que con mayor razón nos cuentas en el número de los tuyos". (Sap. XV-2).

Sin embargo, si la fe se halla desviada con culpa, es decir, rechazando la verdad conocida, esta lepra del entendimiento no podrá curarse, ni le valdrá para cohonestarla la pretendida bondad del corazón. Así lo afirma Jesucristo añadiendo a sus palabras anteriores las siguientes: ". . . Pero el que blasfemare contra el Espíritu Santo, no tendrá jamás perdón, sino que será reo de pecado eterno" (Mc. III-29).

Una sola condición pone Jesús a los leprosos para ser curados: "Id y mostraos a los Sacerdotes".

El protestante pretende con petulancia ser directamente iluminado por el Espíritu Santo en la interpretación libre e individual de las Sagradas Escrituras: y en cuanto al perdón de sus pecados, dice que lo alcanza directamente de Dios. Pero ¿interpreta rectamente la intención de Jesús al instituír la Jerarquía? Su mandato es terminante: para librarse de la lepra de fe y costumbres, es necesario mostrarse a los Sacerdotes, en quienes El ha depositado su Magisterio, y su Gracia para sanar a las almas.

Pero la soberbia protestante desprecia al Sacerdocio; dice que no ha de postrarse ante un hombre pecador para obtener perdón. Lógica consecuencia es que, si no cumplen con las condiciones que estableció Jesucristo, permanecerán con su lepra, sobre todo la lepra de la incredulidad, que es precisamente el pecado contra el Espíritu Santo, por rechazar la verdad conocida.


¡Oh hombres, todos, a quienes las miserias espirituales han inoculado el alma de lepra! Clamad humildemente a Jesús por vuestra salvación y El, por medio de sus Sacerdotes, limpiará de pecado vuestros corazones y disipará con su Fe Católica las tinieblas que invaden a vuestros entendimientos.


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