martes, 24 de diciembre de 2013

Preparemos la navidad (cont).

O REX GENTIUM!


(Sexta Antífona Mayor del Oficio Divino en Adviento).

Día 22 de diciembre.

¡Oh Rey y deseado de las Naciones, y Piedra Angular que de dos haces uno! Ven y salva al hombre que formaste de barro.

Comentario.

1.-El carácter real del Mesías, expuesto en la Tercera Antífona como el arbitraje que decide la suerte de los Reyes y de las Naciones, su realeza eterna y temporal que le autoriza a decir: "Por Mí reinan los reyes y dictan justas leyes los Legisladores" (Prov. VIII-15), es nuevamente proclamado en esta sexta Antífona con el claro título de "Rey de las Naciones".

Mas inmediatamente se le proclama como "Deseado de todas ellas", pues su reinado es "de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz" (Pref. Xti. Reg.).

Nadie que conozca a este Rey podrá rechazarle; nadie clamará: "No queremos que éste reine sobre nosotros" (Luc. XIX-14). Antes al contrario: su sola noticia le hará deseado por todos los pueblos, por la humanidad entera, "como desea la tierra el rocío de la mañana", "como la cierva sedienta busca las fuentes de las aguas" (Ps. LXII-2; XLI-1).

Este es el "Deseado de los collados eternos" que vislumbraba Jacob cuando bendecía a su recuperado José (Gén. XLIX-26): es decir, Aquel a quien desean no sólo los Patriarcas que se remontan hasta Adán, no sólo los Profetas que escudriñan los arcanos de la Revelación, sino los mismos eternos decretos de la salvación del hombre. Su cumplimiento haría bienaventurados a cuantos le constataran, "porque muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron ... " (Luc. X-24).

En el tiempo, su Personalidad se confunde en los Libros Santos con el anhelo que de El tienen las naciones. Es como un vehemente deseo personificado. La Antífona le evoca como "El Deseado", tomando este título de aquel pasaje en que Ageo presenta al universo mundo conmovido por su venida: "Dentro de un poco Yo haré estremecerse los cielos y la tierra y el mar y el continente seco; y conmoverá a todos los pueblos, y vendrá el Deseado de todas las Naciones y henchiré de gloria esta Casa, lo dice Yahvéh de los ejércitos" (Ag. II-8).

Según esto, ¿será admirable que Isaías, también inspirado por el Espíritu Santo, haya trazado un cuadro panorámico del imperio universal del Mesías, presentando a todos los pueblos como tributarios amorosos de su realeza? "A gente que no conociste llamarás (dice el Profeta), y gentes que no te conocían correrán hacia ti por causa de Yahvéh tu Dios y por el Santo de Israel, pues te glorifica" (Is. LV-5).

Su Voluntad es esperada hasta por las islas más remotas: "y en su ley esperarán las islas" (Ib. XLII-4). Y todos los pueblos y sus magnates serán iluminados por su sabiduría y su gracia: " ... y las gentes caminarán a tu luz y los Reyes al fulgor de tu astro naciente" (LX-3).

Ya en el cumplimiento de la venida venturosa, el Anciano Simeón, levantándole en sus brazos, exclama: " ... ya vieron mis ojos tu Salud que preparaste a la faz de todos los pueblos; luz para iluminación de los gentiles y gloria de tu pueblo Israel" (Luc. II-30-32).

2.-a) Los últimos versículos nos cercioran de un plan divino que aglutína en un solo pueblo a los descendientes de Abrahám, depositarios de la Revelación, y los gentiles; los cuales aparecen como dos muros convergentes cuya unión sólo puede hacerla Jesucristo. Cristo es, en efecto, como una piedra que "de dos hace uno": une a las naciones, a las generaciones pasadas con las presentes, a las presentes con las futuras; a los judíos con los gentiles, al Antiguo con el Nuevo Testamento. San Pedro cita a Isaías y declara que Jesucristo es la piedra angular: "Mirad que pongo en Sión una piedra angular escogida, preciosa, y quien en ella cree, no será confundido" (I Petr. II-7; Is. XXVIII-16).

