sábado, 16 de noviembre de 2013

El rosario de una esposa y madre (quinto misterio).

Quinto Misterio.


La Pérdida y Hallazgo del Niño Jesús en el Templo.

Consideraciones:

Si bien fue un gozo y contemplación sobrenatural permanente el tener a Jesús consigo, esta paz se vio sacudida y puesta a prueba con acontecimientos trágicos de cuya irrupción nos da cuenta el Evangelio:

A la paz celestial de la gruta de Belén, los cantos de los Ángeles, la adoración de los pastores, la mística hondura de la Presentación y la manifestación a los Reyes de Oriente, la vida de la Sagrada Familia fue cruelmente sacudida por la persecución sangrienta de Herodes.

Apenas salidos los Magnates Orientales a quienes Cristo se manifestó, el Ángel del Señor irrumpe el sueño del Jefe de la Sagrada Familia: "José, toma al Niño y a su Madre y huye a Egipto, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo" (Mth. 11- 13). Inmediatamente, los Padres y el Hijo de Dios huyen amparados por las tinieblas de la noche y fiados de la Providencia Divina.

El exilio en tierra de paganos fue duro y amargo; tenían los padres que ganar, con trabajos humildes y hasta humillantes, el pan que darían al niño y el que ellos llevarían a la boca. El ambiente pagano mantenía un clima de permanente ofensa al Creador, pues Satanás reinaba exigiendo con crueldad la adoración a solo Dios debida; y aunque la conducta de la Sagrada Familia y la gracia irradiada por el Niño Dios mitigó la actitud de los idólatras, fue grave y prolongada la prueba, tanto más cuanto que no podían manifestarse a los Israelitas agrupados dependientes de Alejandría, pues su comunicación con Jerusalén los hubiera delatado.

El Ángel del Señor anuncia a San José que retorne a Tierra Santa. (Mth. 11-20) Nueva movilización, nuevo peregrinar por las candentes arenas del desierto; pero al llegar a la frontera, nuevamente el Ángel le avisa de parte de dios que radiquen en Nazareth, ahí donde fue desposada la Virgen María con el Virginal Patriarca San José, escenario de sobrenatural intimidad que dio marco a los Misterios de la Encarnación. Allí habían de vivir, ganarse la vida trabajando, alabar a Dios orando y cuidar al Niño, que crecía y se fortalecía físicamente y mostraba a sus padres en secreto los resplandores de su divinidad: "pleno de gracia y de verdad" (Jn. I- 14).

Esta paz no habrá de turbarla nada: no solo los vaivenes de la vida social, sino también las pruebas deparadas por la Providencia fueron embates que combatieron sus muros. Empero, la humilde casita de Nazareth estaba asentada sobre firme roca. (Cf. Mth. VII - 25).

El acontecimiento que más conmovió esta vida de paz, oración y trabajo, fue la pérdida de Jesús durante la peregrinación que con El hicieron sus padres a Jerusalén, cuando el Niño cumplía doce años de edad.

Después de la solemne ceremonia del Templo, en que eran bendecidos los adolescentes, Jesús se quedó en Jerusalén y no lo advirtieron sus padres, pues una y otro suponían que se había agregado a la sección respectiva.

Convencidos de lo contrario y no hallándolo entre los parientes y conocidos, regresaron a Jerusalén, donde lo buscaron día y noche durante tres largos días. Rendidos, acudieron al Templo, donde lo hallaron enseñando a los Doctores: sabios encanecidos en el estudio de la Escritura, de la Tradición Patriarcal, de la Teología y la Casuística.

La sorpresa entreabre un desahogo al dolor en queja amorosa que escapa de los labios de María: "Hijo, ¿porqué lo hiciste así con nosotros? Mira que tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando". (Luc. II-48).

Asaz misteriosa es la respuesta de Jesús: "Pues ¿porqué me buscabais? ¿No sabíais que había yo de estar en la Casa de mi Padre?" (lb. 49).

La respuesta es reveladora y preventiva. Reveladora porque descubre ser El mismo el Verbo Eterno que se ofrece como víctima por la gloria del Padre y la salvación de las almas. Preventiva, porque avisa a José y María que lo dejará todo para cumplir su misión Mesiánica.


Y salió de allí a la casita de Nazareth en perfecta entrega al plan divino de la Redención. (Cf. Luc. II-51-52)

En esta casita, asistido de Jesús y de María pasó San José al Seno de Abraham siendo recibido con gran júbilo por Adán y los patriarcas, por ser su presencia un testimonio del comienzo histórico de la Redención.

Entre tanto, María, Virgen, Esposa, Madre y Viuda, sirvió perfectísimamente a Dios en su Hijo Divino, esperando el inicio de su vida pública de entrega a la humanidad.


Aplicaciones.

¡Cuánto cuesta formar a un hijo, a una hija!

No es tan solo el cuidado por el cuerpo, por la vida social, sino sobre todo, por la formación espiritual del ser cuya responsabilidad habéis asumido al traerle al mundo.

Paso a paso se recorre este camino: minuto a minuto la vigilancia del padre, los desvelos de la madre cultivan esa existencia, la lleva a la edad perfecta, le maduran en el criterio, amplían sus conocimientos del mundo circunstante y le enseñan prácticamente la piedad.

En cada etapa de su vida le van preparando a los Sacramentos, cuidan esmeradamente que los reciban y los frecuenten.

