martes, 24 de diciembre de 2013

Preparemos la navidad (final).

O EMMANUEL!


(Séptima Antífona Mayor del Oficio Divino en Adviento)

Día 23 de diciembre.

¡Oh Dios-con-nosotros,Rey y Legislador nuestro, espectación de las Naciones y Salvador de todas ellas! Ven a salvamos, Señor y Dios nuestro.


Comentario.

I.-¡Emmanuel!, cuya etimología -del hebreo cimmanu'el- significa "Dios-can-nosotros", es el último y definitivo título con que es invocado el Niño que esperamos en esta Navidad.

El título es una abierta revelación de su Mesianidad y de su Divinidad.

a) De su Mesianidad, por cuanto fué solemnemente prometido de parte de Dios al Rey Acaz como prenda de salvación y de triunfo: " ... el Señor mismo os dará una señal: Hé aquí que una Virgen concebirá y parirá un Hijo, a quien denominará con el nombre de Emmanuel" (Is. VII-14).

El contexto de esta profecía complementa la fisonomía mesiánica del Prometido: El mismo Isaías le contempla extasiado y exclama tiernamente estremecido: "¡Un Niño. nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado, sobre cuyo hombro está el principado y cuyo nombre se llamará: Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre del siglo. venidero; Príncipe de la Paz. Para acrecentamiento del principado y para una paz sin fin, se sentará sobre el trono de David y sobre su reino a fin de sostenerlo y apoyarlo por el derecho y la justicia, desde ahora hasta la eternidad" (IX-6-7).

Este Niño, en su crecimiento espiritual, nos concederá el discernimiento del bien y el mal, y traerá abundancia de bienes espirituales a la humanidad simbolizados con la nata y la miel: "leche cuajada y miel comerá hasta que sepa rechazar lo malo y elegir lo bueno" (VII-15).

El Mesías, nacido. "en la plenitud de los tíempos" (Gal, IV-4), tiene poder en lo pasado y en lo futuro. Su redención abarca a la humanidad entera. Cuando Isaías profetíza el avance de las tropas asirias como el desborde de caudaloso río y contempla en espíritu la devastación de la tierra, se sobrecoge horrorizado y acude a El exclamando de repente: "¡Oh Emmanuel!" ("VIII-6-8).¡Aún no nace y ya es invocado para salvación anticipada del universo!

La confirmación de esta profecía, la da el mismo Espíritu Santo por San Mateo, cuando al comentar el anuncio del Angel a San José sobre la concepción del Verbo Encarnado, escribe: "Todo esto ha acaecido a fin de que se cumpliese lo que dijo el Señor por el Profeta que dice: "Hé aquí que una Virgen concebirá y parirá un hijo y llamarán su nombre Emmanuel, que traducido quiere decir "Dios-con nosotros" (Mth. I-22-23).

b) El carácter divino del Mesías está contenido en el mismo nombre.

"Dios-con-nosotros" significa que Dios mismo ha venido a sus criaturas. No es un enviado, no es un profeta llamado con vocación extraordinaria, pero hombre al fin; no es un Pontífice revestido de poderes divinos, pero legado al fin. Es el mismo Díos que habita entre los hombres.

La Sabiduría lo anuncia: "mis delicias es estar con los hijos de los hombres" (Prov. VIII-31), y lo confirma San Juan: "En el principio era el Verbo... el Verbo era Dios ... y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn. I-1-4).

San Juan usa en griego la palabra ESKENOSEN, que significa "puso su morada", y hace a nuestro propósito, pues cuando alguien asienta su domicilio en nuestra tierra, ¿no es tenerle con nosotros? Y si el Verbo, Dios eterno, fija su tienda entre nosotros, ¿no es tener a Dios con nosotros? ¿No es esto el cumplimiento del Emmanuel o Dios-con-nosotros?

II.-Las profecías prometen, bosquejan la figura, delinean la fisonomía y aclaran poco a poco el enfoque del Prometido.

a) En el decurso. de los siglos, esta revelación progresiva arraiga en la humanidad; de modo tal que no sólo hace conciencia en el pueblo poseedor de las promesas, sino también en los pueblos gentíles, por trazas admirables de la Providencia.

