lunes, 11 de noviembre de 2013

El rosario de una esposa y madre (cuarto misterio).

Cuarto Misterio. La Presentación del Niño Dios en el Templo.


Consideraciones.

María y José, fieles a sus deberes para con Dios, han proporcionado a Jesús los auxilios espirituales que la Ley prescribía fueran aplicados a los israelitas recién nacidos.

No sólo ha nacido Jesús "de una mujer", sino también "sometido a la Ley" (Gál. IV-4), y quiso sujetarse voluntariamente, porque así como es Hijo de Dios, es dueño del Sábado, y no cae bajo la Ley. (Cf. Luc. VI-5).

A los ocho días de nacido, San José lo circuncida y le impone el nombre de Jesús, "mismo que le había sido impuesto por el Angel antes de que fuera concebido" (Mth. I-21; Luc. I-31).

Y al cumplirse los cuarenta días de la purificación de María Santísima, no obstante que Esta, con el parto virginal y sobrenatural, había aumentado el fulgor de su pureza y no estaba sujeta a las prescripciones mosáicas, quiso sujetarse a ellas para ser purificada, llevar al Niño, presentarlo y rescatarlo con la ofrenda a los pobres que José, como padre putativo y representante de Dios en la tierra, llevó al Templo. Así lo mandaba la Ley para toda madre que daba a luz y para todo primogénito venido al mundo. (Cf. Lev.)

Jesús, María y José, los tres personajes más santos que hayan pisado este valle de lágrimas, confundidos entre la multitud entraron a la Casa del Señor. Mas el Espíritu Santo ilumina con lumbre profética al Sacerdote Simeón, quien, distinguiendo al Niño, aparta a la Madre Purisima y al Padre Virginal, y tomando al Niño en brazos, lo eleva y hace la presentación ante el pueblo, bendiciendo a Dios y anunciando que Este es el Mesías Redentor.

Y para la Madre reserva una profecía: su alma, unida desde el "Fiat" de la Encarnación, a la Obra de la Redención, habrá de ser traspasada con una espada de dolor, toda su vida, pero esencialmente en la Crucifixión.

Aplicaciones:

Tú, madre, al nacer tu hijo - o tus hijos si eres favorecida con nuevas concepciones - recibes un encargo de Dios en cada nuevo ser. El mismo deber atañe al padre del o de los niños. Ambos tenéis por misión procurar el bien espiritual del alma cuya encomienda habéis recibido.

En el Antiguo Testamento, la Circuncisión era un rito por medio del cual era incorporado el niño al pueblo de Dios. Aunque que era rito externo, tenía efectos espirituales: quedar siervo y propiedad de Yahvéh y recibir la Gracia Santificante en virtud de la fe en el Redentor que habla de venir. Es obvio que el mismo Redentor no tenía que ser circuncidado.

Después de consumada la Redención, Cristo instituye el Bautismo, en que se aplica individualmente la Redención ya realizada, se borra del alma el pecado original, es infundida la Gracia Santificante, se adquiere la filiación divina y el derecho a la herencia del Reino de los Cielos, son infundidas las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, para relacionarse el alma directamente con Dios, y le son infundidas las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza Y templanza, para gobernarse el hombre en este mundo en relación a su propia salvación.

Además, y por su incorporación a Cristo participa de su dignidad sacerdotal, real y profética. Y por su incorporación a la Iglesia, goza del derecho de recibir los demás Sacramentos.

Mira cuántas riquezas espirituales proporcionarás a tus hijos si los bautizas inmediatamente después de nacidos, lo cual es obligatorio a padre y madre; porque si ambos habéis sido el medio elegido por Dios para transmitirles el don fundamental de la vida natural, sois también elegidos para procurarles el beneficio inestimable de la vida sobrenatural.

Así habéis de procurar a vuestros hijos la instrucción religiosa y los demás Sacramentos.

Al cumplir este deber, recibiréis de Dios gracias espirituales para vuestra propia salvación. María las recibió en su purificación ritual, sujetándose humildemente a una ley que no le era obligatoria; fue ocasión de la profecía que magnificaba al Salvador Y recibió sobrenatural conocimiento de su propia misión.

No os arredre saber que con grandes sufrimientos habéis de cumplir vuestro respectivo oficio progenitor: gracias especiales os asistirán si sois fieles a vuestro deber, el cual no termina sino hasta exhalar el último suspiro; como María, que fue fiel a su Hijo en el triunfo y en la derrota, en el gozo y en el dolor, en la ignominia y en la agonía, en la muerte y en la sepultura ...

Grandes penas te esperan, mujer; mas ellas hacen gloriosa la maternidad: penas físicas y penas morales; penas temporales y penas espirituales; dolor de muerte al dar a luz el fruto de tus entrañas; dolor que parecerá dividir el alma del espíritu (cf. Hebr. IV-12) cuando hayas de forjar el alma de tu hijo o de tu 
hija para la Vida Eterna.

¡Ten ánimo! María, Madre de Jesucristo y Madre de la Iglesia, recibió en la Presentación la profecía expresa de su camino de dolor tan profundo y lacerante, que fue comparado a una espada que de modo permanente traspasaría su alma.

En esta cuarta decena de Avemarías pide a la Virgen que a tí y a tu Esposo os alcance de Dios la fortaleza cristiana para abrazar el martirio que implica la gloria de ser padres.

"Dios te salve, María ..."


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