jueves, 17 de octubre de 2013

Las bienaventuranzas (cont).

6a - a) "Bienaventurados los limpios de corazón... " -Limpio es todo justo: aquel cuya alma no está manchada de pecado y que sin dolo busca la unión con Dios, conforme estas palabras del Salmo; "el inocente de manos -es decir, de obras -y limpia de corazón -su alma- ... los que buscan la faz del Dios de Jacob" (XXIII-3-6).

Y dice "de corazón", para aclarar a los judíos que son vanas sus abluciones rituales si no van unidas a la pureza de conciencia: "Las cosas que salen de la boca, del corazón salen, y éstas son las que contaminan al hombre. Pues del corazón salen los malos pensamientos: homicidios, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias. Esas son las cosas que contaminan al hombre; que el comer con las manos sin lavar no contamina al hombre" (Mth. XV-18-20).

Así queda superada la justicia farisaica con una justicia mayor que es la evangélica: "si vuestra justicia no fuere mayor que la de los Escribas y Fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos" (Mth. V-20).

Hay, sin embargo, un punto donde se muestra con particularidad la limpieza de corazón: en la castidad, virtud llamada "pureza" por antonomasia. La castidad es una virtud sobrenatural que modera al apetito de la generación. Debemos todos cumplirla conforme las obligaciones de nuestro estado. La perfección de la castidad consiste en la intencionada conservación de la integridad virginal. Siendo la virginidad un don natural de Dios, el alma se esmera en conservarla externa e internamente por amor a Dios.

A ésto más que a lo otro se inclina la intención de los Ascetas al comentarnos la limpieza de corazón. Así nos autoriza la vida y ejemplo de Jesús, nacido de Madre Virgen, y su preferencia por la virginidad, ya que el mismo Apóstol virgen dice de sí que era el discípulo "a quien Jesús amaba" (Jn. XIII-23; XIX-26).

b) "... porque ellos verán a Dios".- Habla Jesús de la visión beatífica, la vista clara y perfecta - con perfección proporcionada a la capacidad y gracia del alma bíenaventurada- y en la cual consiste la bienaventuranza celestial.

Es prometida a los justos, como dice David: "¿Quién subirá al monte de Yahvéh y estará en su lugar santo? El inocente de manos y limpio de corazón" (Ps. XXIII-3). Y en otro lugar, para explicarnos la gloria y el "lumen gloriae" de los bienaventurados: "Con tu luz veremos la luz"; y: "caminarán a la luz de tu rostro" (Ps. XXXV-10; LXXXVIII-16).

Pero aquellos en quienes hará el Señor derroche de privilegios, serán esos que, remontándose con alas de águila caudal sobre la justicia común de los justos, se esmeraron en conservar inmaculada su virginidad en holocausto a Jesús, Esposo de las almas.

San Juan consigna en su Apocalipsis esta visión asombrosa: el número perfecto de los justos aprende a cantar un cántico nuevo venido del cielo, y aclara que" ... estos son los que no se mancharon con mujeres pues son vírgenes; estos son los que siguen al Cordero dondequiera que va" (Apoc. XIX-4).

Cabe, empero, una observación de presente: como sucede con las recompensas de las demás bienaventuranzas, también la visión de Dios se anticipa en esta tierra: A mayor pureza de costumbres morales, corresponde siempre mayor inteligencia de las cosas divinas, y por lo contrario: a mayor corrupción, menor percepción de lo divino. A menudo constatamos que una corrupción de costumbres
voluntariamente abrazada contra las señales de la Gracia, trae por consecuencia que Dios abandone al alma y se le oculte de modo total. De ahí el crudo ateísmo de muchos.

En el campo de la mística sucede lo mismo: en tanto adquirirá el alma la oración y el recogimiento en cuanto viva con mayor pureza; y cuando el Señor desea misericordiosamente elevarla a la contemplación infusa, antes la purifica con lo que San .Juan de la Cruz llamaba "la noche del sentido" y la "noche del espíritu".


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