jueves, 31 de octubre de 2013

El Rosario de una esposa y madre.

EL ROSARIO DE UNA ESPOSA Y MADRE.

(Por el P. Manuel Robledo, E. D.)


A ti, oh mujer, que, junto con tu esposo, has sido elegida para participar activamente del milagro la vida; a ti se dirigen estas piadosas consideraciones sobre los misterios que contemplamos en la devoción del Santo Rosario.

Por bien de tu alma desea la Santísima Virgen consideres lo que en estos Misterios se encierra, examines tu proceder y pongas en práctica los ejemplos que te proponen.

Son ellos la suma del Cristianismo y te serán norma e invitación para vivirlo con perfección. Su consideración te ayudará a alcanzar lo que prometen; esto es: la vida cristiana, la salvación de tu alma y la salvación de los seres que de ti dependen: Tu Esposo y tus hijos; de todos los fieles cristianos y de todo el mundo.

Mira que, desde la penumbra de la más apartada ermita, desde tu hogar por humilde que sea, desde los quehaceres que tu deber te impone, desde la prueba del dolor o con el gozo mismo de las más puras alegrías que el Señor te regala, puedes lograr la santidad a que te llama tu Bautismo y alcanzar para los tuyos gracias inestimables, si frecuentas el rezo del Rosario.

En este escrito tú figuras como centro de esta oración, pues por el sacramento, el casto amor de esposa y el purísimo amor de madre, te conviertes en el eje de la piedad familiar.

Toma, pues, ese conjunto de rosas entrelazadas en la misma guirnalda hasta formar corona. Deshójalas a los pies de María, ciñe su frente con los pétalos que exhalan el aroma de su amor maternal, y con tus manos ágiles y tiernas de recién casada, o recias por la lucha de la vida, o curtidas ya por el ajetreo y sufrimiento de los años, repasa una a una las cuentas; y mientras meditas los misterios con la mente, eleven tus labios y tu voz la Salutación Angélica.



MISTERIOS GOZOSOS


Primer Misterio:

La Anunciación a la Santísima Virgen y la Encarnación del Verbo.

Consideraciones:

Para redimir a la humanidad, Dios eligió libérrimamente un plan inconcebible a la mente de los hombres: tomar el mismo la naturaleza humana encarnándose en el seno de una Virgen, padecer, morir y resucitar.

Después de haber manifestado sus arcanos por boca de los Profetas, al llegar la plenitud de los tiempos, creó Inmaculada a la Creatura de cuyo seno el Verbo asumiría nuestra naturaleza.

A pesar de haberla elegido desde la eternidad, quiso notificarle sus designios y pedirle su consentimiento. Envió al Arcángel San Gabriel a aquel lugar de la tierra donde Ella oraba.

Al entrar a su presencia la saludó con estas palabras que se harían inmortales: "Ave, María" y le manifestó el plan de Dios.

Entáblase un diálogo en que María manifiesta ser Virgen y su voto de permanecer en virginidad perpetua. El Arcángel revela que el Hijo de Dios traería una misión salvífica universal, garantiza esta virginidad perpetua y empeña la Omnipotencia Divina, pues el milagro de la Encarnación obra será del mismo Espíritu Santo.

Según este plan divino, del consentimiento de María pende la salvación del mundo, y Ella, conociendo la trascendencia, asiente con generosidad, tomando, no el honor de ser Madre de Dios, sino la misión dolorosa que en este misterio le corresponde.

Porque al pronunciar su "fiat", quedaba directamente ligada a la Obra de la Redención y comenzaría en ese instante un victimato propio, unida, como queda, a su Hijo, quien por la Unión Hipostática es al mismo tiempo su Dios.

Aplicaciones.

Dios te ha elegido por madre y a tu Esposo por padre.

Cuando por señales de la naturaleza te indica la aparición de un nuevo ser en tus entrañas, lo has concebido. En la intimidad de tus entrañas late un nuevo corazón: ha sido creada por Dios una nueva alma inmortal y en el mismo instante infundida en el ser que comienza a existir en tus entrañas.

Recíbelo con gozo y gratitud infinitos. Ese nuevo ser ha sido destinado por Dios a la salvación de sus padres: y va en su conservación y alumbramiento la salvación tuya y la de tu Esposo.

En el aspecto humano, esta es una realización que coloca a ambos en perfección biológica; como almas unidas en Matrimonio, es un lazo confirmativo de vuestra unión, y la sublima con un sello de inocencia que desde ahora brilla en vuestro hogar.

Como complemento necesario a la unión matrimonial, es una bendición divina. Como miembro de la sociedad, es un precioso estímulo a la superación, un vigor renovado para la lucha por la vida, una satisfacción por haber cooperado a la existencia de un ser que de otro modo no existiría; por la capacidad de proteger a quien depende de vuestra voluntad y vuestras fuerzas, de vuestra vigilancia y providencia.

