lunes, 19 de septiembre de 2016

Continuación del Santo Evangelio...(cont.)




Jesús Llora Sobre Jerusalén


Continuación del Santo Evangelio según San Lucas. (XIX, 41-47).

En aquel tiempo, acercándose Jesús a Jerusalén, al ver la ciudad, derramó lágrimas sobre ella, diciendo: jAh; si conociéses también tú, por lo menos en este día que se te ha dado, lo que puede atraerte la paz! mas ahora todo ello está oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre tí, en que tus enemigos te circunvalarán, y te rodearán de contramuro, y te estrecharán por todas partes, y te arrasarán, con los hijos tuyos que tendrás encerrados dentro de tí, y no dejarán en tí piedra sobre piedra; por cuanto has desconocido el tiempo en que Dios te ha visitado. Y habiendo entrado en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en él, diciéndoles: Escrito está: Mi casa es casa de oración; mas vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones. Y enseñaba todos los días en el Templo.

COMENTARIO:

Hecho extraño en verdad, pero cierto, que la fortaleza de los Cielos sin cuyo concurso no se hizo nada de cuanto existe, derrame lágrimas sobre la ciudad deicida. Pero no son lágrimas de impotencia sino lágrimas de dolor, a causa de los pecados de ella y de su obstinación en la maldad.

Casi en vísperas de consumar la redención con su muerte, ve con mirada profética que, para muchos, su sangre será inútil y su muerte un frustrado sacrificio. Los vítores de Hosanna se convertirán en rugidos de repudio: Tolle, Tolle!, y las aclamaciones de Benedictus serán, horas más tarde, la gritería del ¡Crucifícale!, ¡Crucifícale!.

Por eso llora Jesús. Y así podrá llorar sobre nosotros si, repitiendo nuestros crímenes, nos obstinamos en el mal.

Pero es muy significativa la observación que hace de la última oportunidad que ofrece a Jerusalén para su conversión y que ella no aprovecha: "¡Si conocieras también tú, por lo menos en este día que se te ha dado, lo que puede traerte la paz... !"

Notemos que la voluntad salvadora de Dios reduce al mínimum el esfuerzo del pecador para convertirse y lograr su salvación. 

Lo pasado ha pasado; los pecados han sido cometidos y son hechos cuya existencia histórica no es posible aniquilar; ni nos es dado volver a vivir para borrar nuestra conducta, como quien hace volver una cinta magnética ya grabada para grabar nuevamente en ella y borrar con la nueva grabación los errores antes grabados. La vida no se repite. La reversibilidad del tiempo es una quimera.

Cuanto a una futura conversión, es también una temeridad, pues nadie puede prometerse larga vida, ni siquiera el día de mañana.

 ¿Qué nos queda, pues, del tiempo?

Sólo el momento presente, punto indivisible, que es el límite, el nexo de unión entre el pasado y el futuro.

Este es, precisamente, el momento que Jesús llama: "este día que se te ha dado", En este momento debe operarse nuestra conversión, pues corremos peligro de no contar con el siguiente. Y cuando nos hayamos convertido, Dios obrará el milagro que no podemos realizar nosotros: hará del tiempo irreversible una mutación: borrará nuestros pecados no en cuanto son un hecho histórico, sino en cuanto han gravado nuestra conciencia y merecen penas eternas.

¡Oh, si las lágrimas de Cristo derramadas sobre nuestra alma obraran nuestra conversión!


Lávame más y más, Señor, de mi iniquidad; rocíame con tus lágrimas y seré limpio; y mi alma blanqueará más que la nieve. (Salmo L).


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