lunes, 25 de noviembre de 2013

Preparemos la navidad.

Preparemos la navidad.


COMENTARIOS BIBLICO - LITURGICOS A LAS ANTIFONAS MAYORES DE ADVIENTO

Por el P. Manuel Robledo, E.D.

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NIHIL OBSTAT

Petrus Ma. Galván, M.J.
Censor.


IMPRIMATUR

+ Fr. Philipus a Jesu Cueto, O. F. M.
Episcopus Tlalnepantlensis.


Que tu pueblo, Señor, desechando al espíritu del 
mundo, se consagre piadosamente a preparar la
venida de tu Hijo en sus almas y en la sociedad.-
Te lo pedimos con profundo dolor y firme confianza.
El Autor.



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INTRODUCCION

l.-Sobre el Tiempo Litúrgico de Adviento.

En la excelencia de los misterios, la Pascua es el primero y principal; mas en el orden cronológico, lo es la Navidad porque abre el ciclo del año litúrgico.

Es también la Navidad un Misterio sublime y profundo, y como connatural a la Pascua, pues así como en la Redención el Sacrificio de Cristo no pudo haberse verificado sin que El hubiera antes nacido, por la misma razón en la Liturgia no puede haber Pascua sin Navidad.

A la Pascua preceden cuarenta días de preparación que se llaman "Cuaresma". De modo semejante fué estructurada la Navidad antes del S. IV: a la celebración jubilosa de la Navidad preceden cuatro semanas de preparación que se llaman "Adviento".

Su nombre significa "advenimiento", venida, llegada próxima.

Se caracteriza por una ansiosa expectación. En este caso, se espera la llegada de Nuestro Señor Jesucristo a la tierra, por su Nacimiento.

La expectación es de la Iglesia, que recapitula en Sí los suspiros y deseos de los Patriarcas y se alimenta con los vaticinios de los Profetas, cada vez más claros, cada vez más perfilados, cada vez más tiernos y amorosos.

Adviento, con sus suspiros y deseos, es un tiempo de oración y penitencia como preparación remota y próxima para celebrar el Misterio del Nacimiento del Redentor. Lo dicen los esquemas litúrgicos cuyas lecciones y oraciones se encuentran saturadas de esa divina nostalgia, y lo publican los ornamentos sacerdotales de color morado, la supresión del Gloria en la Misa, la del Te Deum en el Oficio Divino y el rezar de rodillas las Preces en Laudes y Vísperas del mismo.

La oración debe enardecernos en deseos de Jesús recién-nacido, y la penitencia; unida al espíritu de la Iglesia, debe remover de nuestra alma las imperfecciones que impiden nuestra aproximación al pesebre de Belén.

El misterio del Adviento tiene para el cristiano una trascendencia de pretérito, de actualidad y escatológica: encierra tres realidades empalmadas y como prefiguradas en esta expectación: la venida histórica de Cristo (Navidad) realizada en nosotros por el adviento de Cristo con su Gracia (Inhabitación) y consumada en el triunfo definitivo de la escatología (Parousía).

De este triple misterio vive en espera el Cristiano: se identifica con los Israelitas del Antiguo Testamento que le deseaban; se dispone, en la Ley de Gracia, vaciando y ensanchando su alma para recibirle, y se orienta, con los ojos fijos en la eternidad, hacia el final, exhalando en prolongado suspiro el "Maranathá": "Ven, Señor Jesús".

La Iglesia misma dicta públicamente esta enseñanza al cantar en el primer prefacio de Adviento: "(Cristo), al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne, realizó el plan de redención trazado desde antiguo y nos abrió el camino de la salvación, para que, cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria: revelando así la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar".

Así pues, el Adviento debe crear en nuestra alma un clima de amorosa nostalgia por el Mesías Prometido y un gran deseo de verle en el pesebre. Para esto debemos revestimos de los mismos sentimientos de los Patriarcas del Antiguo Testamento, como Abraham, de quien dice el mismo Cristo: "Abraham, vuestro padre, se regocijó con la esperanza de ver mi día: lo vió y se alegró" (Jn, VIII-56); debemos participar, con ayuda de la Revelación, de la profunda penetración sobrenatural de los Profetas, quienes, levantando los ojos hacia la bóveda celeste, clamaban: "Cielos, enviad rocío de lo alto; y las nubes lluevan al Justo"; y, humillando sus frentes en el polvo, rogaban: "ábrase la tierra y brote al Salvador" (Is.XLV-8,Vulg).

Esta disposición nos atraerá las miradas misericordiosas del Altísimo: Jesús nacerá por la Gracia en nuestra alma y en esta Navidad nos dará la oportunidad de adquirir una Gracia proporcional a la que derramó sobre los sencillos pastores de Belén cuando recibieron el anuncio del Ángel y oyeron por los aires el cántico del "Gloria" (Cf. Luc. II-8-20), y el día de los días gozaremos algo de lo que ellos gozaron al contemplarle en el pesebre (Cf. ib).

Finalmente, lancemos nuestra mirada hacia la eternidad y contemplémosle "viniendo sobre las nubes con gran poder y majestad" (Luc. XXI-27). El Pequeño tierno e impotente del pesebre es, como lo patentiza la tercera Misa de Navidad, el Verbo Eterno consubstancial al Padre, y es el mismo que nos juzgará: "Jesucristo es de ayer, es de hoy, es de todos los siglos" (Hebr. XIII-8).

Nuestra identificación con esta triple verdad de orden místico pero real será el mejor argumento y antídoto para rechazar de nosotros, de nuestro hogar y sociedad, cualquier tipo de celebración profana.


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