miércoles, 5 de febrero de 2014

Quién y qué es un cristiano (cont).

La muerte antes que la apostasía. - Los primeros Cristianos prefirieron tormentos y la misma muerte antes que cometer algún pecado, antes que traicionar a Jesucristo con la herejía o apostatando de la Fe. Los tres primeros siglos de cristianismo (260 años para ser precisos) se caracterizan por diez cruentas persecuciones y por el ardiente anhelo de los cristianos de toda edad y condición, por confesar públicamente su fe y rubricarla con su sangre.

Fueron tantos los mártires desde la primera persecución bajo Nerón (54 - 68), que un testigo ocular, San Clemente Romano, discípulo directo de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, escribe sobre el martirio de éstos, perpetrado el año 67: "Por emulación y envidia fueron perseguidos los que eran máximas y justísimas columnas de la Iglesia y sostuvieron combate hasta la muerte ... " Y más abajo: "A estos hombres que llevaron una conducta de santidad vino a agregarse una gran muchedumbre de escogidos, los cuales, después de sufrir por envidia muchos ultrajes y tormentos, se convirtieron entre nosotros en el más hermoso ejemplo ... " (1a Carta de San Clemente a los Corintios V -2, VI-1).

En la cuarta persecución, ordenada por el Emperador Marco Aurelio (161-186) , los cristianos podían hacer recuento de sus largas y muy tristes experiencias, que ellos consideraban como gloria: "¿Quién no admirará la nobleza de nuestros Mártires, su paciencia y el amor a su Dueño? Ellos sufrieron, lacerados por los azotes, hasta llegar a distinguirse la disposición de la carne dentro de las venas y de las arterias, de suerte que los mismos espectadores se movían a lástima y rompían en lamentos; los Mártires, en cambio, se levantaron a punto tal de nobleza, que ninguno de ellos exhaló un ¡ay! ni un gemido...También los que fueron condenados a las fieras sufrieron tormentos espantosos tendidos que fueron sobre conchas marinas y sometidos a otras formas de varias torturas. Pretendía el enemigo, a ser posible, obligarlos a renegar de la fe a fuerza de continuos tormentos." (Mart. S. Pol. Introducción, II-2-4).

La Iglesia pedía a Dios fortaleza. En las reuniones secretas, en cavernas o en las Catacumbas, Maestros y Pastores exhortaban al Martirio: "Roguemos a Dios con todo nuestro corazón que luchemos con esfuerzo de alma y cuerpo y hasta el fin, por la verdad. Si le es grato probar nuestra fe (pues nuestra fe se prueba en los peligros y en las persecuciones como el oro en el crisol), incluso en caso de persecución, que nos encuentre listos..." (Orígenes. "Exhortación al martirio").

Y en el foro social, los Apologistas luchaban contra la injusticia, demostraban la inocencia de los Cristianos y profesaban su fe desafiando todo peligro. Tertuliano esgrimía esta brillante argumentación que se hizo inmortal: "Somos de ayer y lo llenamos todo: vuestras ciudades, vuestras fortalezas, vuestras campiñas, el palacio, el Senado, el foro; no os dejamos más que vuestros templos vacíos. Si nos retiráramos en masa, quedaríais en espantosa soledad..¿En qué hemos merecido la muerte? Cortad, si os place; cuanto más seguéis nuestras cabezas, más nos multiplicaremos. ¡La sangre de los mártires es semilla de cristianos! (Apologético).

Amor a Nuestro Señor Jesucristo.- El amor a Cristo fue, a ejemplo de los Apóstoles, la característica de estas primeras generaciones. Baste un ejemplo: el de San Policarpo, quien al ser conminado por el tirano: "Maldice a Cristo", respondió con profunda convicción y ternura entrañable: "Ochenta y seis años hace que le sirvo y ningún daño he recibido de El; ¿cómo puedo maldecir a mi Rey que me ha salvado?" Y en el suplicio, a punto de Ser encendido el fuego, eleva su oración ofreciéndose al Padre como víctima: "...Por lo tanto, yo te alabo por todas las cosas, te bendigo y te glorifico por mediación del Eterno y Celeste Sumo Sacerdote, Jesucristo, tu Hijo Amado, por el cual sea gloria a Ti con el Espíritu Santo, ahora y en los siglos por venir" (Mart. S. Pol. IX-3; XIV-3).

Por todo esto, aquellos mismos cristianos del S.II consignaron esta sentencia que ellos mismos atribuían a San Ignacio: "Cristiano es el que tiene a Cristo en su pecho".

Amor a la Santa Iglesia.- El amor que los primeros Cristianos tenían a la Iglesia no será fácilmente superado. Su admiración por Ella los absorbía; la sentían en carne viva mediante el vínculo de la caridad y la frecuencia de los Sacramentos, que sólo en Ella se encuentran. Ya leímos su insistente mención en la Liturgia de la Didajé, y que San Ignacio la llama "El lugar del Sacrificio", haciendo evidente alusión al Sacrificio Eucarístico, que sólo en Ella se celebra.