Ahora habéis de tomar las cargas que esa misión de ser padres os impone, y las tomaréis con exquisita responsabilidad. Es misión que dura para toda la vida, no solo durante la vida de nuestro hijo, sino también durante toda la vida vuestra y aún después que dejéis la vida terrena; pues los verdaderos progenitores, aún cuando pasen a la otra vida, siguen rogando a Dios por sus hijos.

A ti, mujer, corresponde la responsabilidad fundamental y el cuidado minucioso por el hijo. Y esta palabra, hijo, puesta aquí en singular, corresponde al plural si Dios te hace el mismo honor en repetidas ocasiones.

Cada uno de los hijos, como el primero, es amado con toda plenitud sin distinciones: Es el mismo cielo ampliado, prolongado y repetido.

Con las responsabilidades de orden temporal, debéis tomar también las de orden espiritual; pues el ser que habéis engendrado comienza a existir no solo por la fecundidad y concepción, sino por la infusión simultánea del alma espiritual e inmortal.

El alma del hijo es creada en el primer instante de su ser, y substancialmente unida al principio somático.

"Dios te salve, María .... "


martes, 29 de octubre de 2013

¿Quién fue el Padre Manuel Robledo?



"Una partida hacia la 'Eternidad"

El dia 23 de enero del año 2012, partió a la Eterna Patria el Reverendo Padre Manuel Robledo Gutiérrez E. D. a la edad de 84 años, fundador de las Hermanas Eremitas de Dios.

Cerró los ojos en breve instante, en la paz de los que mueren en el Señor, después de haber cumplido como persona, como cristiano y como sacerdote católico.

Dejó esta vida terrena inmerso en el amor a la Iglesia: Una, Santa, Católica y Apostólica. Su Iglesia, su Madre, a la que amó y defendió de las nuevas malsanas doctrinas y de los hechos desacralizantes, hasta el último momento. Razón por la cual expiró en su amada soledad, (sui generis). Olvidado de todos aquellos a quienes tanto amó y sirvió en pro de sus necesidades temporales y espirituales.

Sin embargo, y a pesar de todo, siempre miró con fe, obediencia y respeto al Santo Padre y a toda la jerarquía católica, desde luego apoyado en la única y verdadera doctrina del Cristo de Ayer, de Hoy y de Siempre. Alfa y Omega  - Principio y fin -.

Decía constantemente: "nuestra lucha será bajo la sombra de Pedro, (refiriéndose al Papa) y llorando a los pies de Cristo esta embatida del diablo contra la  Iglesia ".

Siempre luchador en defensa de la Verdad católica; ya fuera teológica, filosófica o histórica, por lo cual repetimos, tuvo que pagar el precio olvido, el desconocimiento, ei desprecio, y la soledad y el escaso crecimiento de su fundación. Pues en el programa devastador del progresismo no podía aceptarse a un sacerdote conservador y a una comunidad que enfrentara el error.

Los doce años de su enfermedad los llevó con amor, paciencia, humildad e íntegro abandono a la voluntad divina, que era como un sello en su vida. Aún lo recordamos entonando cantos, contando bromas, hasta unos días antes de expirar.

En ese abandono y olvido jamás hubo un reproche o una queja, ni para quienes había servido, ni para sus compañeros, que al fin siguieron su propio camino y mucho menos para Dios nuestro Señor, quien permitió la prueba. Nunca perdió su lucidez, siempre supo quién era, donde estaba, quiénes lo cuidaban: sin embargo como su enfermedad cardiovascular fue degenerativa, hubo que ir perdiendo facultades
físicas, capacidad y brillo intelectual.

En un principio se movía por su cuenta, seguía escribiendo: ya enfermo escribía el precioso rosario grabado con su propia voz en sus cuatro partes: tres sin editar y una editada llamada "El Rosario de una madre", misterios gozosos que logró grabar en CD. Dejó en ese tiempo sin editar: "Vida Espiritual y de oración para las Eremitas de Dios", "Cristo te llama" (sobre fa muerte), "Vidas ocultas de grandes Santos", Memorias de su abuelita ", "un tratado sobre la oración" y mucho más. Logró pasar en limpio algo que escribió siendo seminarista: "Las misiones del Yaqui" (Historia de las Misiones de su Madre Comunidad).

Y aquel gran escritor y dibujante de hermosa letra, iba sorprendiéndose quizá de que su letra ya no era legible, ya no era fácil guiar la pluma en derechura.

Y el gran predicador, que alguien llamara "El Crisóstomo de Tlalnepantla" aceptaba cómo se iba reduciendo esa faciiidad de palabra, la cual al final quedó en una expresión clara, pero lenta y pesada.

Y aquel sacerdote, que nunca quiso descansar, ni pasear, que jamás se dedicó al deporte y, por tanto, usara sus tiempos libres en hacer alguna escultura; en leer toda clase de buenos libros, de pintar, de hacer planos, tuvo que sentir cómo pasaba el tiempo lento y rutinario, pero sin hastío, pues daba el tiempo a Dios, como Dios lo quería.

