jueves, 2 de enero de 2014

La Natividad de nuestro Señor Jesucristo (final).

-C-

Efectivamente, los protestantes, en su inmensa mayoría salvas algunas voces tímidas y la íntima persuacíón de unos cuantos, niegan la perpetua virginidad de María. Ademas de atacar infundadamente el "donec" de San Mateo que ya hemos tratado, se adhieren a una traducción demasiado lata del original ALMAH' que usa Isaías, y prefieren traducir este vocablo como muchacha joven": luego no necesariamente virgen. "...presume más que afirma su virginidad, término que pierde su vigencia en el acto matrimonial", escribe Kerek Klinder en el Nuevo Comentario Bíblico editado por la secta de los Bautistas.

Nosotros respondemos:

a) En el hebreo bíblico, tres palabras son de significación semejante, aunque no igual ni se usan en el mismo sentido:

Na'arah = mujer joven, casada o no.
Bethulah = virgen, fuera joven o fuera anciana.
Almáh = virgen joven, núbíl pero en estado permanente de virginidad, de modo semejante al 
              término Bethulah.

Este último significado es el que siempre se pretende en la Escritura cuando se usa, que es muy rara vez.

La traducción de los LXX hecha del hebreo al griego, encuadra este término Almáh con su equivalente Parthénos (= virgen), y nadie reclamó, estando de acuerdo el Sanhedrín Jerosolimitano y todos los Doctores y Pontífices del A.T. durante casi doscientos años. Las protestas de los judíos (resucitadas ahora por los protestantes) aparecieron después de la muerte de Nuestro Señor Jesucristo, cuando los cristianos probaron con este texto el nacimiento virginal del Redentor. (nuevamente se prueba que el protestantismo es judaizante).

Y no obstante que la traducción Valera-Reina, común entre los protestantes de habla hispana, traduce "virgen" en los dos pasajes la omnímoda y versátil facultad que los sectarios se arrogan de interpretar a su antojo, sigue demostrando su inquina contra María al negarle el reconocimiento a su perpetua virginidad.

b) Sobre todas las exégesis y críticas del texto, está la declaración del Espíritu Santo. El Evangelista, inspirado de lo alto, nos descubre el sentido pleno de esta profecía: se refiere a Cristo y a su Madre: es Mesiánica y Mariana a la vez, y prueba la perpetua virginidad de María.

Isaías habla de un milagro extraordinario y dice en qué consiste, pero no cuándo ocurrirá ni en quién se verificará. No hubiera milagro si la desposada hubiera perdido su virginidad al concebir o dar a luz.

San Mateo habla del mismo milagro y sí dice cómo se realizó, cuándo ocurrió y quién fué la Agraciada. Hubo milagro, pues concibió y dió a luz quedando Ella siempre virgen y verdadera Madre de Dios.

El haber permitido Dios el uso de ciertos vocablos que después de milenios y dada la evolución de los idiomas y mentalidades de los pueblos, no fueran fácilmente traducibles y vinieran a constituir un tropiezo o por lo menos un problema para la interpretación del Texto Sagrado, nos demuestra que El quiere el obsequio de nuestra fe. 

La inteligencia de la Escritura no es sólo un feliz resultado de la ciencia humana o un triunfo de la crítica textual, sino sobre todo y fundamentalmente un premio a la fe, la cual, a través de los signos escritos, sabe leer el espíritu, la idea, la intención del mismo Dios.

Aunque la letra consigne bien la mente divina, es instrumento material que puede padecer abusos de parte de los mal intencionados. Sólo el espíritu vivifica, y este espíritu es la Tradición Apostólica, alma de la Divina Revelación, que exige también nuestra fe.

Para que esta fe no se desvíe es necesaria la docilidad del alma al Magisterio Eclesiástico. Esta es la clave de toda inteligencia, pues el único intérprete auténtico de la Revelación es Dios mismo. El es quien la declara en posteriores revelaciones dentro de la misma Revelación, o por el oráculo vivo del Espíritu Santo que es el Papa cuando define "ex Cathedra".

-D-

Parecería, no obstante, que la palabra "primogénito" que traen ciertos códices antiguos (S W) y que han llegado hasta nosotros, indicara que Jesús fué el primer hijo y el mayor de entre otros hermanos que vendrían después de El, engendrados por José.

En primer lugar, debemos advertir que ésa palabra no es del original, sino que fué posteriormente introducida por los copistas. Razón por la cual muchos traductores modernos, como Bover, la excluyen del Texto.