En "El Pastor", precioso libro de visiones y revelaciones con que fue favorecido su Autor, Hermas, cristiano de mediados del S. II, la Iglesia aparece como una torre bellísima, esbelta y sólidamente construida en medio de las aguas. La explicación de esta visión le fue dada a Hermas de lo Alto: "Vuestra vida se salvó por el agua, y por el agua se salvará" Y más adelante la contempla en la universalidad de las naciones, las cuales, "...habiendo recibido el sello ( = el carácter bautismal), tuvieron todas un mismo pensar y un mismo sentir, y de todas se formó una sola fe y un solo amor". Y es admirable la razón que se le revela sobre la unidad de la torre edificada sobre las aguas: "El fundamento sobre que se asienta la torre es la palabra del Nombre Omnipotente y glorioso y se sostiene por la virtud invisible del Dueño" (Vis. III-4; Comp. IX-17).

Esta concepción de unidad y pureza de la Iglesia a la que embellece la santidad de los fieles y envejecen los pecados de los bautizados, está presente en todos los cristianos primitivos, que veían en Ella a la Madre por quien habían sido virginalmente engendrados en el Bautismo y a la cual, igualmente, todos construimos por nuestra inserción en Ella como piedras vivas y elegidas (Cf. I Petr. 11-5).

Veamos la unidad indivisible y la pureza de la Iglesia en las poéticas expresiones de Clemente Alejandrino (años 150 a 215). Para este Doctor, Ella es reflejo de la Santísima Trinidad, pues se forma por el Bautismo en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Dice así: "¡Oh misterio maravilloso! Uno es el Padre de todos... Uno es también el Logos y el Espíritu Santo es Uno e idéntico en todas partes; y hay una sola Virgen Madre: me complazco en llamarla Iglesia" (Paed. 1).

Virtud Y Vida Ejemplar.- Además de las preciosas descripciones de los Apologistas del S. II sobre la virtud y vida admirable de los cristianos de su tiempo, el "Discurso a Diognetes", situado por los críticos en el S. II, compendia el modo de vivir y convivir de las primeras generaciones cristianas: "no se distinguen - escribe- de los demás hombres ni por su tierra ni por su habla ni por sus costumbres (regionales) ... habitan ciudades griegas o bárbaras... y adaptándose en vestido, comida y demás género de vida a los usos y costumbres de cada país, dan muestras de un tenor de peculiar conducta, admirable, y, por confesión de todos, sorprendente ..." (56).

Carismas auténticos- Nos haríamos interminables si quisiéramos escudriñar el modo de ser de los primitivos cristianos, toda vez que tenemos detalles casi imperceptibles para el hombre de nuestra época, como el orar de rodillas propio del cristianismo, según observación de Eusebio de Cesárea (Hist. Ecclca. V-1); así como de los carismas, obras y caridad de los cristianos aplicados en favor de los circunstantes, amigos o enemigos... Escribe San Ireneo (S. II): "No es posible decir el número de gracias que por todo el mundo la Iglesia recibió de Dios en el nombre de Jesucristo crucificado bajo Poncio Pilato, y que cada día va utilizando en beneficio de los paganos, sin engañar jamás a nadie ni despojarlo de su dínero, porque gratuitamente lo ha recibido de Dios y gratuitamente lo sirve" (Adv. Haer. 2).

Con toda razón escribe el Autor del Discurso a Diognetes (S. II): "Lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo". 

Estado de Gracia.- Pero lo que más importa en este tratado es comprobar la concepción que del Cristianismo tenían aquellos nuestros Padres en la Fe. Ellos percibían y vivían la ESENCIA DEL CRISTIANISMO, que es la VIDA SOBRENATURAL DE LA GRACIA. Este fue propiamente el secreto de su desprendimiento del mundo, de su santidad y de su triunfo; concebida la Gracia tal como enseña el Apóstol San Pedro; en cuanto que es participación de la Naturaleza Divina (Cf. II Petr. I-4) Según San Ireneo, Cristo nos redimió "...para resucitarnos verdaderamente de la muerte a la vida del Padre" (Dem. Pred. Apost.,38). Y esta vida es la Vida Sobrenatural de la Gracia.

Por palabras de San Juan sabemos que el bautizado lleva en sí mismo el gérmen de Dios (Cf. I Jn.III-9), mismo que el Autor de la "Carta de Bernabé" identifica con la Gracia: "semilla plantada en vuestras almas (que es ) el don de la gracia espiritual "En virtud de lo cual, cada cristiano se consideraba portador del tesoro de la Gracia Santificante y consagrado en Templo de Dios. Exhorta el dicho documento patrístico: "hagámonos perfectos para Dios" ( I-2; IV-11).

Identificados con la vida de Cristo .- Sellemos este inciso tomando base en las palabras de Tertuliano: "Quien confiesa lo que es, es decir, que es cristiano, confiesa también aquello por lo cual lo es, es decir, a Cristo" (Scorpiace, II).

Por esto afirmamos en conclusión que la vida espiritual, familiar y social de los primeros cristianos fue "sal de la tierra y luz del mundo" (Cf. Mth. V-13-16): un perfecto reflejo y aplicación de la enseñanzas y escritos de los apóstoles, resumiéndolo todo en la ardiente exhalación de San Pablo: "Vivo ya no yo, sino es Cristo quien vive en mi" (Gal. II-20).


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