Jesús, el Redentor a quien esperamos en el pesebre de nuestra alma en esta Navidad, aparece en la historia de la humanidad como una promesa del Padre, a la que emerge, en correlacíón perfecta, la esperanza y espectación de la humanidad (Cf. Gén. III-15).

Esta esperanza es anhelo, suspiro, deseo ardiente, embeleso, nostalgia ... de modo tal y tan profundo, que el Prometido viene a ser nombrado como la personificación de la espera y se le llama "Espectación".

Así aparece en los albores del pueblo escogido: "No será quitado de Judá el bastón de mando ni el báculo de entre sus piernas, hasta que venga el que ha de ser enviado; El será la espectación de las naciones" (Gén. XLIX-lO).

La espectacíón del Mesías, radicada y como connaturalizada en el pueblo escogido, hizo las veces de foco luminoso: trascendió a todos los pueblos del orbe, aun cuando no hubieran sido herederos directos de la Revelación.

De manera misteriosa aparecen en Oriente Job y sus amigos, que sostienen diálogos sublimes sobre el Dios verdadero, su justicia y sus arcanos, y el Espíritu Santo abre los labios carcomidos del pacientísimo Patriarca para expresar su fe en el Redentor y su esperanza en la resurrección. (Cf. Job. XIX-25-27).

Más tarde, ( ¿720 a.C.?), la incursión militar de Sargón II sobre Samaria secuestra y dispersa a diez de las doce tribus de Israel (II Reg. XVIII-11); las cuales se pierden en el anonimato entre los pueblos del Asia, pero llevando heroicamente el mensaje del Mesías, que es la razón de su esperanza.

En la deportación a Babilonia (587 a.C.; II Reg, XXV-11; Jer. LII-30), los judios plantaron la semilla de su fe entre los asirios.

Cuando Alejandro Magno transporta arbitrariamente (325 a.C.) a cientos de familias judías para poblar la parte oriente de Alejandría, la espectacíon del Mesías ilumina al Africa del Norte.

Al amparo del Imperio Griego y de su suplantador el Imperio Romano, se establecieron innumerables colonias de judios en todo el mundo entonces conocido, llevando íntegra la Revelación y la proclamación de su espectación del "Deseado".

c) Un providente contagio de esta idea en todos los mortales tenía en espectación a las naciones. Los hombres prominentes lo proclamaban, y era rumor del Medio-Evo que los antiguos oráculos sibilinos no podían callarlo.

En este sentido son comúnmente interpretados unos famosos versos de Virgilio, en que parece perfilar el cumplimiento de un oráculo de la Sibila de Cumas, que predice una nueva era al nacimiento de "un niño" (4a Egloga).

Ahora entenderemos la inquietud de la Samaritana, que sin saber que se hallaba ante el Esperado de las Naciones, transpiraba esta espectación universal cuando le decía: "Sé que va a venir el Mesías, el que se llama Cristo, cuando El viniere, nos manifestará todas las cosas" (Jn. IV-25).

III.- a) Para que la venida de Cristo sea fructuosa en la humanidad, en mi alma, debo estar dispuesto a acatar su voluntad.

En la segunda Antífona se hace mención a la Ley que Adonay, Nuestro Señor, dictó a Moisés en el Sinaí, y en Moisés a todas las generaciones hasta la, consumación de los siglos.

En esta última Antífona se evoca el mismo pensamiento pero con esta gran diferencia ventajosísima para nosotros: que "la Ley fué transmitida por ministerio de Moisés; mas la gracia y la verdad, por mano de Jesucristo fué hecha" (Jn. I-17). No puede esperar con ardor a Jesus quien no quiere tenerle como Rey, y no le acepta como Rey quien no le reconoce como su Legislador; y no podrá salvarse por El quien rechaza su Ley de Verdad y de Gracia.