Habrá y hay, sin embargo, quienes no crean en Jesús, y esa es su extraordinaria incolumidad: que es salvación para los que a ella se acogen y muerte para quienes la desechan: "piedra angular, de tropiezo y roca de escándalo", la llama San Pedro evocando también a Isaías (I Petr. II-7; Is. VIII-14).

Mas, ¿acaso porque los hombres rechazaron a Cristo dejó de ser la piedra clave del edificio? Los judíos, que eran en el plan divino los constructores de la salvación universal, rechazaron oficial y definitivamente a Jesús, creyendo que se bastarían a sí mismos; mas escrito estaba: "La piedra que rechazaron los constructores se ha convertido en piedra angular. De Yavéh mismo ha venido esto: es una maravilla a nuestros ojos" (Ps. CXVII-22-23). Cristo aplica a su Persona estas palabras ante los Fariseos; (Mth. XXI-42), y San Pedro no duda en reprocharlas al Sanhedrín (Act. IV-1l).

Y mientras ellos, los dirigentes religiosos del pueblo escogido, a fuerza de contradecirle, se rompieron sus cabezas contra esta Piedra, los proscritos y despreciados gentiles a Ella se asieron y de Ella alcanzaron su eterna salvación. Así se cumplieron las palabras del Anciano Simeón cuando profetizó: "Hé aquí que Este está puesto para caída y resurgimíento de muchos en Israel, y como señal a quien se contradice" (Luc. II-34).

b) La Piedra Angular de que nos habla la Antífona no es sólo unión sino también fundamento único. San Pablo tiene dos pasajes importantísimos en que nos habla de esto. En primer lugar nos advierte que "nadie puede poner otro fundamento fuera del ya puesto, que es Jesucristo" (I Cor. II-1). Escribiendo a los Efesios nos explica la unión de los dos Testamentos en Cristo: el Antiguo y el Nuevo, sobre cuya base monolítica se levanta el templo de Dios, con los extranjeros y gentiles y los engreídos judíos, siempre y cuando hayan todos acogido a Cristo como su Señor y su Dios (Cf. Jn. XX-28). Este es el pasaje grandíoso: "Así pues, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois conciudadanos de los Santos y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los Apóstoles y de los Profetas, siendo la piedra angular el mismo Jesús, en el cual todo edificio, harmónicamente trabado, se alza hasta ser templo santo en el Señor; en el cual vosotros sois juntamente edificados para ser morada en el Espíritu (Eph. II-20; Cf. I Cor. III-1).

Parece que San Pedro hacía eco al Apóstol de los gentiles, cuando por su parte exponía una idea semejante: "Y vosotros, llegándoos a El, piedra viviente desechada por los hombres, mas a los ojos de Dios escogida, preciosa, ofrecéos de vuestra parte como piedras vivientes con que se edifique una casa espiritual para un Sacerdocio Santo ... " (I Petr. II-1-6).


3.- A vista de estas prerrogativas de Cristo, la de su Imperio Amoroso que cobija en uno a todos los pueblos que lo desean, y la de Piedra Angular que une a Judíos y Gentiles, al Antiguo con el Nuevo Testamento, la Iglesia vuelve sus ojos a la humanidad y la contempla como una sola hechura: hombres todos hechos de barro por el mismo Dios (Cf. Gén. II-7). ¿A qué fin las divisiones, si todos nos fundimos en el mismo origen? ¿Por qué tanta soberbia, si polvo somos y al polvo tornaremos? (Cf. Ib. III-19).

Así como se amasa el barro de alfarero, así como se cuecen y fraguan en uno todas sus partículas, así nos una el Señor por su venida, así nos solidifique inflamados en su amor.

¡Ven!, exclama la Iglesia mirando la desolación y la ruina de la humanidad, pues sabe que la ruina persistirá "hasta que venga Aquel a quien corresponde el derecho" (Ez: XXI-27); cuya solidez eterna de roca inconmovíble unirá para siempre a la desunida humanidad.

Ven, Jesús, pues no hemos de rechazarte ni resistiremos sabiendo, como hombres de barro, que tienes potestad para destruir a las naciones rebeldes "como vaso de alfarero" (Ps. II-9); antes reconociéndote como el Enviado, como el Deseado de las naciones, te aclamaremos con júbilo cantando: "¡Bendito el que viene en el Nombre del Señor!" (Mth. XXI-9).



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