Sin embargo, en algún lugar de los Evangelios se encuentra esta misma palabra y con la misma ocasión, y es en San Lucas II,7: "et peperit filium suum primogenitum et pannis eum involvit ... " Por esta causa debemos afrontar el problema, acerca del cual diremos:

a) El llamarse a Jesús "Primogénito" no Significa que, después de El, María hubiera concebido y dado a luz otros hijos, sino que antes de Jesús no había concebido la Virgen a nadie.

b) Recíprocamente, la palabra "primogénito" también puede interpretarse con exclusión de otros hermanos menores.

La Ley Mosaica no hace distinción, sino que define al Primogénito como "lo primero que sale de toda matriz" ("quidquid primum erumpit e vulva cunctae carnis" Núm XVII-15), y se repite en Exod. XIII-2: "Sanctifica mihi omne primogenitum quod aperit vulvam in filiis Israel" (cf 11 y 12). Manda enseguida pagar rescate en el término de un mes, y esto sin prever si vendrán después más hijos o no; en un mes no puede ser concebido otro hijo. Luego el título de primogénito sólo indica su prioridad con respecto a la madre primeriza aunque se siguiera su unicidad; explico: también llevaba el título de "Primogénito" el que fuera asimismo "Unigénito".

c) Pero la razón profunda de llamarse primogénito al único hijo de María, es, a nuestro entender, concentrar en El todos los derechos de la Primogenitura, llamar la atención a los lectores de que Cristo es el descendiente directo de David según la carne, porque la Santísima Virgen también lo es, y según la Ley porque San José es de la familia de David (Luc. I-27); y por ser su padre legal le confiere todos los derechos del trono de sus antepasados como Primogénito que es, tal como lo había anunciado el Arcángel a la Madre: "y le dará al Señor Dios el trono de David su padre ... " (Luc. I-32). Bien lo sabían las turbas que invocaban su misericordia llamándole: "Hijo de David".

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La prosaica objeción basada en el título de "hermanos" que en el Evangelio y en los Hechos se da a ciertas personas con relación a Jesús, sabemos que no es de importancia ni de cuidado; pues la solidaridad de la antigua familia oriental se unía con lazos tan íntimos que abarcaban por igual a los parientes de las líneas colaterales. El mismo Abraham llama "hermano" a su sobrino Lot. (Cf Gén. XII-5; XIII-8).

-E-

Finalmente, San José cumple la orden del Ángel ejerciendo derechos de padre al imponer al Divino Infante el nombre de Jesus.

Como ya hemos advertido, Y'HOSUA' o YESUA' significa "Yahveh es salvación". Desde el principio, San Mateo introduce a su Divino Personaje con este nombre unido al de "Cristo", y confirma lo mismo al fin de las generaciones: " ... de la cual nació Jesús, que se llama Cristo" (I-16). No dice "el Cristo" como repitiendo un sobrenombre, sino "Cristo", uniéndolo como uno solo al Nombre.

La palabra Cristo es de origen griego y significa "ungido" (de XRIO = ungir; Xristós = Ungido). Es la aplicación o traducción griega de la palabra hebrea que debió haber escrito en el original: "masiah", ungido, de donde la palabra MESIAS.

Es uno de tantos títulos que el Antiguo Testamento da al Redentor. Así, el Salmo II (2) lamenta la conspiración de los reyes "contra el Cristo del Señor"; y Daniel (IX-25-26) predice con exactitud cronológica la venida y la muerte del Mesías: "Sábelo, pues, y entiéndelo bien: desde la salida de la orden de volver a edificar Jerusalén, hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas... Y después de las setenta y dos semanas será muerto el Mesías ... " (Dan IX-25-26).

A partir de esta expresión con que San Mateo abre su Evangelio y consigna por escrito el título mesiánico del Salvador, ya asentado desde el principio por la predicación y tradición apostólica, el Nombre de Jesús se une indisolublemente al de Ungido y se forma un solo Nombre que todos conocemos e invocamos: JESUCRISTO.

"No existe debajo del cielo otro nombre, dado a los hombres, en el cual hayamos de ser salvos", nos advierte San Pedro. (Act, IV-12). Este es el Nombre divino del que San Bernardo decía: "Es árido todo alimento del alma si no se le vierte este aceite: insípido si no es condimentado con esta sal. Si escribes, no me sabe si no leo allí Jesús. Si disputas o consultas, no me gusta si allí no suena Jesús. Jesús es miel en la boca, melodía en el oído, júbilo en el corazón ... " (Serm. XV in Cant.).

Al compás de estos afectos resuena la Liturgia Romana cuando eleva a Jesús este canto:

"Nil cánitur suávius,
nil audítur jucúndius,
nil cogitátur dúlcius
quam Jesus Dei Filius ... "

(Nada se canta más suavemente,
ni se oye nada con tanto júbilo,
ni puede pensarse algo tan dulce
como Jesús, Hijo de Dios ... )



P. Manuel Robledo Gutiérrez, E.D.


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