martes, 8 de abril de 2014

Devocionario para Cuaresma y Semana Santa (cont).

12.-LAS SIETE PALABRAS.


La meditación de las Siete últimas frases que Nuestro Señor Jesucristo pronunció en la Cruz, ha sido, desde los primeros días del Cristianismo, un venero inagotable de recia espiritualidad.

Desde tiempo inmemorial el pueblo católico se reúne en los templos el Viernes Santo para escuchar la viva transmisión que en la Cátedra Sagrada hacen de ellas los Predicadores, desde las doce del día hasta las tres de la tarde, horas en que Jesús fue crucificado y murió. Sin embargo, cuando no se tiene esta oportunidad, pueden meditarse en este folleto en que presentamos las Siete Palabras en forma de consideraciones breves para ayudar a las almas piadosas a meditar este precioso testamento de Nuestro Señor Jesucristo.


PRIMERA PALABRA.

"Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Luc. XXIII-34).

Contempla a Jesús agonizante, víctima del escarnio, la maldad y la crueldad inaudita de sus enemigos y de los aliados y cooperadores del infierno. Cabe en todos ellos grave responsabilidad, sobre todo en los promotores, que proceden contra las luces del Espíritu, Santo.

Le han atormentado con azotes y coronación de espinas, le han cargado con la cruz y le han clavado en ella con esquinados clavos. Pero el Dios de los Ejércitos, que puede deshacerlos con sólo su mirada, se convierte en mansísimo Cordero que se ofrece voluntariamente para borrar los Pecados del mundo ...

Jesús, Juez de vivos y muertos, perdona... perdona y excusa... ofrece sus tormentos por la conversión de sus verdugos y derrama su sangre para redimir al mundo entero y a sus generaciones deidicas ...

Señor, no pueden compararse las molestias que yo sufro de mi prójimo, con las traiciones y tormentos que Tú sufriste de los hombres, pues aunque las que me infieren fuesen gravísimas, jamás podrían compararse al deicidio.

Dame un corazón generoso encendido en caridad para brindar el perdón incondicional a los que me ofenden; pero sobre todo, y a la medida del perdón que yo brindo a mi prójimo, perdóname Tú a mí, que soy también causa de tus horribles tormentos.


SEGUNDA PALABRA.

"En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Luc. XXIII-43).


Considera la generosa correspondencia que el buen ladrón hace a la gracia: confiesa humildemente sus faltas y reconoce públicamente la eterna realeza de Cristo diciéndole conmovido: "Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino".

Saborea las regaladas palabras con que Jesús promete el premio eterno a este afortunado penitente; no sólo le concede un recuerdo sino que le asegura el Reino de los Cielos.

¡Cuán regiamente cumple Jesús la promesa que posteriormente escribiría el Espíritu Santo por ministerio de San Pablo: "Coherederos de Cristo si es que juntamente padecemos para ser juntamente glorificados".

Por lo contrario, qué triste fue la muerte del mal ladrón: no se convierte y muere desesperado rechazando la asistencia de Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote.

Jesús, mis pecados no me permiten acercarme a Tí ni merecer tu perdón, pero la largueza que usaste para con el ladrón me anima a suplicarte que te compadezcas de mi alma. No permitas desprecie yo la gracia de tu Pasión y de tu muerte.



TERCERA PALABRA.

"Mujer, ahí tienes a tu hijo... Ahi tienes a tu madre" (Jn. XIX-26-27.


Contempla a la Madre de Dios traspasada de dolor, pero revestida de gran fortaleza, de pie, junto a la cruz donde agoniza su divino Hijo.

Considera el generoso ofrecimiento que para redención nuestra hace del fruto de sus purísimas entrañas ante la divina justicia.

Oye cómo Jesús, olvidado de sí mismo, entrega a la humanidad una Madre la más amorosa de todas, y a Esa Madre le da, a cambio de su propia persona, las almas de todos los hombres para que los cuide como a hijos de sus lágrimas y de sus dolores.

Oh Jesús, el más hermoso entre los hijos de los hombres: después de la dádiva divina de tu Cuerpo y Sangre en el Santísimo Sacramento y del beneficio inestimable de la Redención y de la Gracia, no pudiste hacer a la humanidad un don tan preciado como este de tu Madre Inmaculada con cuya creación te recreabas desde la eternidad y cuya alma preparaste con gracias singulares por obra del Espíritu Santo ...

Oh María, Virgen Purísima que sin dejar de ser Virgen eres Madre de Dios, y ahora sin dejar de ser Madre de Dios eres también mi Madre, acógeme por misericordia como a hijo tuyo pobre y pequeñuelo, pero hijo de tus lágrimas y de tus dolores. En tu regazo encontraré el calor de la gracia, y en tus divinos ojos encontraré la vida.



CUARTA PALABRA.

"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"· (Mth. XXVII-43).


