martes, 18 de febrero de 2014

Quién y qué es un cristiano (cont).

VI.- Síntomas de sectarismo en los individuos. Comparación.



A.- Para conocer en la vida práctica a los falsos cristianos, esto es, a los simpatizantes o ya adheridos a una secta herética, bastará, descubrir en sus palabras o en sus hechos, alguno o algunos de los siguientes síntomas, que pueden mostrarse claros o pueden ejercer solapadamente su acción corrosiva:

/- La negación de uno o varios dogmas de, la Fe Católica; v.gr., la Infalibilidad del Romano Pontífice, la perpetua Virginidad de María.

/- Odio a la Santa Iglesia Católica; com{un a todos los sectarios, sobre todo cuando han abandonado la verdadera Fe.

/- Desprecio al Sacerdote; burlas contra las personas consagradas a Dios.

/- Indiferencia rayana en desprecio hacia la Santisima Virgen María.

/- Horror hacia las Imágenes de los Santos, porque tienen miedo de caer en idolatria. (Los Testigos de Jehová, además, horror a la Santa Cruz).

/- Odio rabioso contra la Santa Misa. 

/- Burlas blasfemas contra la Presencia Real de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía.

/- Afán irrefrenable de disputas, no con deseo de conocer la verdad, sino con el plan de salir triunfante con lo suyo y dejar en ridículo a los católicos.

/- En su conversación, constantes citas bíblicas sin que vengan al caso.

/- Exhibicionismo al recitar de memoria pasajes de la Biblia.

/- Exhibicionismo en sus lecturas de la Biblia, para lo que escogen lugares públicos.

/- Tomar la Biblia como base para provocar discusiones y pleitos callejeros.

/- Adustez y profunda tristeza en el rostro.

/- Virtud acartonada; esto es, nada natural, siempre aplastante.

/- Criterios morales de rigidez exagerada e inflexible.

/- En lo civil, querer imponer el predominio de la Ley, sobre todo y contra todo, sin sentido común en la aplicación o circunstancias: a la letra.

/- Atención y práctica casi exclusiva al Antiguo Testamento.

/- Esclavitud a la letra de los textos bíblicos.

/- Conducta y criterios anacrónicos, como si vivieran aún en el S. I y en el ambiente en que se desarrolló la actividad apostólica de Hechos.

/- Con fines proselitistas, hacen pública declaración de pecados, ciertos unos, imaginarios otros, que se atribuyen a sí mismos mientras fueron "romanistas" (así llaman a los Católicos); con la intención de que se entienda que esa conducta la produce, de sí, el Catolicismo.

/- Aunque no han sido enviados por Cristo ni por los Apóstoles, ni por los Sucesores de los Apóstoles, se autonombran "misioneros", y llaman "predicación" a su burda propaganda.

B.- Si comparamos estos síntomas con la fe y conducta de los primeros cristianos, concluiremos que los herejes tienen creencias y conducta distinta y hasta opuesta; que ellos no han restaurado el Cristianismo a su primitiva pureza, sino que lo han distorsionado, falsificado, adulterado. A ellos nada hemos de creer, pues un gran teólogo, lumbrera de su siglo (S. III) nos dice: "No se ha de aceptar como verdadero más que aquello que en nada difiera de la tradición eclesiástica Y Apostólica". (Orígenes; "De principiis", pref. 2).

Así por ejemplo, el odio a la Santa Iglesia católica contrasta fuertemente con el amor entrañable que los primeros fieles tenían a su Madre la Iglesia, por la que Cristo se entregó a Sí mismo, a fin de santificarla con el Bautismo, complacencia del Padre, que la contempla, en el Espíritu Santo, limpia e Inmaculada ...(Cf. Ef. V-26-27).

Acerca del odio que los herejes tienen a la Santa Misa, comparémoslo con el amor extático que los primeros fieles profesaban a la Santísima Eucaristía o Fracción del Pan, en que confesaban la Presencia Real de Cristo. San Ignacio Mártir toma este punto como piedra de toque y escribe: "Apártanse también (los herejes) de la Eucaristía y de la oración porque no confiesan que la Eucaristía es la carne de Nuestro Salvador Jesucristo, la misma que padeció por nuestros pecados, la misma que, por su bondad, resucitóla el Padre. Así pues, los que contradicen el don de Dios, mueren y perecen entre sus disquisiciones. ¡Cuánto mejor les fuera celebrar la Eucaristía, a fin de que resucitaran!" (Ad Smirn. VII-1).

Ya podrán, según la secta, simular ritos que llaman "Cena". Ellos carecen de potestad divina, y sólo se reúnen para ratificar públicamente su negación y repudio al Misterio de la Transubstanciación confirmándose así en su herejía.

