jueves, 18 de agosto de 2016

Verdaderos Cristianos y Falsos Cristianos(cont.)



c.- El verdadero cristiano está en la Iglesia Católica, por su origen que es Cristo; por su estructura jerárquica instituida por Cristo; porque conserva íntegra y esencialmente la doctrina de Cristo y posee en plenitud los medios espirituales para la santificación de las almas, cuales son los Sacramentos instituidos por Cristo.

Ya lo declara el Concilio Vaticano II con las siguientes solemnísimas palabras: “Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos una, santa, católica y apostólica, la que nuestro Salvador encargó después de su resurrección a Pedro, para que la apacentara, confiándole a él y a los demás Apóstoles su difusión y su gobierno, y la erigió para siempre como columna y fundamento de la verdad. Esta Iglesia, constituida y ordenada en este mundo como sociedad, permanece en la Iglesia Católica, gobernada por el Sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él. . .” (Constitución sobre la Iglesia, # 8).

Esta Iglesia única y verdadera es cristiana y se proclama católica. Porque desde el principio, los falsos cristianos quisieron modificar o mutilar, o suplantar la verdadera fe en Cristo, y reestructurar a su modo a la Iglesia. Esta lucha comenzó desde los tiempos de los Apóstoles. A estos audaces se les llamó “herejes”, y a sus doctrinas “herejías”. Mas como porfiaban en llamarse cristianos y representarse como tales, no obstante su odio a la verdadera Iglesia, distinguieron los Santos Padres la autenticidad del Cristianismo con el epíteto “católico”, por ser universal en la integridad de su doctrina, poseer la plenitud de los medios de santificación y tener, de hecho y de derecho, la capacidad de extenderse a toda la humanidad.

Esta palabra: “Católico”, “Iglesia Católica”, se halla escrita en documentos de principios del siglo II, como término ya entonces familiar y universalmente conocido y aplicado. San Ignacio Mártir, sacrificado por Cristo el año 107, escribe: “donde quiera apareciere el Obispo. . . allí está la Iglesia Universal” (literalmente del griego original: “la Iglesia Católica”) (Ad Smyrh. 8-2). Tiene aquí dos sentidos: el cuantitativo significando la totalidad de los fieles, y el cualitativo para significar su perfección esencial por su plenitud de doctrina y gracia. Y al mismo tiempo se proclama la catolicidad para hacerla contrastar frente a los grupúsculos heréticos que falsamente usaban y usan aún el nombre de “cristianos”.

El epíteto “católica”, se los impuso a sí misma la Iglesia primitiva de Cristo, no para suplir su genuino y glorioso nombre de Cristiana, sino para confirmarlo. ¿Cuál es tu nombre? Preguntó el tirano juez al Mártir: “Cristiano”, respondió el joven. “¿Y tu apelativo?” “¡Católico!”.

Luego los verdaderos cristianos somos los católicos, y el verdadero cristianismo palpita vivo e inmortal en la Iglesia Católica.

A este propósito escribía preciosamente Clemente de Alejandría hacia el año 200: “Única es la verdadera Iglesia”, la verdaderamente antigua, en la cual se hallan inscritos los verdaderamente justos. Pues siendo Dios uno y uno el Señor, por lo mismo – lo que es soberanamente honorable  -  es la alabada por su unicidad, ya que es imitación del Principio Único. La Iglesia, pues, es una: está llamada a participar de la condición de la unidad, y los herejes se esfuerzan por destrozarla en sectas. Por consiguiente, según su naturaleza y según su concepto, según su principio y según su excelencia única, decimos que “es la antigua y católica iglesia la cual reúne la unidad en la sola fe. . .” (Stromata, 7).


Buscando más atrás, en la remota antigüedad, descubrimos el entrañable amor de los primeros cristianos para con la Iglesia, si repasamos esta oración que recitaban al dar gracias de haber recibido el Cuerpo de Cristo: “. . . como este fragmento estaba disperso y, reunido, se hizo uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino”. Y al dar gracias por la recepción de la sangre de Cristo: “Acuérdate, Señor, de tu Iglesia para librarla de todo mal y hacerla perfecta en tu amor, y, reunida de los cuatros vientos, santifícala”. (IX – 3; X – 5, - Didajé).     

       

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