miércoles, 27 de enero de 2016

Jesucristo es Dios(cont.)



9.- INFERIORIDAD Y SUBORDINACION DE LA NATURALEZA HUMANA

Este es el punto de escándalo de los herejes, y precisamente de donde tropiezan y ponen trampas a los incautos: la inferioridad de Cristo en cuanto Hombre, con respecto al Padre. A estas alturas de la explicación que estamos dando, a nosotros no nos causará extrañeza saber y reconocer:

a).- que la naturaleza Humana de Cristo es creada;

b).- y por lo mismo, es inferior a la Naturaleza Divina, que es increada.

c).- que, en consecuencia, Cristo, en cuanto hombre, está subordinado al padre.

Pero en este estudio hemos aprendido a distinguir con la tradicional fórmula: “en cuanto Dios” y “en cuanto Hombre”.

Por una parte, Cristo afirma: “El padre y Yo somos una misma cosa” (Jn. X – 30). Luego iguales en todo: en divinidad, en eternidad, en omnipotencia, en sabiduría… Habla aquí en cuanto Dios.

Y por otra parte, el mismo Cristo dice: “el Padre es mayor que Yo” (Jn. XVI – 28). Habla en cuanto Hombre.

Ved qué fácil es entender todo el Nuevo Testamento, y con éste el Antiguo: la Biblia entera. Cuantas veces encontremos a Cristo, viviente o profetizado, en actitud o en palabras de igualdad, es presentado en cuanto Dios; pero si es en inferioridad, lo es en cuanto Hombre ¡Es el Verbo mismo que conjuga su sapientísima acción redentora en ejercicio de sus Dos Naturalezas!

Al decir que Cristo se subordina al Padre, decimos que el Verbo Encarnado se subordina al Padre en cuanto que es hombre. ¿No nos ha enseñado san Pablo que, siendo Dios de Sí y no por usurpación, tomó Naturaleza Humana, se anonadó a Sí mismo tomando la forma de siervo y se hizo obediente hasta la Cruz? (Cf. Filip. II – 6 – 8).

Y el mismo Apóstol, escribiendo a los Hebreos, después de haber exaltado al Verbo Encarnado, demostrando con pasajes bíblicos su divinidad, habla de su humanidad reconociendo su inferioridad con respecto al Padre, y aún con respecto a los Ángeles; padecida y gustada su muerte, no sólo para salud del mundo, sino también para su consumación como Redentor (Cf. Hebr. II-910).




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