Aunque el Nombre de Cristo no se aparta de los labios de los protestantes, es necesario notar la diferencia de lo que concebían los primeros cristianos en Cristo y lo que conciben hoy los protestantes. Los cristianos primitivos creían en Cristo Salvador y Santificador, y se compenetraban con El por la Gracia Santificante. El protestantismo cree, ciertamente, en Cristo y lo ama; pero se mantiene a distancia, creyendo en El sólo como Salvador, pero no como Santificador; pues, según ellos, el hombre no puede ser santificado, ya que es un pecador irreversible. Para el protestante, Cristo está aislado en su grandeza; y sólo otorga a los que en El creen, "favor inmerecido" de modo extrínseco como una imputación forense de su justicia. Mas nunca una elevación al Orden Sobrenatural mediante la santificación de las almas por medio de la Gracia Santificante que nos hace "partícipes de la Divina Naturaleza". (II Petr. I-4): así lo enseña y profesa la Iglesia Católica, tal como lo enseñaron y creyeron nuestros padres en la fe, los Primitivos Cristianos.

Y así podríamos ir discurriendo, hasta llegar a concluir que las sectas heréticas no son el verdadero Cristianismo ni se parecen al Primitivo.



VII.- Frente al Maremagnum de Sectas, debemos seguir la Luz del Magisterio.


En todos los tiempos y épocas del Cristianismo se ha cumplido al pie de la letra la profecía del Apóstol San Pedro: "Hubo también falsos profetas en el pueblo, como también entre vosotros habrá falsos maestros que disimuladamente introducirán sectas de perdición, y negando al Señor que los rescató, atraerán sobre sí una pronta perdición, y muchos se irán tras sus lascivias, por causa de las cuales el camino de la verdad será blasfemado; y movidos de codicia, con artificiosas palabras traficarán con vosotros; contra los cuales la condenación ya de antemano no anda ociosa, y su perdición no dormita." (II Petr. II-1-3).

Por eso tuvieron los legitimos pastores que amonestar al pueblo fiel y ponerlo en guardia. Ya desde el año 107, el glorioso Mártir San Ignacio, Obispo de Antioquía, se vio precisado a recomendar a los fieles católicos: "A lo que sí os exhorto, pero no yo, sino la caridad de Jesucristo, es que uséis sólo el alimento cristiano y os abstengáis de toda yerba ajena, que es la herejía. Los herejes entretejen a Jesucristo con sus propias especulaciones, presentándose como dignos de todo crédito, cuando son, en realidad, como quienes brindan un veneno mortífero diluido en vino con miel, el incauto que gustosamente lo toma, bebe, en funesto placer, su propia muerte." (Ad Trall. VI).

Ante tan variada oferta de "salvación" y tan frecuente impostura de quienes pretenden ser la verdadera Iglesia, no ha permitido el Señor que los Católicos quedemos en tinieblas. Por Sí mismo (Cf. Mth. XXVIII-20) y por su Iglesia nos ilumina: tenemos un faro de luz en su Magisterio Infalible. Este oráculo divino ha hablado clara y lapidariamente en el Aula Conciliar, frente a la atónita expectación de cientos de observadores no católicos, esto es, de toda religión y secta. Definió que la Iglesia Católica es la única verdadera, la auténtica Fundación de Nuestro Señor Jesucristo. Así lo declaró solemnemente el concilio Vaticano I.

"...Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos como una, santa, católica y apostólica, que nuestro Salvador, después de su resurrección, encomendó a Pedro para que la apacentara (Cf Jn. XXI-17), confiándole a El y a los demás Apóstoles su difusión y gobierno (Cf. Mth. XXVIII - 18 sgs.), y la erigió perpetuamente como columna y fundamento de la verdad. (Cf. I Tim. III - 15) Esta Iglesia, establecida y organizada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia Católica, gobernada por el Sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él..." (L. G. 8/b)

La advertencia del mismo Concilio es severa: "No podrán salvarse quienes, sabiendo que la Iglesia Católica fue instituida por Jesucristo como necesaria, desdeñaran entrar o no quisieran permanecer en ella" (L. G. - 14).

En este párrafo se habla del desprecIo formal y consciente; se habla también de apostasía a ciencia y consciencia, abrazada con libertad y contumacia, y bien puede aplicarse a la herejía. Y la doctrina del Concilio es de lógica elemental que viene de boca en boca desde los primeros cristianos. Orígenes decía con toda claridad: "Fuera de esta casa, esto es, fuera de la Iglesia, nadie se salva; pues si alguno sale, se hace a sí mismo reo de su propia muerte". (In Jesu Nave, 3,5) Es lo mismo que siempre hemos oído: "Fuera de la Iglesia no hay salvación" (Ver la aplicación de este aforismo teológico ante el problema del Ecumenismo, en el "Catecismo de la Iglesia Católica", del Papa Juan Pablo II; Núm. 846).



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