lunes, 26 de septiembre de 2016

Continuación del Santo Evangelio. . .(cont.)




El Buen Samaritano

Continuación del Santo Evangelio según San Lucas, (X, 23-37)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis; pues os aseguro que muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron, como también oir las cosas que vosotros oís, y no las oyeron. Levantóse entonces un doctor de la ley, y díjole con el de fin tentarle: Maestro, ¿Qué debo hacer para conseguir la vida eterna? Díjole Jesús: ¿Qué es lo que se halla escrito en la ley?, ¿qué es lo que en ella lees? Respondió él: Amarás al Señor Dios tuyo de todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo. Replicóle Jesús: Bien has respondido: haz eso y vivirás.

Mas él, queriendo dar a entender que era justo,  preguntó a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?. Entonces Jesús, tomando la palabra, dijo:

Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de ladrones, que le despojaron de todo y le cubrieron de heridas, y se fueron dejándole medio muerto. Bajaba por el mismo camino un sacerdote y, aunque le vió, pasó de largo; igualmente un levita, a pesar de que se halló vecino al sitio y le miró, siguió adelante. Pero un samaritano que iba de camino, llegóse a donde estaba y, viéndole, movióse, a compasión, y acercándose, vendó sus heridas ungiéndolas con aceite y vino, y subiéndole en su cabalgadura, le condujo al mesón, y cuidó de él. Al día siguiente sacó dos denarios y dióselos al mesonero, diciéndole: Cuida de este hombre; y todo lo que gastares de más yo te lo abonaré a mi vuelta.

¿Quién de estos tres te parece haber sido prójimo del que cayó en manos de los ladrones?

---Aquel, respondió el doctor, que usó con él de misericordia.
---Pues anda, díjole Jesús, y haz tú otro tanto.

COMENTARIO:

Explicaremos hoy de manera exegética el significado de esta preciosa parábola. La exégesis verbal considera las palabras, frases y circunstancias y las aplica por partes en los diversos sentidos que el contexto presenta.

Un hombre, es decir, el hombre, la humanidad.

bajaba, como quien dice, descendía de categoría,

de Jerusalén. Interpretemos, del cielo, al cual llama el Apocalipsis “la Jerusalén Celeste”;

a Jericó, a la ciudad fundada cerca del Mar Muerto; es decir, a la tierra, al pecado, que colindan con la muerte.    
Este preámbulo del hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó, significa, pues, la humanidad, creada en Gracia de Dios, que, al pecar, la pierde, abandona el paraíso y es desterrada en este valle de lágrimas.   

Cayó en manos de ladrones que le despojaron de todo. El demonio robó a la humanidad su gracia y felicidad.

Le cubrieron de heridas dejándole medio muerto. El pecado hirió de muerte a la humanidad entera porque le arrebató la gracia y porque la dejó tarada con el pecado original y el desorden consecuente de la concupiscencia que es el hervor de las pasiones.

Bajaba por el mismo camino un sacerdote.
Entendamos por este Sacerdote a la Antigua Ley con su Sacerdocio, Templo, Altar y Sacrificios.

Aunque lo vió, pasó de largo. He aquí la impotencia de los antiguos Sacrificios para redimir a la humanidad.

Igualmente un Levita. Entendamos por el Levita las prácticas del Antiguo Testamento, igualmente insuficientes para justificar por sí mismas a las almas. Sólo el Mesías prometiendo podría salvarlas.

Pero un Samaritano. El Samaritano era un israelita considerado como extraño en el pueblo de Dios. La Iglesia aplica este tipo a Jesucristo, hombre verdadero, pero de personalidad extraña a la humanidad por ser también Dios verdadero.

Llegóse hasta donde estaba. El Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros.

Y viéndole, movióse a compasión. El estado de la humanidad movió a Jesucristo a sacrificarse por nosotros.

Y acercándose le vendó sus heridas ungiéndolas con aceite y vino. Es decir, haciéndose uno de nosotros por la Encarnación, curó nuestras heridas espirituales vendándolas con su ejemplo, suavizándolas con el bálsamo de su palabra y lavándolas con el vino de su Sangre. He aquí la verdadera y definitiva Redención.

Y subiéndolo a su cabalgadura. Unciéndolo a su Cruz..

Lo condujo al mesón. A lugar seguro; incorporólo a su Iglesia.

y cuidó de él. El personalmente redimió a la humanidad haciendo de su persona la fuente de la salud.

Al día siguiente, es decir, desde el día perpetuo de la Resurrección de Jesús.

saco dos denarios. Jesús promulga el Nuevo Testamento, que se reduce a dos mandamientos: amor de Dios y amor del prójimo, e impone a los hombres la fe en sus misterios y la práctica de las buenas obras.  

dióselos al mesonero. Este es el Sacerdocio de la Nueva Ley, guardián de la Iglesia Católica, depositario de esos dos denarios: fe y costumbres, Revelación y Sacramentos.

diciéndole: Cuida de este hombre. . . ¡Qué encomienda tan preciosa hace Jesús al Sacerdote: Su gracia y poder en favor de las almas!

yo te lo pagaré a mi vuelta. ¡Qué premio tan divino dará el Señor a los ministros Sagrados que se porten fieles cuando a su vuelta, es decir, el día del juicio, pagará como hecho en su persona lo que se hizo en la persona de los pequeñitos!

RESUMIENDO: La Antigua Ley fue insuficiente para salvar a la humanidad  caída. Jesucristo la redime y aplica su Redención a todas las generaciones por ministerio de su Iglesia.

NOTAS al comentario (Luc. X-23-37).

Apocalipsis.- Nombre del último libro de la Sagrada Escritura escrito en Patmos por el Apóstol San Juan  a inspiración del Espíritu Santo. El carácter de este libro es profético y se desarrolla por sucesivas revelaciones.

Jerusalén Celeste.- El reino espiritual de Jesucristo.

Jericó.- Ciudad miltimilenaria de Palestina, situada en la llanura de Gor junto al Mar Muerto. Pensemos en Jericó pagana de que habla Josué VI.

Concupiscencia.- En el sentido más frecuente de la Escritura y en el obvio de la Teología es el desorden de las pasiones no sujetas a la razón, como consecuencia del pecado original. (Consultar Gal., V-16-25. Rom. VIII-23. Gén. III-7)

Pecado Original.- Es un dogma de fe. Se define como pecado cometido por Adán y transmitido por la generación como habitual en todos sus descendientes. Se llama pecado original porque nos viene a consecuencia de nuestro origen y consiste en la privación de la gracia y el derecho al cielo. San Pablo en Rom. V-12, nos dice:  “Por esto, como por un solo hombre el pecado entró en el mundo y por el pecado la muerte, y así a todos los hombres alcanzó  la muerte por cuanto todos pecaron”.


Es un misterio débilmente explicado por la solidaridad del género humano con Adán su cabeza física, y en cierto modo revelado con paralelismo admirable por la redención universal dada la solidaridad de la humanidad con Cristo su cabeza espiritual. Consultar Rom. V-18-21 y las definiciones de los Concilios de Cartago (año 418), Orange (año 529), Trento (años 1545 a 1563).  


No hay comentarios:

Publicar un comentario