lunes, 21 de diciembre de 2015

Jesucristo el Dios(cont.)




3.- SOLUCION TEOLOGICA

Aunque la Escritura es clara y explícita en la afirmación de la divinidad y humanidad de Nuestro Señor Jesucristo, la teología católica aborda el problema, no porque dude, sino porque desea profundizar esta doctrina en cuanto le es dable al entendimiento humano. Y esto, no solo para gozar de su contemplación con fe y amor, sino también para mantener dentro de sus justos límites la fe de los católicos y para dar satisfactoria respuesta a cuantos han pretendido formular sistemas y soluciones al Misterio del Hombre – Dios. El Misterio de la Encarnación es, en su presentación práctica, claro y seguro; pero en sí mismo, en su esencia, es impenetrable. De él escribe San Pablo identificando el plan salvífico con el Verbo Encarnado: “Sabiduría de Dios encerrada en el misterio, escondida, que predestinó Dios antes de los siglos para gloria nuestra” (Cor. II – 7).

No obstante, y puesto que el mismo Verbo Encarnado se dejó ver y tocar y convivió con nosotros emparentando con la raza humana sin dejar su Divinidad (Cf. I Jn. I – 1)  nos es dado inquirir su Personalidad hasta el límite de nuestra capacidad, bajo la guía y dirección de la Iglesia, cuyo Magisterio Infalible ha sido el árbitro y oráculo en estas espinosas cuestiones.

Tengamos, en primer lugar, la convicción de que la solución teológica dimana de y armoniza con el misterio revelado, y que no repugna a la razón humana; pues el mismo que infunde la fe es quien ha dado al hombre la luz del entendimiento.

4.- EL ORIGEN DE CRISTO

A.- ORIGEN DIVINO

El punto de la partida para esta disquisición es el anuncio del Arcángel San Gabriel a la Santísima Virgen María, del cual extraemos las siguientes palabras:

“EL Espíritu Santo descenderá sobre ti y
el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra;
por lo cual, también lo que nacerá será llamado
Santo, Hijo de Dios”.
                                                             (Luc. I – 35)

En el paralelismo, llama el Ángel “Poder del Altísimo” al Espíritu Santo, porque El es término de Amor Inmanente y Subsistente del Altísimo: el Padre. Y anuncia su actuación consciente y personal, porque es persona: la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.


Descender sobre María o cobijarla, o mejor aún: cubrirla o hacerle sombra, significa que Ella será el objetivo de un privilegio jamás pensado; que realizará en Ella el milagro de una fecundación virginal fundamentalmente divina.

Esta fecundación no se realizó por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Y lo revela el Ángel a San José, el mayor testigo de Esa Concepción sin concurso humano: “José, hijo de David, no temas recibir (en tu casa) a María tu esposa, pues lo que se engendró (a ha nacido) en Ella, es (obra) del Espíritu Santo” (Mth. I- 20).

Este milagro inaudito fue profetizado por Isaías (VII -14), y cita San Mateo el texto para que sea comprobado su cumplimiento: “Todo esto ha acaecido a fin de que se cumpliese lo que dijo el Señor por el profeta, que dice: He aquí que una Virgen concebirá, parirá un hijo, y llamarán su nombre Emmanuel, que traducido, quiere decir Dios con nosotros” (Mth. I-22-23).

¡”Dios con nosotros”! Intencionadamente el Evangelista tradujo la palabra “Emmanuel” para revelarnos con claridad Quién Es el que se encarna: aquel a quien – remontándonos al Seno de la Sanísima Trinidad – le oímos decir: “Mi delicia es estar con los hijos de los hombres” – (Prov. VIII – 31).     




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