Así penetraras las negras profundidades de los abismos o captaras la inmensa soledad de los espacios, no alcanzarías a comprender la angustia y la desolación del alma de Jesús al sentirse abandonado de su Padre.

Has de entender que el Padre aparta la vista de su Hijo encarnado, por cuanto El se presenta ante la divina justicia revestido con la fealdad de nuestros pecados; que el abandono del Padre y los dolores de la cruz causan a Nuestro Señor los tormentos mismos del infierno, que consisten en el dolor físico y el apartamiento de Dios, y que éste infierno lo padece Jesús para que tú no seas sepultado en la muerte eterna.

Jesús, mi Redentor y mi Dios, que siendo el resplandor de la Eterna Luz, has preferido ser sumergido en las tinieblas para librarme de la condenación. Si yo pudiera consolarte, lo haría aun a costa de mi propia vida... Mas tu único consuelo es la eficacia de tu Pasión en beneficio de mi ingrata alma ...

Quiero corresponder, Jesús amado. Dame la luz y la fortaleza necesarias para seguirte ...



QUINTA PALABRA.

"Tengo sed" (Jn. XIX-28).


Si consideras la sed de Jesús, la encontrarás muy comprensible cuando repases todos los tormentos, ayunos y vigilias que ha sufrido antes de ser crucificado, y más aún al considerarle traspasado por manos y pies, de cuyas heridas brota la sangre a raudales. De El había escrito David en espíritu profético: "Seca está como teja mi garganta: se adhiere mi lengua al paladar".

Pero si profundizas a través de la naturaleza física del Salvador y penetras más a fondo sus palabras, entenderás que existe una sed que no es de agua temporal y un ardor que no es el fuego de la fiebre.

Esta sed y este ardor es el celo de la gloria de Dios y de la salvación de las almas, que abrasa el corazón de Cristo; por el cual clama a los hombres como en otro tiempo a la samaritana: "Dame de beber".

Oh Señor, mi alma pecadora no puede ser un dulce refrigerio para tu corazón sediento de mi salvación: es amarga por ingrata. Pero Tú aceptaste el vinagre que te ofreció la soldadesca a fin de que se cumpliese la profecía. Recíbeme ahora en tu sed a fin, de que se cumpla en mí tu redención.



SEXTA PALABRA.

"Todo está consumado" (Jn. XIX-30).


Considera que, al fin de su existencia, Jesús repasa su vida como para compararla con los vaticinios que de El hicieron los Profetas, y encuentra que su libre voluntad, actuando en perfecto acuerdo con la voluntad de su Padre, ha dado cumplimiento cabal en todos sus pasajes a las Sagradas Escrituras.

El Señor da por concluida su obra creadora con la doble finalidad de servir y amar a Dios en este mundo y después verle y gozarle en el otro, Si se cumple lo primero, se seguirá como consecuencia lo segundo; pero si la actividad de este mundo no ha sido para servicio y gloria de Dios perseverando como Jesús hasta el último instante, no recibirá el alma su glorificación en la eternidad.

Ten presente que todo esto se logra mediante el amoroso cumplimiento de la divina voluntad en todas las circunstancias de la vida.

Jesús Mío, enséñame a cumplir tu voluntad en todos los pasos de mi vida y dame tu gracia para perseverar en mi cruz hasta morir. Que me preste cual dúctil instrumento de tu gloria y que tu Pasión y tu Muerte consumen, en mí, tu obra de santificación.



SEPTIMA PALABRA.

"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". (Luc. XXIII-46).

Contempla el momento supremo de nuestra redención cuando el sacrificio del Redentor culmina con su propia muerte. Con voz poderosa que resuena en todos los ámbitos del monte Calvario, sale de este mundo diciendo a su Padre: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu".

No le han muerto los tormentos ni la crucifixión como si le obligasen a cortar el hilo de su existencia, sino que El ha entregado su espíritu al Padre cuando llegó la hora, fijada desde la eternidad por las Tres Divinas Personas, de reparar el pecado de Adán y de borrar los pecados de todas las generaciones con el sacrificio de mérito infinito que ofrece un Dios hombre.

Contempla cómo, por propia voluntad anunciada como triunfo por la voz poderosa que emite, el Alma de Jesús abandona su Cuerpo Santísimo; y este, Cuerpo, unido hipostáticamente al Verbo Eterno, afloja los músculos e inclina suavemente la cabeza sobre el pecho exánime.

Jesús, no me abandones. Siento que no soy digno de tu presencia, pero Tú no me consideraste indigno de tu dolor... Caminaré por este mundo humillado por mi culpa, avergonzado por tu muerte y quebrantado el corazón como lo fueron las rocas del Calvario, hasta que llegue el momento de presentarme a juicio y pueda repetir confiado tus palabras: "Pádre, en tus manos encomiendo mi espíritu....


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... "Había, en el lugar donde fue crucificado, un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo donde hasta entonces ninguno había sido sepultado. Como era la víspera del sábado de lós judíos, y este sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús ... " (Jn. XIX-41-42).


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