lunes, 18 de julio de 2016

Verdaderos Cristianos y Falsos Cristianos(cont.)




¿De dónde, pues, le nació a Gonzalo Vega la locura de suprimir la Confesión? En esta y otras reformas prueba el mismo heresiarca que la suya no es la Iglesia de Jesucristo, sino una burda caricatura de factura humana. No le bastó con la amarga experiencia de Martín Lutero: quiso imitarlo en todo aunque las consecuencias fueran funestas. También le estorbó la Confesión como le estorbó el Sacerdocio, no fueran sus adeptos a caer en el Confesionario y abrieran los ojos. El demonio retiene a las almas en su pecado para que los corazones se endurezcan y les sea imposible descubrir su deplorable situación.

Pero ya hemos notado que, al surgir entre nosotros la nostalgia y la necesidad de la Confesión, Gonzalo Vega se propuso a sí mismo por confidente, consejero y árbitro de nuestras angustias espirituales: creía poder fungir como psicólogo o psiquiatra, pero nunca lograría la pastoral sobrenatural de la Gracia que Dios derrama mediante la absolución que imparte el más humilde Sacerdote.

Creo que a menos llegó Lutero: simplemente suprimió la Confesión de un plumazo como solución a sus regateos en la integridad de la declaración. Los sectarios posteriores, como Melanchthon, mitigarían la situación, pero ya había desaparecido el Sacerdocio entre ellos: “Yo me voy y me buscaréis y moriréis en vuestro pecado” (Jn. VIII – 21).

Confesar significa en la Biblia reconocer, y esto no puede hacerse sin la manifestación al que tiene la misión de juzgar y perdonar los pecados en el Nombre y con el poder de Dios. “Y muchos de los que habían creído venían confesando y declarando sus prácticas de magia” (Act. XIX – 18). Santiago Apóstol recomienda: “Confesad, pues, los pecados los unos a los otros” (V-16); lo cual indica que, aunque humanamente sean iguales el penitente y el Confesor, éste tiene potestad participada de los Apóstoles para perdonar: no se puede creer que el Apóstol que recibió directamente de Cristo la potestad de perdonar pecados, proclamara que todos los fieles la tenían; se supone que manda a los fieles recurrir al Confesor, aunque igual de humano que ellos. Y pone el ejemplo: “Elías, hombre era de igual condición que nosotros y oró. . . y no llovió; otra vez oró y el cielo dio lluvia. . .” (Jac.V – 17-18). Esto no lo hacen todos.

Recordamos aquí la frase en que concluye el milagro del paralítico: -------- “que había dado tan grande potestad a los hombres”.

Veamos, finalmente, cómo los primeros cristianos sí se confesaban. Dice San Pablo urgiendo la pureza de conciencia para recibir la Eucaristía: “Pruébese el hombre a sí mismo. . .” (I Cor. X – 28). Y la Didajé: “Reunidos cada día del Señor, partid el pan y dad gracias después de haber confesado vuestros pecados, a fin de que vuestro sacrificio sea puro” (XIV – 1) “En la reunión de los fieles confesarás tus pecados y no te acercarás a la oración con conciencia mala”. (IV-14).


De todo lo cual se concluye que Gonzalo Vega no retornó a la espiritualidad de los primitivos cristianos; antes los engaña con su “Consejería pastoral”, y en vano llama a sus sectarios con el excelso nombre de “Cristianos”, únicamente reservado para quienes permanecen fieles e inconmovibles en la Pasión, muerte y Resurrección del Redentor del mundo.


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