martes, 15 de diciembre de 2015

Jesucristo es Dios(cont.)




Sólo Dios colma en Sí toda la grandeza y santidad que imaginarse pueda; pero sería absurdo que Dios se diera satisfacción a Sí mismo, pues siendo el ofendido no puede ser el ofensor. Además, la profecía del Protoevangelio expresa claramente la condición humana del Redentor: la “Mujer” sólo puede engendrar seres humanos. “Ella”, dice el texto (Vg.) señalando a la Descendencia, o mejor aún al “Descendiente” como traducen los LXX (autos) y la Itala (ipse). Y como la profecía anuncia bajo la figura de mordedura mortal en el calcañar o talón la muerte del Redentor, no era posible que Dios nos redimiera, porque Dios no puede morir.

Luego: o no puede haber Redención según el plan profetizado, o debe buscar Dios otro medio para lograr la salvación de los hombres.

Este es el punto crucial del problema y la incógnita de su solución. Y ésta la resuelve Dios en su infinita sabiduría que no puede quedar frustrada ante las circunstancias. Dios sostiene su palabra dada en el Protoevangelio: por la muerte y victimato del Redentor será la Redención del hombre y restaurada la gloria de Dios, siendo su propio Hijo quien saldrá fiador por nosotros, y dando su propia vida, consumará en su Sangre la obra redentora. (Cf. Rom. V-9; III- 21-26; HEBR. XII-12).

La solución dictada por el mismo Dios es la Encarnación del Verbo por la cual sería hombre perfecto para merecer, sin dejar de ser perfecto Dios, para que esos méritos fueran infinitos. Y el Verbo se encarnaría para enseñar la verdadera Sabiduría al hombre engañado por los falsos resplandores de Satanás, y porque había de ser restaurada la creación conforme su causa ejemplar que es el Verbo, y al hombre haría partícipe por adopción de la Filiación que El tiene por naturaleza, y de la herencia eterna que a El le corresponde por derecho propio.

Bien hubiera podido el Señor señalar otros medios: en todos hubiera resplandecido su misericordia y el Verbo quedado como Intercesor. Pero en el Decreto de la Encarnación del Verbo se pone de manifiesto el infinito amor de Dios a los hombres: por amor, el Padre envía su Hijo al mundo (Cf. Jn. III-16); por amor, el Espíritu Santo realiza el milagro de la concepción virginal (cf. Luc. I-35); por amor – redunda el decirlo-, el Verbo asume naturaleza humana en el seno de la Santísima Virgen a fin de morir por nuestro amor (Cf. Hebr. X -5-7; Ps. XXXIX -7-9; Gál. II- 20).

De este plan redentor fraguado en los divinos arcanos, parte la revelación más sorprendente en inefable síntesis: un contraste inconcebible para la mente humana y posible sólo en la mente y omnipotencia de Dios:
Contempla San Juan la gloria eterna y la divinidad del Verbo: Engendrado y consubstancial en operación inmanente intratrinitaria:

“En el principio era el Verbo,
y el Verbo era cabe Dios,
         y el Verbo era Dios…” (Jn. I-1)

Y tras haberlo presentado en sus operaciones ad extra como Creador y vivificador de cuanto existe, da un vuelco a esta sublime descripción para aturdir hasta el vértigo nuestra captación humana, con esta revelación tan inaudita como inspirada.

“…Y el Verbo se hizo carne”,
con una finalidad:
“… y habitó entre nosotros,…”
sin perder su Ser Divino y original:
“…y vimos su gloria,
gloria cual del Unigénito del Padre,

pleno de Gracia y de Verdad”.(Jn. I-14).

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