Mientras tienen en sus manos la vida del hijo o de la hija, pueden ver con sus propios ojos que en ellos se realizan las palabras que el Evangelio define de Nuestro Señor: "Y Jesús progresaba en sabiduría, en estatura Y gracia delante de Dios y de los hombres" (Luc. II- 52).

El Verbo Eterno, Sabiduría Infinita, manifestaba gradual y armónicamente, al ritmo de la edad, su sabiduría humano-divina, su gracia sobrenatural, como el sol nos brinda su luz y resplandor al avanzar en su carrera hacia el zenit.

El cultivo de esta progresión que el Verbo Encarnado quiso llevar como todo niño que aparece en este mundo, es la misión de ambos padres, radicalmente en los aspectos fundamentales. Mas en los detalles minuciosos es la madre quien educa, por convivir durante más tiempo con los hijos. En cada hijo, sin distinción, cuida y cultiva esos valores con delicado esmero. Su amor se prodiga a cada uno como si fuera el único. No percibe el tedio ni el cansancio cuando se trata de su servicio, progreso y provecho espiritual; porque la madre que ama es el amor convertido en madre.

Pero ha de estar prevenida para que un amor malentendido no tome el lugar de su vigilancia. Por mucho amor que les tenga, ha de entender que los hijos albergan la herencia de Adán convertida en concupiscencia, la cual, aunque mitigada por el Bautismo que ha borrado el pecado original, subsiste como ocasión de lucha y mérito en la conquista del Reino de los Cielos. La madre debe ser fuerte y templar el amor con la sabiduría; así como el padre, que ejerce su autoridad con amorosa firmeza.

María y José buscaron afanosamente al Niño Jesús cuando notaron que había desaparecido. Ellos tenían la fe y convicción de que el Verbo Encarnado es absolutamente impecable e incorruptible; pero la probabilidad de un ataque perpetrado por los descendientes de Herodes, permitido por el Padre Celestial como anticipo de la Pasión les sobresaltaba, y salieron por su responsabilidad de padres. Ambos lo buscaron hasta agotarse: "Tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando". No Ella sola ni El solo, pues la responsabilidad era de Ambos.

Así han de buscar ambos padres a los hijos que han engendrado. Estos sí pueden ser corrompidos, son capaces de pecar, cayendo en manos de malas amistades y, definitivamente, de Satanás. Han de ver y conocer con quién andan, qué lugares frecuentan, qué enseñanzas reciben...

Contemplar a los hijos de manera egoísta y pasiva, dejándolos crecer a merced de sus pasiones, es descuidar la encomienda de Dios y conducirlos a su eterna perdición: es condenarse a sí mismos junto con los hijos. El fruto de los desvelos por conservarlos en la pureza de la fe y las costumbres, llegará cuando los hijos manifiesten el camino por el que desean definir su vida. Los padres tienen obligación de dar a sus hijos el estado lícito que ellos elijan libremente.

¡Oh mujer abnegada, oh cristiano varón afortunado! Felices seréis si Dios eligiera a alguno de vuestros hijos para la Vida Consagrada. Saborearíais entonces algo del misterio que inundó la mente y el corazón de María y José cuando escucharon estas palabras: "Yo debo ocuparme de las cosas que corresponden al servicio de mi Padre".

Pero cualesquiera que sean los caminos rectos y santos de su vocación a un estado definido, siempre será verdad que en ellos aplicarán los hijos esos principios cristianos que con desvelo y sacrificio habréis cimentado en su mente, en su voluntad, en su conciencia.

Sed firmes sabiendo que no sembráis en vano.

Madre y Esposa, forja en tus hijos la piedad. Conforta a tu Esposo en el camino, mediante la piedad. Y sé piadosa, ya que la piedad es el don que Dios ha otorgado a la mujer para consolarla y hacerla fuerte en las dificultades de la vida.

"Dios te salve, María..."


COLOQUIO

Virgen Santísima, Madre de Dios, Quien te constituyó Madre Espiritual de la humanidad:

Dios quiso realizar misterios sublimes en la Obra de la Redención, pero aunque no depende de ti, no quiso realizarlos sin Ti. Tú, de tu parte, correspondiste y cooperaste cumpliendo con creces la Misión que generosamente aceptaste.

He meditado los misterios gozosos que el pueblo cristiano repasa al rezar tu Rosario, y te veo en la historia de nuestra salvación irradiando los resplandores de tus excelsas virtudes para iluminar y atraer a las almas hacia Dios, en seguimiento de tu ejemplo.

A mí, que por vocación de Esposa y Madre cumplo el camino voluntariamente aceptado con la Bendición de Dios, me corresponde imitarte en lo que proporcionalmente atañe a mis deberes. Alcánzame la gracia de cumplir, como tú, la Voluntad de Dios, que es mi santificación. (Cf. I Tes. IV-3).

Que sea fructuosa en mí la Gracia del Sacramento del Matrimonio guardando la castidad conyugal en sujeción y ayuda a mi Esposo. Que conserve el tesoro de los hijos que Dios me ha dado, y los eduque con amor sobrenatural hasta conducirlos a la perfección cristiana.

Aviva en mí el fuego del fervor y la piedad para dar calor y vida a nuestro hogar, donde serán meritorias las penas y dificultades de la vida.

Así llegaremos todos: padres e hijos, a la Bienaventuranza, en la cual te contemplaremos en Dios para siempre.

¡Oh Clemente, oh Piadosa, oh Dulce Virgen María!

"Dios te salve, Reina y Madre..."



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