viernes, 29 de abril de 2016

Jesucristo es Diosi III (cont.)




b) Ahora bien: si además de todos estos textos y razonamientos siguen exigiendo la afirmación de la Divinidad de Jesucristo, salida directamente de sus labios, HE AQUI TRES PRUEBAS; advirtiendo que todos los israelitas, doctos e indoctos, que las escucharon, sabían muy bien relacionar estas afirmaciones con los atributos exclusivamente divinos:

1a.- HIJO DE DIOS (con artículo: O´UIOS: el Hijo, el único Hijo o esencialmente Hijo).- "... a quien el Padre santificó y envió al mundo, decís vosotros "blasfemas", porque dije: "Soy Hijo de Dios" (Jn. X-36).

En estas palabras Jesús revela en qué sentido se da el título de Hijo de Dios: por haber sido santificado por el Padre y enviado al mundo. Es así que envió al mundo al Verbo, y el Verbo vino al mundo encarnándose. Luego al Verbo, en cuanto Encarnado, santificó. Luego esta santificación es la unión substancial que el Verbo hizo de la Humanidad creada y formada en el Seno de la Virgen.

Esta santificación y consiguiente envío identifican a Jesús con el Verbo en cuanto Encarnado. Por eso ha afirmado El al principio de esta polémica: "El Padre y Yo somos una misma cosa" (30): porque el Padre y el Verbo tienen la misma Esencia Divina.
Al afirmar Jesús: "Soy Hijo de Dios", afirma su divinidad; pues en su naturaleza humana es igualmente Hijo de Dios natural y no adoptivo, puesto que la filiación no es de la naturaleza, sino de la Persona, que en Cristo es la Divina del Verbo.

San Pablo a los Romanos (VIII-32) le llama "su propio Hijo". Frecuente es el título de Unigénito o Unico Engendrado, como en Jn. I-18, que en la lección griega (de los Códices B, S, C, L y las versiones Sahídica, Bohairica, pesitta, preferida de los Santos Padres y la crítica moderna, según afirma B. Ochard), es "UNIGENITO DIOS": (MONOGENES THEOS).

Por su parte, y revelando la filiación divina, dice David en Espíritu profético:

"Oráculo del Señor a mi Señor: siéntate a mi diestra..." (Ps. CIX-l) Y argumenta el mismo Señor Jesucristo: "Si pues David le llama su Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo?" (Mth. XXIl-4s). La respuesta que no acertaron a formular los Fariseos, Escribas y Doctores de la Ley, la revela el mismo David en el Salmo II: "Promulgaré el decreto de Yahvéh: díjome: MI HIJO ERES TU, YO MISMO HOY TE HE ENGENDRADO" (Ps. II-7; Cf. Hebr. V-5).


En el mismo sentido aparecen las palabras del Padre Celestial: "Este es mi Hijo muy amado en quien me complugue" (Mth. III- 17).



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