miércoles, 6 de noviembre de 2013

El rosario de una esposa y madre (tercer misterio).

Tercer Misterio. 


El Nacimiento del Niño Dios en el portal de Belén.

Consideraciones.

Durante nueve meses, la Santísima Virgen María ha estado directa y físicamente en contacto con el Verbo Divino, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, en virtud del misterio de la Unión Hipostática. Es la Persona del verbo la que se encarna, por obra del Espíritu Santo, quedando Ella siempre virgen y verdadera Madre de Dios.

Mas entraba en los planes de la Redención que este Tabernáculo de la Divinidad entregara a la luz el Cielo que encerraba, y llegó el momento en que el Verbo Encarnado había de presentarse ante el mundo.

Y lo hizo, disponiendo que una serie de sufrimientos precediera a su nacimiento: sufrimientos en los cuales tuvo la Madre parte directa y consciente: el inmenso dolor de su Castísimo Esposo el Patriarca San José, cuando éste se creyó indigno de proteger a tan privilegiada Creatura, dolor que Dios cambió en gozo al revelarle el Misterio de la Encarnación.

El dolor de tener que abandonar la casita de Nazareth para ser, con su Esposo, empadronada en Belén, mediante la molesta peregrinación por valles y montañas, de Nazareth hasta Belén.

El dolor de suplicar hospedaje durante estas jornadas y ser rechazada por corazones duros, de quienes diría después el Evangelista: "Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron". (Jn.I-11).

El dolor de ser rechazada del Mesón de Belén y remitida a las afueras en la noche fría y nevada, no obstante su estado interesante y las inminencias del parto.

El único consuelo en estas penas era la presencia y poderosa protección y ayuda de San José, quien compartió los trabajos y humillaciones con que la humanidad demostraba su indiferencia y desprecio al Redentor que venía a salvarla.

Al fin, en despoblado, en una gruta improvisada como refugio de pastores y ganado, en el silencio de la noche y cuando los astros cursaban la mitad de su carrera, el Verbo Omnipotente, descendiendo de su trono real y abandonando el claustro materno, prefirió la humillación y la pobreza de este valle de lágrimas. (Cf Sap. XVIII-14-15).

No fue ese un parto común. Fue un parto sinquler y sobrenatural. Singular, porque así como entraría después en el Cenáculo sin abrir las puertas, así había entrado en el seno de la Madre sin romper los sellos de su virginidad; y salió de el como saldría del sepulcro: sin quebrantar la losa y dejando intactos los sellos imperiales. 

Singular, porque la madre no sufrió dolor, sino el gozo inefable del éxtasis. Porque en la realización de estos misterios se cumple la profecía de Isaías, quien anuncia la divinidad de quien se encarna y la perpetua virginidad de su Madre: "He aquí que una Virgen concebirá y dará a luz un hijo, cuyo nombre es Emmanuel, esto es: Dios con nosotros". (Is. VII-14; cf. Mth. II-23).

Al llegar la plenitud de los tiempos (cf.Gál. IV-4), los Angeles del Cielo se gozaron y celebraron con jubilosos cánticos el nacimiento de Aquel a quien los siglos esperaron. (Cf Luc. II- 14).

Aplicaciones.

Es tan estrecha e íntima la unión del hijo con la madre y la unión de la madre con el hijo cuando lo lleva en sus entrañas, que la vida de ambos depende recíprocamente.

Están unidos física y psicológicamente con una unión natural, pero misteriosamente dispuesta y vigilada por el Creador.

Son dos seres distintos y con vida propia; mas esa vida depende la una de la otra y se va independizando gradualmente conforme el nuevo ser, fruto del vientre, cobra madurez.

La vida del hijo empieza en el primer instante de la concepción, mismo en que el alma inmortal es creada por Dios y unida substancialmente a ese principio somático. Este empieza su desarrollo y sus funciones fisiológicas bajo el clima propicio y protector de la madre. 

Tiene ella una vida qué proteger de los embates y crudezas que presentan las contingencias climatológicas, los peligros que amenazan su salud, los accidentes físicos... La agresividad de la sociedad...

Y sobre esto, las penas de la vida, los acontecimientos que afectan la sensibilidad, las carencias que afligen al hogar...

Todo esto sufre con buen ánimo debido a la fortaleza que el Espíritu Santo ha dado a las madres cristianas que han aceptado la misión de ser transmisoras de la vida.

La finalidad de esta misión, cuya primera etapa culminará el día del nacimiento, es revelada gradualmente a la madre, que cuenta con gozo y esperanza los meses, las semanas, los días y las horas que faltan para recibir en sus brazos al amado de su alma.

Y cuando llega el momento, aquel sublime momento en que ella, sufriendo dolores de muerte cambiará su vida por la vida del hijo, experimenta la gloria del éxtasis en una paradójica mezcla del sumo dolor con el sumo gozo, descrita por el mismo Cristo: "La mujer, cuando está de parto, se aflige y se angustia porque le ha llegado su hora; mas cuando ha dado a luz, ya no se acuerda del dolor por el gozo de haber dado un hombre al mundo". (Cf. Jn. XVI-21).

Este es el milagro en el que tú participas como protagonista principal, bajo la fuerza omnipotente del Dador de la vida, que perpetúa la conservación de la especie humana, no en serie fría y mecánica, ni con leyes físicas inmutables; sino con una historia íntima y personal de amor, que tú, persona, has vivido con tu libre voluntad, aceptando la misión y cooperando con tu ser y tu substancia.

Da gracias infinitas a Dios, que ha estado tan junto de ti y por su poder te ha hecho fecunda. Copia en esta etapa de tu vida, que es la primera etapa de la vida de tu hijo, todos los pasos y sentimientos de la Virgen Madre al vivir el Nacimiento del Redentor.

"Dios te salve, María..."


No hay comentarios:

Publicar un comentario