El padre Robledo, quien andaba, no sólo como arquitecto o ingeniero, sino como maestro de obra sobre andamios y bardas, construyendo las casas de sus 'Eremitas y de otras religiosas, en esta su única y última larqa enfermedad, contempló y aceptó cristiana y sacerdotalmente que se le ayudara a vestirse. Peor, cuando al avanzar la enfermedad, hubo que cargarle de la cama a su silla de ruedas y de su silla de ruedas a su cama. ¡Seguro sufría. .. !Pero nunca una queja.

Decíamosle: "Padrecito ¿Qué le duele?, contestaba "Nada" -"Padrecito ¿Está usted triste?", decía: "No. ¿Por qué?"

Misionero, confesor incansable. celoso de las almas: nunca dejó de confesar por lejos que estuviera, por tarde que fuera. Así mismo, sus primeros años de enfermedad confesaba a religiosas, a sacerdotes y a fieles. Concluyó su misión con la enfermedad y la muerte hacia la vida, dejando cantos preciosos a la Eucaristía y a la Madre de Dios, a quienes tanto amó y de quien mucho escribió.

En ese olvido y soledad de tantos años que creció con el tiempo, siempre celebró con fervor el santo sacrificio de la misa, a pesar de que finalmente lo hacía sentado.

Amó entrañablemente la misa Tridentina que fue su vida, y, cuando ya esa mente se cansaba mucho, que fue al finar de su enfermedad, tomaba su libro grande de la Misa en Latín y se ponía a leerlo; aunque ya no pudiera celebrar.

Algo digno de reflexión: es que en tantos años, pudimos conocerlo profunda y ampliamente; sin embargo, algo de lo que nunca nos enteramos de si sufría y de qué tamaño. Nunca comentaba las humillaciones, incomprensiones, traiciones, ausencias, soledad, nunca. Cuando él se quejaba de un sufrimiento, era por lo que pasaba en la Iglesia. Nunca se conformó con el cambio de la Misa, aunque obedeció al ir a celebrar a los templos, en la Comunidad siempre celebró la Misa Tridentina.


Hermanas Eremitas de Dios.


miércoles, 23 de octubre de 2013

Las bienaventuranzas (final).

8a .- a) ..."Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia...". " La lucha del mal contra el bien anunciada en el Génesis: "Yo pondré enemistad entre tú y la mujer, entre tu descendencia y la suya ... (III-5),es personal entre Cristo y el demonio. Los buenos son descendencia espiritual de la Mujer -María - y de Cristo su Redentor. El demonio ha de ufanarse en perseguir el bien y al bueno, y lo hará por si mismo, como actuó contra Job y contra Cristo (Cf. Mth.IV), o por otros agentes, sus seguidores, que no sufrirán que la virtud y los virtuosos les den en rostro.

Esta cruel determinación de los malos la plantea el libro de la Sabiduría: "Acechemos al justo -dicen los perversos- porque nos es enojoso y se opone a nuestros hechos y nos reprocha las transgresiones de la Ley y nos achaca las faltas de nuestra educación... hízose para nosotros censura de nuestro criterio; pesado es para nosotros aun el verlo ... (Sap. II-12, 14).

Ultrajes, persecuciones, maledicencias, calumnias, predice Jesús en San Mateo (11), y en San Lucas añade odios y hasta el desechar como malo el nombre de las víctimas (VI-22).

Si hacemos historia desde el justo Abel hasta Jesucristo, veremos que "así persiguieron a los profetas" (12). "¡Jerusalén, Jerusalén, -clamaba Jesús en vísperas de ser crucificado- la que mata a los profetas y apedrea a los que te han sido enviados ...!" (Mth. XXIII-37).

Y si repasamos la historia desde los Apóstoles a nuestros tiempos, y nos trasladamos de este día hasta la predicción escatológica del Apocalipsis, hallaremos que esta persecución ha bañado mil veces la tierra y la bañará mil veces más con las lágrimas y la sangre de los justos.

b) "... porque de ellos es el Reino de los cielos".- La misma recompensa que abre esta preciosa unidad temática, es la que la cierra. Ella lo es todo.

Para merecerla hay que padecer por la santidad, la justicia, "por mi causa", dice Jesús, y ser atacado "mentientes", calumniosamente, es decir, sin causa nuestra o pretexto suministrado de nuestra parte.

Afirma Santo Tomás que esta heroicidad, por ser lo más perfecto, es fruto de todos los dones del Espíritu Santo (I-II-69-3-5).

La palma del martirio, sea éste inmediato por el derramamiento de sangre o sea prolongado por una vida de heroica virtud como la de los Confesores, es gloriosa y tiene gran recompensa en el cielo. Pero cuesta dar testimonio de Cristo con la palabra y con la conducta; esto es, "confesarlo delante de los hombres para merecer ser por El confesado ante el Padre Celestial y todos los Ángeles" (Cf. Luc. XII-8).

Aquí también un gozo sobrenatural invade al mártir por anticipado: "gozáos y regocijáos, pues vuestra recompensa es grande en los cielos". "Dad saltos de placer" - dice en San Lucas con gráfica expresión - "porque así fue como sus padres hacían, con los Profetas", es decir, porque esta es la señal de que habéis sido asimilados a los mártires y aceptados por Dios como tales.

