jueves, 9 de junio de 2016

Cristianos Verdaderos y Falsos Cristianos (cont.)



En la reciente Diócesis de Tlalnepantla, donde yo residía, fueron dictadas las siguientes normas por su entonces Obispo Fr. Felipe de Jesús Cueto O. F. M.

1ª Mantenerse fiel dentro de la Iglesia Católica por la integridad de la Fe y la frecuencia de Sacramentos.

2ª Intensificar la devoción a la Santísima Virgen María.

3ª No intervenir en cuestiones ecuménicas, no promover reuniones con cristianos no católicos (porque esto corresponde a la Jerarquía).

4ª Sujetarse a las indicaciones del Sacerdote nombrado como Asistente Espiritual del “grupo de oración”.

Para el grupo al que yo pertenecía, fue nombrado como Asistente un Sacerdote piadoso, sensible y tierno, incauto y de un celo casi infantil. Lo que más le impresionaba y hasta fomentaba, eran las reuniones de cierto dinamismo exhibicionista.

 Noté que entre la literatura religiosa que se repartía entre nosotros, había algunos impresos de apariencia inofensiva a la Fe, y circulaban gracias a la disimulada propaganda realizada por un joven que se fingía católico, pero en el fondo era luterano. 
Estas hojas tendenciosas, esos folletos atractivos, contenían preguntas capciosas, fomentaban la independencia respecto a la Jerarquía, centraban toda su atención en la Fe a Jesucristo sin referencia alguna a la acción de la Iglesia ni a los Sacramentos.
Uno de los miembros más entusiastas y hasta fervoroso, era el Sr. Gonzalo Vega Monroy. Su dinamismo lo llevó a cierta osadía que introducía desorden y alguna laxitud doctrinal.

El Párroco de mi Parroquia advirtió varias veces al Sacerdote Asistente Espiritual sobre estas anomalías, pero la tendencia pseudo mística de ese Director, pretendía ver en ellas ciertas luces nuevas, escudándose en una laxa y peligrosa interpretación de este texto de San Pablo: “El Espíritu no lo apaguéis, las profecías no las menospreciéis. Probadlo-todo,quedaos-con-lo-bueno…”(I-Tes.V-19- 21).                                                                                              
 Y aquí comenzamos a ver las consecuencias.
De estas anomalías, las que presentaba la esposa de Don Gonzalo Vega eran alarmantes: algunas veces se crispó de pura histeria, y el Asistente se engañaba queriendo ver en eso algún vestigio de carisma.

Cierto día, el Sr. Vega se presentó al Párroco y le dijo que su esposa había recibido del Espíritu Santo un mensaje para él. El Párroco amonestó a Don Gonzalo que controlara los nervios de su esposa, o mejor, que la retirara del grupo de Renovación.

Por segunda ocasión se presentó Gonzalo Vega, pero ya con su esposa. Insistían en dar el mensaje. Nueva amonestación para ambos.

La tercera vez llegó Vega con su esposa y varios miembros del grupo, que flanquearon el asiento del Párroco mientras la mujer dirigía el mensaje. Según ella, le había sido revelado que en determinado día y a cierta hora, el Valle de México, y en particular el área que abarcaba el Distrito Federal, se hundiría con el consiguiente desastre y pérdida de vidas.

Entre tanto, los que flanqueaban al Párroco rezaban para que éste se convirtiera, y Gonzalo Vega, arrodillado, suplicaba al Sacerdote avisara con su autoridad a todos los habitantes por los medios de comunicación masiva.

El Señor Cura resistió sensatamente y ordenó a la mujer y a los alborotados que dejaran esas ilusiones y se centraran en la realidad de la piedad católica, bien definida por los Maestros de la Vida Espiritual.
Desde entonces, las reuniones de oración se hicieron en casa del matrimonio Vega.                                                                                                                                       Don Gonzalo convenció a algunos que el Párroco no quería escucharlos ni permitía las reuniones de oración en la Parroquia.
No fueron escuchadas las llamadas de atención que les hizo el Párroco al notar que faltaban a la misa Dominical.
Poco después, unos norteamericanos comenzaron a visitar con frecuencia a la familia Vega. Don Gonzalo renunció a su buen empleo y se dedicó exclusivamente a las reuniones de oración en su casa.


Para esto, invitó a algunos del grupo. De estos fui yo, que me dejé seducir por la palabra ardiente de este nuevo Lutero y caí en sus redes para desgracia mía. La desprevención, la falta de Sacramentos y de la Misa Dominical y mi desobediencia a mis superiores eclesiásticos me hicieron fácil presa del nuevo heresiarca.


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