martes, 22 de octubre de 2013

Las bienaventuranzas (cont).

7a .- a) "Bienaventurados los pacíficos ... "- El término "pacíficos" se aplica a quienes desarrollan la enorme gama de acción que exige el reinado de la paz. Porque quien es pacífico, al mismo tiempo de poseer la paz, es amante de la paz, comunica la paz, obra la paz, procura la paz en todo, pues la paz todo lo abarca y es como la irradiación del orden y la perfección...

El texto griego de San Mateo usa las palabras OI EIRENOPOIOI: los que procuran la paz, es decir, los que hacen obra de paz, los pacificadores. Es indudable que nadie procura la paz si no la tiene en sí mismo, y por eso es término en sí mismo convertible: los pacíficos, los que la han hecho suya y se han apersonado de la paz.

Ahora bien, la paz, en su acepción genuina, es la armonía entre el Creador y sus criaturas; -en consecuencia de lo cual, éstas tendrán que armonizarse entre sí- es el reflejo y esplendor de la paz eterna en que existe la Trinidad Beatísima; es sello del orden y la perfección de las obras de Aquél que "todo lo hizo "con medida, con número y con peso" (Sap. XI-21).

Y la paz, en su gozo fruitivo, es esta misma armonía consciente, es decir, la relación de Dios con los seres intelectuales y volitivos que El mismo creó a su imagen y semejanza para que fueran testigos y obradores de su gloria, le amaran y le gozaran por toda la eternidad.  La paz se pierde con el pecado, que es desorden por antonomasia, y los que hacen el pecado viven en angustia por hacer guerra al Creador y desajustar su ley natural; "No hay paz para los impíos" (Is. XLVIII-22; LVII-21). Luego la paz se recupera con el retorno a Dios.

Así, Cristo Redentor nos reconcilia con su Padre. Llama San Pablo al Padre Celestial "Dios de paz" (Rom. XV-33;passim), y de Cristo afirma: "El es nuestra paz" (Eph. II-14-15; Cf. Mq.V-5).

Los pacíficos, necesariamente están en Cristo y Cristo está en ellos. Su presencia exhala un nimbo de la divina paz y, mediante el Don de Sabiduría, que es su flor, el Espíritu Santo madura en ellos el fruto de la paz (Cf. Gal. V-22).

b) " ... porque ellos serán llamados hijos de Dios".-La creatura dócil, cuyas relaciones con el Creador se estrechan en armonía, que cumple el fin para el que ha sido creada, que irradia a sus semejantes la serenidad de una buena consciencia, es llamada Hija de Dios, y ésto por doble causa: por la filiación de adopción que le da la Gracia y por ser un trasunto de Dios sobre la tierra.

"¡Ved qué tal amor nos ha dado el Padre: que seamos llamados hijos de Dios, y lo somos!" (I Jn. III-1. Con esta exclamación nos descubre el Discípulo Amado los misterios de la Gracia.

La Gracia que Dios nos infunde en la regeneración del Bautismo nos ingerta en la misma divinidad para ser alimentados con savia divina y participar del ser de Dios en modo misterioso pero real, que San Pedro expone en estas palabras: "Participantes de la Naturaleza Divina" (II Petr. I-4).

No es tan sólo una adopción legal que Cristo, Príncipe de la Paz (Is. IX-5), nos adquirió en la Cruz con su Sangre de Reconciliación (Cf. Rom. V-l0), sino un acercamiento tan real, una elevación tan positiva al orden sobrenatural, que quedamos en cierto modo deificados e hijos de Dios por Gracia, es decir, por un don gratuito. En este sentido hacemos extensiva la aplicación del Salmo LXXXI-6, partiendo de Cristo, quien para sí la reivindica, a las almas a quienes El mismo participó de una filiación aunque adoptiva. (Cf. Jn. X-34 sgs. 1-12; Gal. IV-5, etc.).

Merced a esta justificación sobrenatural, la Santísima Trinidad "inhabita" en el alma del justo, y mientras éste viva entre los hombres, será un vehículo de la presencia de Dios por misteriosa proyección, y, por la paz que infunde su trato, será para todos aquel "vínculo de unión para mantener la unidad del espíritu", de que hablaba San Pablo a los Efesios (IV-3). Si tales son los pacíficos en esta vida, ¿cuáles serán en la eterna Bienaventuranza de la Gloria?

Continuando la Epístola ya citada, San Juan añade enseguida: "Carísimos, desde ahora somos hijos de Dios y todavía no se mostró qué seremos: sabemos que cuando se mostrare, seremos semejantes a El, porque le veremos tal como es" (Ib. 2). Ser semejantes al Dios de paz en la paz del cielo, ¿no es ser hijos de Dios para siempre, sin mengua ni eclipse, sin pérdida ni privación, sin deficiencias ni contingencias, sin sucesión ni alteraciones; sino en la paz de la eternidad, que es la perpetua estabilidad de una adopción que jamás será retractada: "Juró el Señor y no se arrepentirá ... " (Ps. CIX-4), de una adopción lograda por los méritos de Cristo?


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