miércoles, 6 de abril de 2016

Jesucristo es Dios III (cont.)




.-  Veamos ahora Jn. XX-17 que para ellos significa un rompecabezas y que tanto citan en su afán de confundirnos. Sin embargo, es más claro y proclama la existencia de las Dos Naturalezas en Cristo y el efecto de sus méritos infinitos:

“Subo a mi Padre”.- Padre mío conforme a mi propia Naturaleza Divina por haber sido eternamente engendrado en la Inmanencia de la Esencia Divina.

“y vuestro Padre”.- Pues por los méritos infinitos de mi pasión habéis sido reconciliados con El y elevados al orden sobrenatural de la Gracia: “habéis recibido el Espíritu de la filiación adoptiva, con el cual (clamáis): ¡Abba!, ¡Padre! (Rom. VIII- 15).  

“a mi Dios”.- Por cuanto Yo, Verbo Eterno, me hice carne, y al asumir naturaleza humana, me subordiné a la Majestad Infinita. Existiendo en la forma de Dios, no por usurpación sino por generación divina, me anonadé a Mí mismo, tomando forma de esclavo, para obedecer hasta la muerte en remisión de la humanidad entera. (Cf. Filip. II-5-8).

“y vuestro Dios”.- Pues creaturas Suyas sois, y aunque algún tiempo os alejasteis de El por el pecado de Adán, habéis sido redimidos y devueltos a la Casa del Padre. ¡Y esta es la Buena Nueva: que os ha redimido el mismo Hijo de Dios! (Cf. Jn. III-16).

.- Entre los malintencionados enredos que los testigos entretejen en su infame publicación, tocan la queja de Jesús moribundo consignada por Mc. en XV-34 “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?  (Cf. P. 18/ c.2/ párr. B). Sus razonamientos se cimientan en una base material: “parte de sí mismo…. no se consideraba Dios…. ¿se abandonó a sí mismo?  

La Iglesia resuelve este problema mediante la consabida distinción:

      a)     Clama en cuanto Hombre a su Padre Dios.

     b )     Habla como Mesías solidarizado con la humanidad pecadora recitando las primeras palabras de Salmo XXI, en que el Espíritu Santo, por boca de David, profetiza detalladamente los tormentos que el Mesías sufriría en la Cruz.

    c )  Repite en voz alta las palabras del Salmo para que conste a los circunstantes su cumplimiento.

     d )    Sufre abandono para que su Humanidad beba hasta las heces del cáliz del dolor. (Cf. Luc. XXII-42).

      e)     Siente en su Alma – sin dejar de estar hipostáticamente unida a la Divinidad – el apartamiento de Dios que deberían sufrir los condenados, para expiar el pecado y salvarlos del eterno rechazo o pena de daño. (Cf. Mth. XXV-41).

Nada de esto le quita ser Dios; antes por serlo, estos dolores y angustiosa soledad reportan méritos infinitos para redención de la humanidad. Cristo, en cuanto Dios, el Verbo en Sí, queda impasible pero con la intención divina de la Redención. En cuanto hombre, sufre lo que nadie ha sufrido ni sufrirá jamás. En cuanto Dios y Hombre, se convierte en la Víctima Divina para la salud del mundo: “Me has dado un Cuerpo a propósito…” (Ps. XXXIX, 7-9: Hebr. X, 5-7).


Todo lo que hemos descrito larga y detalladamente, lo percibe y siente la conciencia del católico en una sola concepción de la mente, gracias a la Fe, que es un don de Dios. Pídanla los “Testigo” y vomiten esa saña contra la divinidad de Jesucristo, que no es sino el odio acumulado desde hace dos mil años, y que los de Broocklyn han heredado de aquellos que en el Calvario ultrajaban Su agonía con burlas y blasfemias. (Cf. Mth. XXVII- 39-43: Mc. XV-29-32/ a: Luc. XXIII-35).   



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