Su Voluntad todo lo rige y alcanza hasta los últimos confines: "en su Ley esperarán las islas" (Is. XLII-4).

b) Mas lejos de imponerla con terrífico aparato como antiguamente en el Sinaí (Cf. Ex. XX-18) al nacer como tierno Niño para proclamar la Ley de Gracia, nos invitará cón su actitud tiernísima anticipando a nuestro corazón estas palabras: "Venid a Mi todos cuantos anádis fatigados y agobiados y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de Mi pues soy manso y humilde de Corazón, y hallaréis reposo para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga, ligera" (Mth, XI-28-30).

De esta manera se convierte en "Legislador nuestro", y transforma en gozo inefable la sujeción del alma; pues la conforta, la Instruye, la alegra, la ilumina, le proporciona estabilidad ante las vacilaciones de la miseria humana, y la enriquece con la Gracia. Con razones más profundas y mejor fundadas que las del Salmista, pues vivimos ya en la Nueva Ley de Gracia, podremos repetir éstas estrofas inmortales: 

"Es perfecta la Ley del Señor, conforta al alma;
 la ordenanza del Señor es firme, instruye al símple.
 Los Estatutos del Señor son rectos, el corazón alegran.
 El mandamiento del Señor es límpido, ilumina los ojos;
 el temor del Señor es sin mancilla, estable para siempre;
 los juicios del Señor son verdaderos, por igual todos justos.
 Mucho más deseables son que el oro, que mucho oro acendrado,
 y dulces, más que la miel, que la miel de los panales ... " (Ps. XVIII-8-11).

Porque justicia y derecho son su trono y su peana, para dar paz universal en la santidad y en la gracia: "Otorga, oh Dios, al Rey tus poderes (pidamos con el Salmista), y tu justicia al Vástago Real: gobierne a tu pueblo con justicia y a tus menesterosos en Derecho", (Ps, LXXI-1).

c) Los frutos de tal Legislación eran proféticamente anunciados para el Nuevo Testamento: "Traerán las montañas paz al pueblo, los collados justicia, y salvará a los hijos del mendigo y hollará al opresor" (Ps. LXXI-1-3). Cristo es la Paz y la Justicia que se hace presente en su NaCImiento venciendo las montañas de los Siglos y los collados de las edades; viene a salvar a los hombres hijos de Adán, mendigo de la Gracía, y a humillar al demonio, opresor de la humarudad.

Si tantos bienes nos trae la venida del Mesías, si con tantos y tan variados títulos nos presenta su derecho a poner su tienda entre nosotros, ¿por qué se opone el mundo a su espiritual nacimiento en el alma de los cristianos? ¿Por qué se estorba su conocimiento a los paganos? "¿Por qué .... se confabulan contra Yahvéh y contra su Ungido?" (Ps. II-2).

* * * *

Rendidos a sus requerimientos amorosos, unamos nuestra voz a la ferviente llamada de la Iglesia. Que nuestra instancia estremezca en Su espera a la creación entera, y podamos exclamar como el Salmista:

"Conmuévase de gozo el mar y cuanto en él se encierra;
la tiera toda con todos sus habitantes.
Los ríos aplaudirán con palmadas; los montes a una saltarán de contento,
a la vista del Señor, porque viene ... "

(Ps. XCVII-7-9).


* * * *

Ven, pues, Oh Jesús, y haz realidad tu título de Emmanuel; que las Naciones te esperan con ardorosos deseos. Ven a salvarnos vencido de los instantes suspiros de la Iglesia, que desde su prefiguración, en la Sinagoga, clamaba sin descanso: "¡Ven!", y desde la eternidad, antes que fueras concebido, eres llamado Jesús, pues Tú has de salvar a tu pueblo de sus pecados. (Cf. Luc. II-21; Mth.II-21).

Tú eres nuestro Señor y Dueño, "Tú nuestra roca salvadora" (Ps. XCIV-1). Tú eres nuestro Dios, ¡Oh Yahvéh, Oh Sapientia, Oh Odonai ... Oh Emmanuel!


P. Manuel Robledo.

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