Los Apóstoles fueron más lejos: más que de su elevación al martirio, se gozaron de haber glorificado a Cristo con sus padecimientos: "Ellos se iban de la presencia del Sanhedrín, gozosos por haber sido hallados dignos de ser afrentados por causa de tal Nombre (de Jesús)" (Act. V-41).



R.P. Manuel Robledo Gutiérrez. E.D.


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Esperamos que les sea de utilidad esta catequesis del P. Robledo y si tienen algún comentario siéntanse en confianza de publicarlo. Pueden suscribirse, ingresando su dirección de correo electrónico, para que reciban avisos cuando haya una nueva publicación; esto en la columna de la derecha hasta arriba  ("Follow bt email"),para recibir la publicación en su correo electrónico ("suscribirse a entradas") o cuando se realice algún comentario ("suscribirse a comentarios").

También los invitamos a leer el blog "Eremitas de Dios" ( http://eremitasdedios.blogspot.mx/ ) con catequesis y textos de Sor Clotilde García Espejel.



martes, 22 de octubre de 2013

Las bienaventuranzas (cont).

7a .- a) "Bienaventurados los pacíficos ... "- El término "pacíficos" se aplica a quienes desarrollan la enorme gama de acción que exige el reinado de la paz. Porque quien es pacífico, al mismo tiempo de poseer la paz, es amante de la paz, comunica la paz, obra la paz, procura la paz en todo, pues la paz todo lo abarca y es como la irradiación del orden y la perfección...

El texto griego de San Mateo usa las palabras OI EIRENOPOIOI: los que procuran la paz, es decir, los que hacen obra de paz, los pacificadores. Es indudable que nadie procura la paz si no la tiene en sí mismo, y por eso es término en sí mismo convertible: los pacíficos, los que la han hecho suya y se han apersonado de la paz.

Ahora bien, la paz, en su acepción genuina, es la armonía entre el Creador y sus criaturas; -en consecuencia de lo cual, éstas tendrán que armonizarse entre sí- es el reflejo y esplendor de la paz eterna en que existe la Trinidad Beatísima; es sello del orden y la perfección de las obras de Aquél que "todo lo hizo "con medida, con número y con peso" (Sap. XI-21).

Y la paz, en su gozo fruitivo, es esta misma armonía consciente, es decir, la relación de Dios con los seres intelectuales y volitivos que El mismo creó a su imagen y semejanza para que fueran testigos y obradores de su gloria, le amaran y le gozaran por toda la eternidad.  La paz se pierde con el pecado, que es desorden por antonomasia, y los que hacen el pecado viven en angustia por hacer guerra al Creador y desajustar su ley natural; "No hay paz para los impíos" (Is. XLVIII-22; LVII-21). Luego la paz se recupera con el retorno a Dios.

Así, Cristo Redentor nos reconcilia con su Padre. Llama San Pablo al Padre Celestial "Dios de paz" (Rom. XV-33;passim), y de Cristo afirma: "El es nuestra paz" (Eph. II-14-15; Cf. Mq.V-5).

Los pacíficos, necesariamente están en Cristo y Cristo está en ellos. Su presencia exhala un nimbo de la divina paz y, mediante el Don de Sabiduría, que es su flor, el Espíritu Santo madura en ellos el fruto de la paz (Cf. Gal. V-22).

b) " ... porque ellos serán llamados hijos de Dios".-La creatura dócil, cuyas relaciones con el Creador se estrechan en armonía, que cumple el fin para el que ha sido creada, que irradia a sus semejantes la serenidad de una buena consciencia, es llamada Hija de Dios, y ésto por doble causa: por la filiación de adopción que le da la Gracia y por ser un trasunto de Dios sobre la tierra.

"¡Ved qué tal amor nos ha dado el Padre: que seamos llamados hijos de Dios, y lo somos!" (I Jn. III-1. Con esta exclamación nos descubre el Discípulo Amado los misterios de la Gracia.

La Gracia que Dios nos infunde en la regeneración del Bautismo nos ingerta en la misma divinidad para ser alimentados con savia divina y participar del ser de Dios en modo misterioso pero real, que San Pedro expone en estas palabras: "Participantes de la Naturaleza Divina" (II Petr. I-4).

No es tan sólo una adopción legal que Cristo, Príncipe de la Paz (Is. IX-5), nos adquirió en la Cruz con su Sangre de Reconciliación (Cf. Rom. V-l0), sino un acercamiento tan real, una elevación tan positiva al orden sobrenatural, que quedamos en cierto modo deificados e hijos de Dios por Gracia, es decir, por un don gratuito. En este sentido hacemos extensiva la aplicación del Salmo LXXXI-6, partiendo de Cristo, quien para sí la reivindica, a las almas a quienes El mismo participó de una filiación aunque adoptiva. (Cf. Jn. X-34 sgs. 1-12; Gal. IV-5, etc.).

