martes, 8 de abril de 2014

Devocionario para Cuaresma y Semana Santa (cont).

13.- EL PÉSAME.



(A los fieles que, desde las tres de la tarde del Viernes Santo hasta el mediodía siguiente, rezan por algún espacio de tiempo, pública o privadamente, algunas preces o hacen alguna meditación en honor de la B.V.M. de los Dolores, se les concede: Indulgencia plenaria en las condiciones de costumbre ... " (Sgda. Congr. de las Indulgencias, 18 jun. 1822;16 jun. 1931).

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Vengo, Madre mía Dolorosísima, a la profunda soledad de tu aposento de Jerusalén, para llorar contigo la muerte de tu Divino Hijo. Para lamentarme de las humillaciones a que le sujetaron sus enemigos. Para dolerme de las heridas crueles que le infligieron. Para morir por su muerte.

¿Permitirás, Señora, que, postrado en tu presencia, te comunique el dolor que invade mi alma?

No es mi dolor tan grande como debiera ni puede compararse a tu dolor, porque tu ser, tu persona, es superior a todo lo creado que no seas Tú. Tu alma ha sido creada con amor divino a proporción de tu vocación de Madre de Dios, y adornada con gracias únicamente a Tí reservadas en miras a tu maternidad divina. Y como tu corazón fue dotado por la gracia para amar como Hijo al mismo Dios, y cual es el amor es el dolor de su pérdida, es poco el comparar tu amargura con los negros abismos de los mares; tal vez el espacio infinito pudiera semejársele.

Tampoco está mi dolor libre de culpa como el tuyo, pues no soy víctima, sino victimario. Cristo murió por mí, pero fueron mis pecados los que le dieron muerte. Quiso librarme de mi carga, y mi carga le ha oprimido por mi libre voluntad hasta hacerla morir.

Tú, Madre, de esto eres víctima. Eres la única en la humanidad que no puede avergonzarse por la muerte de Cristo, pues fuiste concebida sin pecado original, y en el curso de tu vida cada vez te alejabas más no sólo del pecado, no sólo de su sombra, sino hasta de la idea misma de su posibilidad. Y como tu pureza te acerca a la Fuente Primordial, pudiste perder tu límpida mirada en los ojos cristalinos de tu Jesús.

¿Podré sostenerme en tu presencia? ¿Por qué no huyo y me oculto en las entrañas de la tierra?

Es que el instinto del sediento; la soledad del huérfano me han traído a Tí, que eres vaso de elección, llena de gracia; pues puso Dios en Tí el depósito de sus misericordias y te ha hecho Madre de la humanidad desolada.

No hace muchas horas que, al pie de la cruz, fuiste nombrada mi Madre; y aunque por mi causa perdiste a tu verdadero y único Hijo, por causa mía fuiste nombrada Madre de los pecadores.

No te repugne, Señora, mi presencia; antes comienza a ejercer los oficios de Madre Amorosa, admitiéndome en tu compañía: grande será tu consuelo al saber que, así como la muerte de tu Jesús partió las rocas del Calvario, así también ha quebrantado mi corazón. No quiero volver a pecar.

Llora Madre del Verbo Encarnado, desolada más que todas las hijas de Jerusalén, llora tu profundo dolor. Sólo el Padre que te creó, podrá comprenderlo; sólo el Espíritu Santo que te preservó podrá aquilatarlo; sólo el Verbo que te eligió podrá recibirlo.

Si vuelves los ojos a la tierra, no hallarás consuelo sino indiferencia, traición, rencor y pertinacia; y las pocas almas que sabemos de tu pena somos tan incapaces de enjugarla, que más bien necesitamos de tu auxilio para ser elevados al privilegio de participarla.

¿Me negarás esta gracia? ¿Seré, por mis culpas, indigno de recibir una gota del piélago inmenso que te ahoga?

Es dicha, y muy sublime, la de sentir íntimamente el dolor de la Pasión y la de acompañarte, oh María, en tu profunda soledad.

Llorar, y no por este día únicamente, sino llorar para siempre la culpa que ha crucificado a mi Señor, es gracia muy subida, es la comunión, el don de lágrimas que espero me alcances, para llorar mientras viva la muerte del Hijo Divino y la soledad de la Madre.

Así sea.

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