martes, 22 de septiembre de 2015

Creo en la Santísima Trinidad(cont.)



La participación de la Naturaleza Divina comienza aquí en la vida terrenal del hombre bautizado, pero tendrá realidad completa en la Bienaventuranza eterna. Sea aquí o sea allá, la distancia que hay entre Dios y nosotros es infinita. Pero la diferencia de nuestra parte es que en el Cielo le contemplaremos "cara a cara", en tanto que aquí le vemos como en espejo. (Cf. I Coro XIII-12). En el Cielo la comunicación será directa aunque no exhaustiva; en la vida mortal, Dios salva esa: comunicación acomodándose a nuestra capacidad de conocer, entender, amar y gozar.

Bajo estas premisas, se ha dignado revelársenos en Sí mismo y en sus atributos; para que conozcamos con certeza su existencia y sepamos con evidencia que es infinito en toda perfección y Causa Primera de todo cuanto existe.

Esta es la razón de ser de la Divina Revelación.

Pero el modo con que ha revelado ha sido por imágenes proporcionadas a nuestro modo de conocer y a las relaciones de nuestro conocimiento con el orden creado.

Queda así lo Divino en Sí mismo, en su propia luminosidad. Mas al pasar a nosotros, pasa con cierta obscuridad divina; porque; aun elevados al orden sobrenatural, sólo captamos lo divino hasta los límites que alcanza la creatura.  


Y vamos más allá. Dios usa para con nosotros una pedagogía adecuada a nuestro modo de conocer: nos va educando, instruyendo, llamando sin forzar nuestra libertad, ni aturdir nuestra atención, ni deslumbrar nuestro entendimiento. Y como nuestro conocimiento es por testimonios de los sentidos o de testigos, establece a la Iglesia y su Magisterio, en quien deposita su Revelación y a la que hace garante de la verdad. 

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