Merced a esta justificación sobrenatural, la Santísima Trinidad "inhabita" en el alma del justo, y mientras éste viva entre los hombres, será un vehículo de la presencia de Dios por misteriosa proyección, y, por la paz que infunde su trato, será para todos aquel "vínculo de unión para mantener la unidad del espíritu", de que hablaba San Pablo a los Efesios (IV-3). Si tales son los pacíficos en esta vida, ¿cuáles serán en la eterna Bienaventuranza de la Gloria?

Continuando la Epístola ya citada, San Juan añade enseguida: "Carísimos, desde ahora somos hijos de Dios y todavía no se mostró qué seremos: sabemos que cuando se mostrare, seremos semejantes a El, porque le veremos tal como es" (Ib. 2). Ser semejantes al Dios de paz en la paz del cielo, ¿no es ser hijos de Dios para siempre, sin mengua ni eclipse, sin pérdida ni privación, sin deficiencias ni contingencias, sin sucesión ni alteraciones; sino en la paz de la eternidad, que es la perpetua estabilidad de una adopción que jamás será retractada: "Juró el Señor y no se arrepentirá ... " (Ps. CIX-4), de una adopción lograda por los méritos de Cristo?


jueves, 17 de octubre de 2013

Las bienaventuranzas (cont).

6a - a) "Bienaventurados los limpios de corazón... " -Limpio es todo justo: aquel cuya alma no está manchada de pecado y que sin dolo busca la unión con Dios, conforme estas palabras del Salmo; "el inocente de manos -es decir, de obras -y limpia de corazón -su alma- ... los que buscan la faz del Dios de Jacob" (XXIII-3-6).

Y dice "de corazón", para aclarar a los judíos que son vanas sus abluciones rituales si no van unidas a la pureza de conciencia: "Las cosas que salen de la boca, del corazón salen, y éstas son las que contaminan al hombre. Pues del corazón salen los malos pensamientos: homicidios, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias. Esas son las cosas que contaminan al hombre; que el comer con las manos sin lavar no contamina al hombre" (Mth. XV-18-20).

Así queda superada la justicia farisaica con una justicia mayor que es la evangélica: "si vuestra justicia no fuere mayor que la de los Escribas y Fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos" (Mth. V-20).

Hay, sin embargo, un punto donde se muestra con particularidad la limpieza de corazón: en la castidad, virtud llamada "pureza" por antonomasia. La castidad es una virtud sobrenatural que modera al apetito de la generación. Debemos todos cumplirla conforme las obligaciones de nuestro estado. La perfección de la castidad consiste en la intencionada conservación de la integridad virginal. Siendo la virginidad un don natural de Dios, el alma se esmera en conservarla externa e internamente por amor a Dios.

A ésto más que a lo otro se inclina la intención de los Ascetas al comentarnos la limpieza de corazón. Así nos autoriza la vida y ejemplo de Jesús, nacido de Madre Virgen, y su preferencia por la virginidad, ya que el mismo Apóstol virgen dice de sí que era el discípulo "a quien Jesús amaba" (Jn. XIII-23; XIX-26).

b) "... porque ellos verán a Dios".- Habla Jesús de la visión beatífica, la vista clara y perfecta - con perfección proporcionada a la capacidad y gracia del alma bíenaventurada- y en la cual consiste la bienaventuranza celestial.

Es prometida a los justos, como dice David: "¿Quién subirá al monte de Yahvéh y estará en su lugar santo? El inocente de manos y limpio de corazón" (Ps. XXIII-3). Y en otro lugar, para explicarnos la gloria y el "lumen gloriae" de los bienaventurados: "Con tu luz veremos la luz"; y: "caminarán a la luz de tu rostro" (Ps. XXXV-10; LXXXVIII-16).

Pero aquellos en quienes hará el Señor derroche de privilegios, serán esos que, remontándose con alas de águila caudal sobre la justicia común de los justos, se esmeraron en conservar inmaculada su virginidad en holocausto a Jesús, Esposo de las almas.

San Juan consigna en su Apocalipsis esta visión asombrosa: el número perfecto de los justos aprende a cantar un cántico nuevo venido del cielo, y aclara que" ... estos son los que no se mancharon con mujeres pues son vírgenes; estos son los que siguen al Cordero dondequiera que va" (Apoc. XIX-4).

Cabe, empero, una observación de presente: como sucede con las recompensas de las demás bienaventuranzas, también la visión de Dios se anticipa en esta tierra: A mayor pureza de costumbres morales, corresponde siempre mayor inteligencia de las cosas divinas, y por lo contrario: a mayor corrupción, menor percepción de lo divino. A menudo constatamos que una corrupción de costumbres
voluntariamente abrazada contra las señales de la Gracia, trae por consecuencia que Dios abandone al alma y se le oculte de modo total. De ahí el crudo ateísmo de muchos.

En el campo de la mística sucede lo mismo: en tanto adquirirá el alma la oración y el recogimiento en cuanto viva con mayor pureza; y cuando el Señor desea misericordiosamente elevarla a la contemplación infusa, antes la purifica con lo que San .Juan de la Cruz llamaba "la noche del sentido" y la "noche del espíritu".


martes, 15 de octubre de 2013

Las bienaventuranzas (cont).

