lunes, 4 de noviembre de 2013

El rosario de una esposa y madre (segundo misterio).

Segundo Misterio:


La visita de Nuestra Señora a su prima Santa Isabel.

Consideraciones:

Inspirada por el Espíritu Santo, apenas realizada la Encarnación del Verbo en su Seno purísimo y constituida así verdadera Madre de Dios, María se dirige a Hebrón en las montañas de Judea; pues el Arcángel le ha probado por la preñez de su prima ya anciana, que no hay imposible para Dios.

Isabel cuenta ya el sexto mes de espera y no hay tiempo qué perder: el viaje lo hace María apresuradamente.

Al llegar a la casa y al salir Isabel a su encuentro, María le dirige una salutación espiritual y sublime. Su voz, plena del Verbo que en sus entrañas habita, es el vehículo que transmite la Gracia Santificante, y queda santificado el Precursor, manifestando con movimientos imprevistos en esta etapa de gestación, la dicha de que ha sido colmado.

Isabel, inspirada por el Espíritu Santo, reconoce en María a la Madre de Dios llamándole "la Madre de mi Señor".

La respuesta de María se dirige al todo poderoso entonando un canto de glorificación, pues la ha colmado de una gracia singular y única, por donde todas las generaciones la llamarán Bienaventurada.

Realizado este misterio, María permaneció en casa de Isabel, como tres meses, después de los cuales regresó a su casita de Nazareth.

Aplicaciones:

Larga pero gozosa espera es la de la gestación, durante la cual se forma el cuerpo del hijo en las entrañas de su madre. El alma da vida a ese embrión y dirige con teleología admirable la conformación del organismo y sus incipientes funciones. Dios mismo es quien lo plasma, según las palabras del Salmo CXXXVIII: "Tú me tejiste en el seno de mi madre. Te alabo porque tan maravillosamente me formaste" (13,14).

Allí, en lo obscuro del seno materno son urdidos por Dios los músculos y tendones, la estructura ósea, los tejidos, las cavidades y canales por donde circula el torrente sanguíneo, y son admirablemente dispuestos los órganos que en su interdependencia tienden a la unidad funcional.

Si consideraras, mujer, la obra que en ti realiza personalmente el mismo Dios, respetarías tu cuerpo como Templo de la Divinidad y en reverente silencio contemplarías la actividad de la Omnipotencia.

Y al mismo tiempo, el amor al hijo, fruto del amor santificado, crece en el corazón de la madre y parece que transforma todo su ser y sus sentimientos; su delicadeza se convierte en fortaleza y su contingencia de presente mira con firme esperanza de futuro: su personalidad se ha reafirmado.

Este milagro progresivo debe reflejar en la actividad y espiritualídad de la madre. Al sentir en sí misma la mano de Dios, que con tal amor la visita, al constatar el progreso del nuevo ser que trae a este mundo, ha de estar anonadada y ha de conversar con Dios, agradecida.

La madre que gesta al nuevo ser ha de cuidar su propio organismo, porque así preserva y asegura la vida del hijo. Cuidar su actividad ocupándose sólo de asuntos que fomenten su seguridad corporal, sabiendo que existe una unidad substancial del afma con el cuerpo, de modo que lo que afecta favorable o desfavorablemente al alma repercute en el cuerpo, y viceversa, debe la madre evitar las impresiones desfavorables, pues conmueven al sistema nerviosos del niño, y a veces lo dañan irreversiblemente.

De aquí que, siguiendo el ejemplo de María Santísima, sólo han de ocuparse con tranquilidad en obras decorosas, en obras de misericordia, en asuntos espirituales, en la oración rogando a Dios por el hijo que viene, por su esposo y, si los hay, por los demás hijos y por la bendición de su hogar.

Tenga paciencia y modere su carácter no haga sufrir a nadie las molestias personales que en su estado ocurren.

Imite a la Santísima Virgen María: su actividad la conduce a ejercer una obra de caridad para con su prima Isabel, de apostolado con el Precursor, niño Juan Bautista, de edificación para los circunstantes, con su modestia, de unión con Dios congratulándose del don divino recibido en su maternidad única y singular, de servicio asistiendo a Isabel durante los noventa días que faltaban al alumbramiento, de discreción al desaparecer de la escena apenas nacido el niño.

¡Cuánto has de aprender, futura madre, mientras rezas la segunda decena de este Rosario!

"Dios te salve, María...


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