martes, 29 de octubre de 2013

¿Quién fue el Padre Manuel Robledo?



"Una partida hacia la 'Eternidad"

El dia 23 de enero del año 2012, partió a la Eterna Patria el Reverendo Padre Manuel Robledo Gutiérrez E. D. a la edad de 84 años, fundador de las Hermanas Eremitas de Dios.

Cerró los ojos en breve instante, en la paz de los que mueren en el Señor, después de haber cumplido como persona, como cristiano y como sacerdote católico.

Dejó esta vida terrena inmerso en el amor a la Iglesia: Una, Santa, Católica y Apostólica. Su Iglesia, su Madre, a la que amó y defendió de las nuevas malsanas doctrinas y de los hechos desacralizantes, hasta el último momento. Razón por la cual expiró en su amada soledad, (sui generis). Olvidado de todos aquellos a quienes tanto amó y sirvió en pro de sus necesidades temporales y espirituales.

Sin embargo, y a pesar de todo, siempre miró con fe, obediencia y respeto al Santo Padre y a toda la jerarquía católica, desde luego apoyado en la única y verdadera doctrina del Cristo de Ayer, de Hoy y de Siempre. Alfa y Omega  - Principio y fin -.

Decía constantemente: "nuestra lucha será bajo la sombra de Pedro, (refiriéndose al Papa) y llorando a los pies de Cristo esta embatida del diablo contra la  Iglesia ".

Siempre luchador en defensa de la Verdad católica; ya fuera teológica, filosófica o histórica, por lo cual repetimos, tuvo que pagar el precio olvido, el desconocimiento, ei desprecio, y la soledad y el escaso crecimiento de su fundación. Pues en el programa devastador del progresismo no podía aceptarse a un sacerdote conservador y a una comunidad que enfrentara el error.

Los doce años de su enfermedad los llevó con amor, paciencia, humildad e íntegro abandono a la voluntad divina, que era como un sello en su vida. Aún lo recordamos entonando cantos, contando bromas, hasta unos días antes de expirar.

En ese abandono y olvido jamás hubo un reproche o una queja, ni para quienes había servido, ni para sus compañeros, que al fin siguieron su propio camino y mucho menos para Dios nuestro Señor, quien permitió la prueba. Nunca perdió su lucidez, siempre supo quién era, donde estaba, quiénes lo cuidaban: sin embargo como su enfermedad cardiovascular fue degenerativa, hubo que ir perdiendo facultades
físicas, capacidad y brillo intelectual.

En un principio se movía por su cuenta, seguía escribiendo: ya enfermo escribía el precioso rosario grabado con su propia voz en sus cuatro partes: tres sin editar y una editada llamada "El Rosario de una madre", misterios gozosos que logró grabar en CD. Dejó en ese tiempo sin editar: "Vida Espiritual y de oración para las Eremitas de Dios", "Cristo te llama" (sobre fa muerte), "Vidas ocultas de grandes Santos", Memorias de su abuelita ", "un tratado sobre la oración" y mucho más. Logró pasar en limpio algo que escribió siendo seminarista: "Las misiones del Yaqui" (Historia de las Misiones de su Madre Comunidad).

Y aquel gran escritor y dibujante de hermosa letra, iba sorprendiéndose quizá de que su letra ya no era legible, ya no era fácil guiar la pluma en derechura.

Y el gran predicador, que alguien llamara "El Crisóstomo de Tlalnepantla" aceptaba cómo se iba reduciendo esa faciiidad de palabra, la cual al final quedó en una expresión clara, pero lenta y pesada.

Y aquel sacerdote, que nunca quiso descansar, ni pasear, que jamás se dedicó al deporte y, por tanto, usara sus tiempos libres en hacer alguna escultura; en leer toda clase de buenos libros, de pintar, de hacer planos, tuvo que sentir cómo pasaba el tiempo lento y rutinario, pero sin hastío, pues daba el tiempo a Dios, como Dios lo quería.

El padre Robledo, quien andaba, no sólo como arquitecto o ingeniero, sino como maestro de obra sobre andamios y bardas, construyendo las casas de sus 'Eremitas y de otras religiosas, en esta su única y última larqa enfermedad, contempló y aceptó cristiana y sacerdotalmente que se le ayudara a vestirse. Peor, cuando al avanzar la enfermedad, hubo que cargarle de la cama a su silla de ruedas y de su silla de ruedas a su cama. ¡Seguro sufría. .. !Pero nunca una queja.

Decíamosle: "Padrecito ¿Qué le duele?, contestaba "Nada" -"Padrecito ¿Está usted triste?", decía: "No. ¿Por qué?"

Misionero, confesor incansable. celoso de las almas: nunca dejó de confesar por lejos que estuviera, por tarde que fuera. Así mismo, sus primeros años de enfermedad confesaba a religiosas, a sacerdotes y a fieles. Concluyó su misión con la enfermedad y la muerte hacia la vida, dejando cantos preciosos a la Eucaristía y a la Madre de Dios, a quienes tanto amó y de quien mucho escribió.

En ese olvido y soledad de tantos años que creció con el tiempo, siempre celebró con fervor el santo sacrificio de la misa, a pesar de que finalmente lo hacía sentado.

Amó entrañablemente la misa Tridentina que fue su vida, y, cuando ya esa mente se cansaba mucho, que fue al finar de su enfermedad, tomaba su libro grande de la Misa en Latín y se ponía a leerlo; aunque ya no pudiera celebrar.

Algo digno de reflexión: es que en tantos años, pudimos conocerlo profunda y ampliamente; sin embargo, algo de lo que nunca nos enteramos de si sufría y de qué tamaño. Nunca comentaba las humillaciones, incomprensiones, traiciones, ausencias, soledad, nunca. Cuando él se quejaba de un sufrimiento, era por lo que pasaba en la Iglesia. Nunca se conformó con el cambio de la Misa, aunque obedeció al ir a celebrar a los templos, en la Comunidad siempre celebró la Misa Tridentina.


Hermanas Eremitas de Dios.


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