5a-"Bienaventurados los misericordiosos... " (Cf. Ps. CXL-5). Por misericordia bajó el Hijo de Dios a este mundo y "pasó haciendo el bien"a los hombres, pues "se compadeció entrañablemente de ellos porque andaban como ovejas que no tenían pastor"; "se le enternecieron las entrañas... pues andaban deshechos y echados por los suelos como ovejas que no tenían pastor". (Cf. Act. X-38; Mc. VI-34; Mth. IX-36). ¡Inmensa era la miseria del hombre sobre la tierra y conmovió al Divino Corazón del Verbo Encarnado!

Luego la misericordia es la moción del corazón ante la miseria (miseris corda: los corazones a favor de los miserables).

Siendo esta humanidad una variante de cualidades y defectos, de capacidades y de ineptitudes, de haberes y carencias, Jesús, inclinando su perfección y omnipotencia hacia nuestros defectos e indigencias, nos enseña a descender hasta lo que en relación a nosotros aparece como bajo y a socorrer al que tiene menos que nosotros, y ser nosotros ayudados de quienes más recibieron.

No quiso el Señor remediar todos los males físicos ni equilibrar el reparto de bienes materiales, porque a todos nos reservó qué hacer en beneficio de nuestros hermanos y a otros en beneficio nuestro.

La repartición desigual de bienes y capacidades que ha determinado la Divina Providencia, exige la interdependencia de los hombres, y ésta, en su obligada conjugación, constituye a la perfecta sociedad.

Mas donde brilla lo que Jesús llama misericordia, es cuando el prójimo se halla desvalido y el que puede más le tiende la mano con amor sobrenatural nacido del Don de Consejo.

El Catecismo nos muestra una lista de catorce oportunidades que tenemos para ejercer obras de misericordia sobrenatural: siete en favor del alma y siete en favor del cuerpo. Cristo mismo las ha dictado en el Sermón de la montaña y repite en su profecía escatológica que por ellas seremos juzgados (Cf. Mth. V-VIVII-VIII; Luc. VI-37-38; Mth. XXV-34-46).

Y seremos por ellas juzgados, ya que, aunque el Catecismo nos advierte que "se llaman de misericordia porque no se deben de justicia", añade inmediatamente que "obligan de precepto en necesidades graves a juicio de discretos" (Rip. Decl.).

b) "... porque ellos alcanzarán misericordia".- El Apóstol Santiago nos dice que la misericordia triunfa sobre el juicio (Jac, II-13). No hace más que transmitirnos con frase paralela la misma bienaventuranza que oyó de labios de su Divino Maestro.

Y el mismo Señor, glosando su propia doctrina, enseña: "No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará: medida buena, apretada, remecida y rebosante se os dará en vuestro seno, porque con la misma medida con que midiereis, se os medirá recíprocamente a vosotros". (Mth. VI-37-38).

Infinitamente consoladora será la sentencia que dictará el Juez Universal en favor de los misericordiosos: "Venid, vosotros, los benditos de mi Padre ... "; pero será infinitamente aterradora la que fulminará en contra de los inmisericordes: "Apartáos de Mí, malditos ... " (Cf. Mth. XXV-34-41); "porque -apunta Santiago- el juicio será sin misericordia para quien(es) no usa(ron) de misericordia" (Jac. II-13).


jueves, 10 de octubre de 2013

Las bienaventuranzas (cont).

4a -a) "Bienaventurados los que han hambre y sed de justicia ... "-Rodeado, como estaba, el Maestro, de pobres y menesterosos, es probable que haya tomado como base la indigencia que se inclina a la búsqueda de los satisfactores materiales, para elevar a sus oyentes a otra hambre y otra hartura, las de los bienes espirituales.

Así lo haría a la Samaritana, apartando sus deseos de agua terrena y orientándolos hacia el Agua de la Gracia, no porque reprobara el procurar un sostén temporal, sino para que conociera y deseara los bienes sobrenaturales: "Todo el que bebiere de esa agua tendrá sed otra vez; mas quien bebíere del agua que Yo le diere, no tendrá sed eternamente, sino que el agua que Yo le daré se hará en él fuente de agua que salte para la vida eterna" (Jn. IV-13-14).

De igual manera procedería después con las turbas deseosas de volver a saciarse con pan material; sin reprobar este afán, lo subordinaría: "Trabajad no por el manjar que perece, sino por el que dura hasta la vida eterna, el que os da el Hijo del hombre" (Jn. VI-27).

Así, sin reprobar los afanes temporales por instaurar con medios lícitos un mayor equilibrio en la sociedad humana, Jesús llama la atención hacia la justicia del Reino de los Cielos, que es la santidad y perfección de la era mesiánica: la Justicia. Lo material debe estar subordinado a lo espiritual, lo temporal a lo eterno, según su sentencia en que fijaría el orden de los valores: "Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y todas esas cosas se os darán por añadidura" (Mth. VI-33). Posteriormente, en las parábolas de la Perla rara y del tesoro escondido, nos encarecerá Jesús el aprecio que nos debe mover a la posesión de la Gracia y la Virtud. (Cf.Mth. XIlI-44-46).

El hambre y sed de las cosas divinas es una derivación del Don de Fortaleza, pues quien la siente, de Dios la recibe, y se afana valerosamente por lo divino anteponiéndolo a las cosas temporales, como dice el Sabio: "La antepuse a los cetros y a los tronos y en su comparación en nada tuve la riqueza, ni equiparé a ella piedra alguna inapreciable, pues todo el oro, a su lado, es una poca de arena, y como lodo será estimada la plata frente a ella" (Sap. VIII-8-9).

Este es el don que han recibido. aquellos que, cumplidas las obligaciones primordiales de los Mandamientos, son llamados con vocación sobrenatural a la observancia supererogatoria de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia: "Si quieres ser perfecto ... " invita a Jesucristo. (Mt. XIX-25).

b) " ... porque ellos serán saciados".- Este segundo hemistiquio nos confirma en lo anteriormente asentado: de que no es la justicia temporal, conmutativa, distributiva o social, aquella de que trata Nuestro Señor (si bien esas son consecuencias de ésta); pues si así fuera, todos los que procuraran la justicia de los pueblos, recibirían en la tierra la satisfacción temporal a sus esfuerzos. Por otra parte, ¿no fueron los justos vituperados y "descalificados sus trabajos?" (Sap. V-1; Cf. III-13). Y el Justo de los justos, ¿no fue eliminado de entre los vivientes con la mayor injusticia que registra la historia? Luego no hay saciedad en esta vida ni Dios la promete de bienes temporales.

La justicia social es algo incompleto, pues se afana por bienes pasajeros; no alcanzará jamás la perfección, porque. el cuerpo moral no tiene vida futura: se desarrolla entre las contingencias de lo presente. Mas la justicia de los bienes sobrenaturales, es decir, la santidad, que es equilibrio entre la vocación ínmortal de cada alma y los bienes espirituales que recibe y hace fructificar, es perfección y alcanza en los cielos su hartura y saciedad perfectas; pues siendo Dios la perfección por esencia, es el manantial infinito de toda justicia y santidad.

Esta satisfacción plena de la virtud y la gracia comienza en esta vida para el alma fiel, dando el Señor un anticipo proporcional que le dispone a la plenitud del cielo. De ahí la alegría de los santos, la seguridad de sus pasos, la serenidad de su semblante, y el avanzar de virtud en virtud hacia la plenitud del cielo, tal como la vislumbraba el Apóstol: "... comprender con todos los santos qué cosa sea la anchura y longitud y alteza y profundidad. . . colmados de toda plenitud cuyo hito sea la plenitud de Dios" (Eph. III-18-19).

miércoles, 9 de octubre de 2013

Las bienaventuranzas (cont).

3a - a) "Bienaventuradoslos que lloran ... " -Los que lloran son los que derraman lágrimas, y éstas, o brotan de los ojos en fuerza del dolor moral, o se ahogan en los abismos más profundos del corazón.

No todas las lágrimas merecen bienaventuranza, sino únicamente las lágrimas que engendra aquella tristeza sobrenatural de que habla el Apóstol a los Corintios: " ... porque la tristeza según Dios -explica el de Tarso- obra arrepentimiento para salud, en que no cabe pesar" (II-VII-10).

Este mundo es llamado "valle de lágrimas", por cuanto "los desterrados hijos de Eva" hemos sido sentenciados al trabajo y al dolor. Mas para que nuestros sudores y penas no sean infructuosos, es menester darles sentido, sufriendo en espíritu de penitencia y en absoluta conformdiad con la Divina Voluntad. Este
discernimiento sobrenatural hace de esta Bienaventuranza una derivación del Don de Ciencia.

Con esta base, todo lo que nos acontezca, sea previsto o inesperado, afecte al cuerpo o al alma, verase como venido de la Mano Paternal del Creador, quien sólo quiere nuestra salvación eterna y dispone estos medios para conseguirla. La tribulación será bendecida como una "visita" de Dios, y nos sentiremos indignos de ella, como se consideraba aquél gran atribulado que clamaba desgarrado de dolor: "¿Qué es el hombre para que tanto le estimes y fijes en él tu atención, para que le visites cada mañana y a cada momento le pruebes? (Job VII-17-18).

b)  " ... porque ellos serán consolados" .-La misma disposición sobrenatural de los atribulados que lloran con mérito sobrenatural, es ya una gracia de consolación, pues sólo por la fuerza divina de la gracia puede elevarse y ennoblecerse la precaria condición de la criatura contingente.

El convencimiento de la visita de Dios en cada tribulación, es de tal modo consolador, que llegan a bendecirse las cruces y se llega a exclamar como exclamaba la Mística de Ávila: "O padecer, o morir".

El persuadirse de que las penas son preservativo y seguridad a nuestra alma, consuela como se consolaba el pacientísmo Job: "Tu visita custodió mi espíritu" (X-12), confesaba agradecido.

La certeza de que nuestras penas y lágrimas nos configuran al "Varón de dolores y familiarizado con el sufrimiento" (Is. LIII-3; Cf. Phil. III-10), en cuya cruz vivía místicamente San Pablo, quien en éxtasis de entrega traslucía: "Con Cristo estoy crucificado" (Gál. II-19).

El saber que nuestras lágrimas no han sido provocadas por el vacío y la decepción que deja el pecado, "tristeza del mundo que engendra muerte" (II-Cor. VII-10), sino precisamente por el rechazo del mundo, conforme la sentencia del Señor: "Vosotros lloraréis y os lamentaréis y el mundo se regocijará; vosotros
os afligiréis, pero vuestra aflicción se tornará en gozo" (Jn. XVI-20).

El saborear las lágrimas de la compunción en la penumbra silenciosa de nuestro corazón, tranquila, mansa, lentamente ... ; convencidos del perdón y la misericordia divina, rociando nuestra conciencia con nuestras propias lágrimas como de hisopo que purifica, así como lo pedía el Penitente David: "Rocíame con hisopo
y seré limpio; lávame Tú y quedaré más blanco que la nieve" (Ps, L-9).

El esperar a nuestro Redentor en su segunda venida, Quien vendrá a enjugar para siempre nuestras lágrimas, pues ha quedado empeñada su promesa: "Erguid y alzad vuestras cabezas, pues se llega vuestra redención" (Luc. XXI-28). 

Pero el consuelo sobrenatural será sempiterno en el cielo al contemplar la esencia del mismo Dios; que si los vestigios de su presencia inundaron nuestra alma de consuelo en este mundo, ¿cuál habrá de ser nuestro gozo al contemplarle "cara a cara"? (I Cor. XIII-12).

Allá, Dios "enjugará toda lágrima de (nuestros) ojos, la muerte no existirá ya más, ni habrá ya más duelo ni lamento, ni dolor, porque las cosas (de ahora habrán) pasado" (Apoc. XXI-4).


martes, 1 de octubre de 2013

Las bienaventuranzas (cont.)

2a - a) "Bienaventurados los mansos ... " -La mansedumbre es una virtud moral, por la cual se sufre con paciencia y humildad la injusta agresión; la tribulación y adversidad. Esta disposición de alma se traduce al exterior como una dulzura animosa y suave, a la vez que firme en la bondad.

La mansedumbre excluye toda agresividad injusta y toda venganza, sin que merme un ápice a la firmeza de carácter ni a la valentía; no es servil ni venal, no es apocada ni cobarde, no lucha contra las circunstancias que la gracia presenta como disposiciones de la Divina Providencia para lograr en el alma el plan de la
santificación, pero embraza la fortaleza cuando se trata de procurar la gloria de Dios.

Pudiéramos sintetizarla en esa virtud universal que se llama "Amorosa conformidad con la voluntad de Dios". San Pablo dice que es fruto del Espíritu Santo (Gal. V-23). De ella se muestra modelo el mismo Jesucristo al decirnos: "Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mth. XI-29).

b) " ... porque ellos poseerán en herencia la tierra". - Esta "tierra", conforme al contexto, es "la tierra de promisión", "que mana leche y miel", según la promesa que se hizo a los Patriarcas. Pero sabemos bien que esa tierra prometida era prefiguración del Cielo. Decir "la tierra" en esta segunda Bienaventuranza, es repercutir como por paralelismo con la primera que promete "el Reino de los Cielos". Es aquella "tierra" de la que cantaba el Salmista: "Creo que veré los bienes del Señor en la tierra de los vivientes" (XXVI-13).

Mas no porque "la Tierra de los vivientes" tendrá verificación a partir de nuestra entrada en la eternidad, deja de cumplirse por anticipado esta Bienaventuranza. El manso, el humilde, posee ya en esta vida la tierra al cautivar con su bondad los corazones de tierra de sus hermanos sin distinción de buenos y malos,
A los buenos para consolarlos y confirmarlos en la virtud; a los malos para convencerlos y convertirlos. San Francisco de Sales confiaba más en una gota de miel que en un barril de vinagre.

Sin embargo, hemos de advertir que las personas de autoridad, mansas en su interior, han de salir por los fueros de la justicia y el orden, con la energía que requiere el ejercicio de su cargo. No confundir la mansedumbre con el consentimiento y la pasividad ni con la falsa diplomacia; según Santo Tomás de Aquíno, los mansos equilibran el Don de Piedad con la virtud de la Justicia. Jesús aconseja presentar la otra mejilla, pero reclama al criado del Pontífice su villano proceder. (Cf. Mth. V-39; Jn. XVUI-22-23). Se anuncia como Rey manso; pero al llegar al Templo arroja a latigazos a los mercaderes. (Zac. IX-9; Mth. XXI-12-16). 

En esta Bienaventuranza confirma Jesús con su Autoridad Divina, aquello de los Salmos: "... en tanto que los mansos poseerán la tierra y se deleitarán en abundancia de paz..." (Ps. XXXVI-ll).